Cuando era un jovencito; allá en la venturosa y Heroica ciudad de Huamantla, tuve la ocasión de ver más de una vez los atuendos de los frailes franciscanos. Estos eran de color marrón, largos hasta los pies, con anchas mangas y llevaban su clásico cordón enredado en la cintura; algunos parecían felices y contentos.

 

Tenía por aquel entonces un amigo local de prominente familia ultra católica,  me platicaba emocionado la inefable distinción de portar tan preciado atuendo. Yo siendo tan solo un niño, atendía sin comprender la presunta magnificencia que ostentaban esos santos varones.

 

Hoy, después de muchos años, tengo el privilegio de informarme por mis propios medios. Los cuentos y las fábulas se van quedando tan lejos, que nos parecen tan fantasiosas como engañadoras. Un claro ejemplo de esto son las odiseas del fraile Diego de Landa: campeón indiscutible en la destrucción de la cultura maya, so pretexto de desterrar para siempre sus costumbres, sus creencias y sus dioses.

 

Muy pocos frailes emplearon con tanta saña su poder y su esfuerzo para torturar sin piedad, hasta la muerte, a los naturales de la península de Yucatán. Diego de Landa Calderón fue el segundo obispo de la Arquidiócesis de Yucatán entre 1572 y 1579, y es famoso por hacer un proceso inquisitorial sin precedentes para extraer confesiones, auxiliado por el uso de la tortura, al grado que fue reprobado por sus religiosos colegas en sus tortuosos métodos para perseguir y erradicar la herejía.

 

En 1551, sólo treinta años después de la caída de la gran Tenochtitlán, los frailes franciscanos llegaron a Yucatán a construir las naves y los muros de los templos de su santa religión, pero también a destruir los documentos que daban cuenta pormenorizada de la historia de aquel pueblo.

 

Sus prácticas inquisitoriales eran tan atroces, que dio cuenta de ellas a las reales autoridades Francisco Toral, primer obispo de Yucatán:

 

“Sabrá su Majestad que se descubrieron unos ídolos en la provincia de Maní, pueblo puesto en la Corona Real. Y como no había aún venido el obispo, él [Fray Diego de Landa], como juez ordinario… invocó el brazo secular, un juez que proveyó vuestra Majestad a mi petición, que se llama el Doctor Quijada… él fue a la provincia de Maní con muchos españoles manu armata, y el Provincial Fray Diego de Landa se hizo Inquisidor Mayor y tomó otros tres acompañados frailes consigo… El modo con que sacaban los ídolos los frailes era que colgaban los indios. Primero azotaban a los indios por manos del Provincial (Landa), y cuando menos azotes le daban eran ciento, y si no confesaba tener ídolos, lo colgaban públicamente en la ramada de la iglesia por las muñecas y echabanle mucho peso a los pies, y quemabanle las espaldas y barrigas con hachas de cera encendidas hasta que confesaban los ídolos… Fue tanto el exceso que andaban atónitos los indios que no sabían qué hacer…” sic (Wikipedia).

 

El hecho más ilustre de este héroe defensor de la iglesia fue, que ante la evidente persistencia en la fe de ciertos ídolos en el poblado de Maní, se erigió en inquisidor Mayor en junio de 1562. El juicio multitudinario tenía como castigo desde el destierro, hasta los azotes o la esclavitud. Para hacerlos confesar se valió del uso de instrumentos de tortura, como “la garrucha”, en la que se colgaba de las manos atadas por la espalda a los presuntos delincuentes, desgarrándolos hasta la muerte. Paradójicamente, es el mismísimo Diego de Landa el que nos da cuenta pormenorizada de su macabra actuación en un libro intitulado “Relación de las cosas de Yucatán”; también se erigió en campeón en la destrucción de los ahora tan preciados códices:

 

"Hallámosles gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del demonio, se los quemamos todos, lo cual sentían a maravilla y les daba pena". Sic (Wikipedia)

 

Para fortuna nuestra, gracias a internet, hoy podemos mirar la historia sin atajos, y ver más allá del impecable atuendo el costo humano de la obra constructiva de estos santos varones.