Cuando era un jovencito; allá en la venturosa y Heroica ciudad de Huamantla, tuve la ocasión de ver más de una vez los atuendos de los frailes franciscanos. Estos eran de color marrón, largos hasta los pies, con anchas mangas y llevaban su clásico cordón enredado en la cintura; algunos parecían felices y contentos.

Por allá , por el año 2011, tuve la oportunidad de hacer un viaje fantástico; se trató de ir a la antigua bahía de Nápoles,  la famosa bahía italiana que fundaron los griegos, y soguzgaron los romanos.

El 16 de julio de 1965, dos niños, los hermanos Rosa y Severiano Manuel Pascual mientras jugaban en la comunicad de Las Limas, al sureste del Estado de Veracruz, a cuarenta kilómetros de la zona arqueológica de san Lorenzo Tenochtitlán, encontraron un montículo en la tierra que llamó su atención por su extraordinaria dureza. Se trataba de un monolito de 60 kilogramos labrado en serpentina, tipo de piedra verde. Esta  figura sedente, de ojos rasgados, de gran belleza, permanece incólume con expresión suplicante, sosteniendo lo que parece un niño jaguar que yace inerme. Pieza de gran rareza por la multitud de inscripciones en el rostro y brazos; en principio, fue llevado a los altares católicos porque “alguien” interpretó que representaba a la virgen María con su niño; peregrina ocurrencia. Poco después fue llevada a un museo donde fue robada cinco años más tarde; sobrevivió al robo, la pieza fue recuperada y hoy se puede admirar en el museo arqueológico de la ciudad de Xalapa. La historia del robo llamó la atención del arquitecto Norberto Oropeza  Rosas, quien inspirado en esta historia, escribió una novela ligera en 1970, misma que nos proponemos, eventualmente, adquirir.

Octavio Paz, gran conocedor de nuestro pueblo, de nuestras costumbres, de nuestra conciencia histórica, dice enfáticamente en Las trampas de la fe (1982):

Finalmente vimos a un Donald Trump preocupado. No es que nos alegremos de ello, pero no deja de ser reconfortante ver que  al presidente de la nación más poderosa del planeta asumir su rol con seriedad. Algo muy grave debieron decirle al señor Trump sus epidemiólogos, para demudar su rostro y empezar a tomar decisiones radicales, que acertadas o no,  dieron un giro al tratamiento de la amenaza. En México, para no variar, nos atenemos a las estampitas milagrosas. La contradicción que no abandona al mexicano, como  asertiva y profusamente comenta Octavio Paz en “Las trampas de la Fe”, sale a relucir, esta vez, nada menos que en la persona  del primer mandatario de la nación. El presidente de la república una vez más haciéndoles la chamba a los prelados religiosos, tratándonos como súbditos del siglo XVI, precisamente, en la víspera de la celebración del natalicio de Benito Juárez. La contradicción salta a la luz: por un lado somos muy liberales; por el otro muy religiosos; en los hechos: muy ignorantes.  Lo peor de todo es que este recurso ya se había utilizado para ganar la elección. El presidente asume su rol de eterno candidato, para ganar su batalla mediática mañanera, en vez de asumir su rol de jefe de Estado con seriedad. Si don Benito Juárez viviera, se volvería a morir.