Cuando la historia se enfríe, cuando la histería se aleje, el 2019 será recordado como el “Año del Quiebre”, el momento en que lo que fue ya no será.

Doce meses en los que el sistema de privilegios que acabó por dar demasiado a muy pocos y despojo de tanto a muchos, colapsó. Lo mismo en el norte que en el sur, en oriente y occidente.

Fue el año en el que la pobreza de los liderazgos desembocó en una radicalización ideológica que privilegio el ganar y tener la razón por encima de buscar lo mejor, lo decente, lo moralmente justo para un mundo tan desigual.

El ejemplo más critico  fue el de Donald Trump, quien desde la Casa Blanca, instaló un discurso radical, divisionista, a través de iracundos tuits que desnudaron las desbordadas ambiciones de quien se ve a sí mismo como el monarca de la nación más poderosa del planeta. Su siembra de odio cosechó tempestades, impeachment incluido.

El quiebre no es asunto de derechas o de izquierdas, lo mismo sucedió en el Chile del derechista Sebastián Piñera, que en la Bolivia del izquierdista Evo Morales. La gente ya no está dispuesta a vivir de la esperanza  ya caducó la eterna promesa de un mañana mejor.

El Reino Unido, España e Israel, buscan en elección tras elección el consenso político que les dé una respuesta lo mismo a la salida del Brexit con Boris Johnson, que a la segregación catalana con Pedro Morales o el hartazgo extremista bajo acusaciones de corrupción de Benjamin Netanyahu en Israel.

El fuego se instaló en barricadas lo mismo en París donde los chalecos amarillos protestaron por las políticas económicas de Emmanuel Macron que en las calles del moderno Hong Kong, cuyos ciudadanos se resisten a entrar a la órbita dominante, censora, y represiva de Beijing.

En México el ascenso de AMLO, con el primer gobierno de izquierda también radicalizó las posturas,  por aquellos que se resisten a ceder los privilegios que el viejo sistema les escrituró. El desenlace está por verse los dos extremos estiran la liga de más y el quiebre de uno u otro lado será definitivo.

Y si los grandes líderes políticos y empresariales del planeta no reconocen la urgencia de un cambio de modelo, algo que vaya más allá de lo que diga el reporte trimestral, la intensidad de la revuelta podría acabar en revolución. Nadie quiere ver muertas sus expectativas.

La sed de nuevos y esperanzadores liderazgos, que apunten hacia un destino convierten por la magia digital de las redes sociales, a una adolescente como Greta Thumberg, en una moderna Juana de Arco en la lucha contra el cambio climático.

Y son las mujeres las que dan el ejemplo alzando su voz, contra la desigualdad, en esta lucha no existen fronteras. La canción de “El Violador Eres Tú”, se instala como el himno global que incita a desenmascarar y a frenar la violencia de género.

Pero al tiempo en que justamente reclaman sus derechos, las mujeres pierden posiciones. Boris Johnson, Jair Bolsonaro y José Piñera gobiernan el Reino Unido, el Brasil, y el Chile en donde alguna vez, dominaron las voces de Theresa May, Dilma Rousseff, y Michele Bachelet, solo la mística Angela Merkel, en Alemania y la joven Sanna Marín en Finlandia sobreviven.       

 El común denominador del 2019 fue el grito de ¡Basta! A la desigualdad. La económica que abre abismos más profundos entre pobres y ricos, y la de género, en el que las mujeres reclaman su reposicionamiento en igualdad y con respeto.

Y si esas voces que en 2019 salieron con violencia a buscar la cancelación de la desigualdad no son escuchadas, la histeria que vimos estallar desde Chile, hasta Barcelona pasando por París y Hong Kong, le cobrará una muy elevada factura a la historia.   ¿ Ya lo veremos en 2020 ?

 

"El violador eres tú", el potente mensaje feminista de Chile se extiende al mundo 

 

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