El 5 de febrero de 2016, en la columna “Cachorros y Abuelitos de Echeverría: del 68 al 2018”, escrito por el columnista José Antonio Pérez Stuart para el portal del ‘Fondo de Cultura Económica’ destaca: “Porfirio Muñoz Ledo –a quien mi buen amigo Javier García Paniagua, cuando platicábamos a solas en su casa del Pedregal de San Ángel– me lo definía como “un hombre de grandes luces“, y que públicamente también se ha definido como masón”. Con esta breve anécdota el columnista nos brinda un pasaje de que Muñoz Ledo sabe de lo que habla.

Fue en 1997, cuando por primera vez la izquierda le ganaba al PRI la jefatura de gobierno del Distrito Federal, antes llamada Regencia Capitalina, cuyo cargo era nombrado por el propio presidente de la república, pues no había elecciones, el último regente, fue Oscar Espinoza Villareal.

Los gobiernos de México, en su mayoría han sido guiados por políticos corruptos y ambiciosos. En una frase que acuñó unos de los presidentes más admirados del México del siglo XX, Adolfo López Mateo fue: “La Revolución Mexicana fue la Revolución perfecta, pues al rico lo hizo pobre, al pobre lo hizo pendejo, al pendejo lo hizo político y al político lo hizo rico”.