Lejos de los ideales que dieron vida al partido, ahora la elección del presidente nacional del PAN despierta suspicacias y deja muchas dudas acerca de la honestidad del proceso. Lo que sucedió en esta ocasión, con la reelección de Marko Cortés, es una muestra más de que esa escuela de ciudadanía que soñaron los fundadores ha derivado en una federación de cacicazgos azules en los estados, que son los verdaderos dueños del partido.

Bien dice un conocido refrán que “cada loco con su tema”, algo que se aplica muy bien a dos de los más importantes actores políticos del país, pues tanto el presidente como los partidos de oposición andan en todo menos en los temas que se necesita abordar para encontrar soluciones a los principales problemas que tenemos en el país, ¿o acaso el lector los ha visto reunirse para hablar de desempleo o la inflación?

Un tema poco discutido es la visión que tiene el titular del ejecutivo federal de lo que es el Estado. Si ya nos estábamos acostumbrando a que su idea de justicia es algo que depende de su experiencia personal –por aquello de la distinción que hace de lo legal y lo justo–, ahora nos enteramos que para trabajar en una de las múltiples áreas de su gobierno se tiene que se parte de la 4T o, de lo contrario, no se podrá  ingresar a la administración pública.

Con esta entrega cerramos el tema de la pérdida de militantes por parte de los partidos políticos mexicanos, algo que muestra que al ciudadano le importa poco militar en alguna fuerza política. Se trata de algo que ejemplifica que en los últimos años se ha dado un cambio en el escenario político del país, uno en el que los partidos políticos se han convertido en los dinosaurios que atestiguan la caída del meteorito que los extinguirá, pero sin que sepamos aún que los va a sustituir.

Un aspecto poco analizado en nuestros medios, es el que tiene que ver con la militancia de cada uno de los partidos en nuestro sistema político. Las acusaciones, en algunos casos específicos, de afiliación masiva generan dudas acerca de si en verdad es una actividad libre de ciudadanos interesados en participar organizadamente en la política o una en donde el factor económico es la principal motivación.

Con la sucesión de 2024 en marcha, queda pendiente saber qué otros temas deberían estar en la agenda de medios, pues parece que la discusión se centra solamente en quién será el candidato de Morena para la siguiente elección presidencial, pero por los resultados que ha tenido el actual gobierno, se entiende que se busque la manera de distraer la atención, algo que con la idiosincrasia de nuestra ciudadanía y comentocracia es algo sencillo.

Como en el cuento de Augusto Monterroso, el dinosaurio tricolor sigue ahí, a pesar de dos sexenios azules y uno, el actual, en que se habla hasta el cansancio de transformación y que “no somos iguales”. Para quien quiera ver, las señales se han dado, desde el regreso del presidencialismo omnipotente, del tapado, del hecho de que volvemos a hablar de sucesión y de que se vuelve a tener a un partido que busca llevarse de todas, todas.

Si se revisa con cuidado la conversación pública que se da en medios de comunicación y redes sociales, nos podremos dar cuenta que es todo lo que se quiera menos conversación. Es tal el nivel de polarización, que no se puede aspirar a un diálogo civilizado en el que el intercambio de puntos de vista se dé lejos de los terrenos de la lucha por el poder que actualmente tenemos.

Con una participación mayor al 50%, gracias a la concurrencia en los comicios, las elecciones del pasado 6 de junio nos dejan varias lecciones que muestran que la ciudadanía se mantiene dividida y que persiste en su rechazo a los partidos políticos tradicionales. Varias son las lecciones que nos deja esta votación, algunas negativas, pocas positivas que deben motivar la reflexión no sólo de la clase política, sino de los electores en general.

Un tema que se ha analizado poco es el que tiene que ver con el impacto de los spots en las campañas electorales. Se trata de millones de piezas que cada temporada electoral nos vemos obligados a ver en las pantallas de los medios de comunicación, en algo que deja la duda no sólo de su utilidad, sino de si realmente ayudan a la participación ciudadana en las urnas.

Hay una crítica que la 4T no ha podido evadir. Esto tiene que ver con lo mucho que presumen que se trata de una transformación de un país con un régimen corrupto e instituciones que no servían para los fines que fueron creadas, por lo que había que arrasar con ellas y poner las bases de la revolución que enarbolan.

Hay una diferencia muy grande entre asumir la responsabilidad y evadirla, una muy grande entre aceptar un error y echarle la culpa a alguien más. Esto es algo que ha llamado la atención de muchos en lo que va del sexenio, pues ante cualquier denuncia –como se hacía con otros gobiernos– la respuesta no es una promesa de investigación o una corrección, sino la búsqueda de a quien culpar por esto, agregando la necesaria polarización a este nefasto cóctel.