In memoriam

 

Licenciado Miguel Osorio Ramírez Senador de la República (1952-1958).

 

El licenciado Miguel Osorio Ramírez originario de santo Toribio Xicohtzinco, era un tipo singular de carácter alegre y simpático, político sui generis; culto y estudioso, de origen humilde, se hizo a sí mismo abogado mientras se mantenía laborando como obrero textil en la ciudad de México. Tuve la fortuna de conocerlo y tratarlo por algunos años en los que fui testigo de interesantes anécdotas.

 

Fue el primer disidente del PRI-Gobierno en disputar la gubernatura de Tlaxcala por el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, por allá en el año de 1963.

 

Me cuenta el licenciado Osorio Ramírez que después de la elección que había ganado, pero que oficialmente había perdido, lo manda a llamar el licenciado Gustavo Díaz Ordaz, a la sazón secretario de Gobernación:

 

-        Licenciado, sabemos que usted ganó la elección, pero no podemos darle la gubernatura, dígame que quiere: Pemex, Ferrocarriles Nacionales, lo que usted me pida.

 

-        No quiero nada, yo lo que quiero es ser gobernador. ¿Por qué no pueden darme la gubernatura?

-    Porque se desgrana la mazorca.

 

Salió muy molesto de aquella reunión y al día siguiente lo visita el candidato oficial ganador lo busca en su casa, y le dice:

 

-        Vengo porque me mandaron, me exigen que no haga un solo nombramiento sin consultar antes contigo.

 

Respuesta:

 

-        no voy a nombrar a un solo colaborador, ni siquiera un barrendero.

 

 

Un día, me pide don Miguel que lo acompañe a la ciudad de México; iba entrevistarse con el expresidente Luis Echeverría.

 

Llegamos a su casa de la avenida san Jerónimo a eso de las seis de la tarde, se anunció,  y de inmediato nos abrieron el lacado portón del imponente bunker. Le llevaba de regalo una sandía, cuando la recibió el anfitrión, sonrió y dijo: que la preparen de postre, vamos a cenar cinco personas.

 

Se encerraron a conferenciar en privado por espacio de unos cuarenta minutos, lapso después del cual, el expresidente nos llevó a la sala de estar y después de hacer algunos comentarios, charla de rigor, y de  mostrarnos el cuadro de su señora esposa, doña Esther, nos invita a pasar al  antecomedor de la casona. La cena, por demás sencilla y frugal transcurre entre las risas de don Miguel, que como solía hacer, contagiaba  con su maravilloso sentido del humor; cuando de repente, le pregunta el licenciado Echeverría en tono serio  pero afable:

 

-Licenciado, ¿por qué cuando vivía en los Pinos nunca me fue a visitar?

 

Estaba yo seguro de que me iría a saludar, -comentó.

 

El licenciado Osorio, simplemente, no supo qué contestar.

 

A penas balbuceó alguna palabra, y finalmente, improvisó una mala excusa. Nunca  imaginó que le hicieran semejante pregunta.

 

La estimación que el licenciado Echeverría le tenía a su convidado era evidente; poco antes había comentado que cuando él era un jovencito, el licenciado Osorio Ramírez había fungido como su jefe, en la secretaría del partido en el Distrito Federal, bajo la presidencia del General Rodolfo Sánchez Taboada. El licenciado Echeverría también comentó con cierto ánimo de reproche, que sorprendentemente, en vez de ir a visitarle a los Pinos, se había ido a Alemania,  ¡por diez años!   

 Las oportunidades políticas que tuvo a lo largo de su carrera fueron tantas, que cuesta trabajo creer que en su mayoría las haya despreciado. Ese era don Miguel Osorio Ramírez. ¡Genio y Figura…!

 

¿Cómo puede uno justificar que una persona que ha sufrido todo tipo de privaciones en su niñez y juventud, pueda despreciar tales oportunidades? Así funcionan los recovecos de la mente humana, que muchas veces resultan incomprensibles, sobre todo, al grueso de la humanidad; sin embargo, la literatura nos da  buenas respuestas para entender estos enigmas. Esto viene a colación porque recientemente releyendo al maestro y sabio de la literatura, don Jacinto de Benavente, en los Intereses Creados, toca el tema de los caracteres que sirven o no, para ser un buen político. En la escena IV de la obra en cuestión, Leandro, arguye defendiendo su integridad:

 

-        yo no puedo engañarme, Crispín. No soy de esos hombres que cuando venden su conciencia se creen en el caso de vender también su entendimiento.

A lo que contesta el taimado Crispín:

 

-        Por eso te dije que no servías para la política. Y bien dices. Que el entendimiento es la conciencia de la verdad, y el que llega a perderla entre las mentiras de la vida, es como si se perdiera a sí propio, porque ya nunca volverá a encontrarse ni a conocerse, y él mismo vendrá a ser otra mentira.

 

Eso explica el rotundo éxito de algunos políticos que cambian de camiseta – o se cuelgan alguna, a la menor provocación; siempre y cuando les siga reportando pingües ganancias, inclusive cuando sepan, que el jefe máximo tiene claros signos de demencia senil y lleve su país al más rotundo fracaso. Cualquier parecido con el panorama político actual, es una mera coincidencia.