En 1991 el Presidente George Bush, Padre lanzó la operación Desert Storm contra Iraq. Fue una declaración de guerra frente a la amenaza de que esa nación invadiera Kuwai, una de las naciones proveedoras de petróleo a los Estados Unidos.

 

Entonces se dijo que Bush padre intentaba elevar su debilitada popularidad en la antesala de su reelección, dado que la economía norteamericana pasaba por un mal momento.

 

La operación Desert Storm sí elevó sensiblemente esta popularidad, pero no le alcanzo para que los electores optaran por su reelección.

 

Cuatro años más tarde, en diciembre de 1998, el entonces Presidente de los Estados Unidos Bill Clinton, ordeno un bombardeo sobre Iraq, en un operativo militar conocido como Operación Desert Fox.

 

Curiosamente la guerra contra Iraq, fue declarada en medio del proceso de Impeachmen que buscaba expulsar de la Casa Blanca al Presidente que mintió en el escandaloso caso sexual de Monica Lewinski.

 

Tres años después en marzo del 2003, el Presidente George Bush hijo recurrió nuevamente a una acción militar contra Irak, se acusaba al régimende Sadam Hussein de poseer cientos de armas de destrucción masiva. Sus opositores lo acusaron de montar una gran mentira para reforzar su imagen en la antesala de la reelección del 2004.

 

Hoy el Presidente Donald Trump vuelve a poner sobre la mesa los Juegos de Guerra, lo hace atacando sorpresivamente, ahora a irán sin solicitar permiso al Congreso Norteamericano, asesinado al General Qasem Soleimani, al segundo hombre de poder en ruta a ser el próximo Ayatolah.

 

El Presidente Trump volvió a la irracionalidad en su política exterior como lo viene haciendo desde hace cuatro años con Corea del Norte, Rusia, China, e incluso la unión Europea, Canadá y México.

 

Con la diferencia de que la locura del inquilino de la Casa Blanca, coloca al borde de una conflagración de enormes proporciones.

 

Y lo hace por las mismas razones que en su momento Reagan y Clinton lo hicieron porque necesitan juego de guerra para mantenerse en el poder.

 

Con el agravante de que el Presidente Donlad Trump enfrenta no una, sino las dos crisis, simultáneamente, tiene un juicio de Impeachment, que salvar, como Clinton y una reelección que sacar adelante en noviembre, como los Bush.

 

Si a esas dos crisis políticas se le suma la enorme crisis de personalidad que padece un ególatra y megalómano como Trump el desenlace será sin duda inesperado, como inesperado fue e asesinato del líder Iraní.

 

El Presiente Trump ya mostro sus primeros signos de autoritarismo al decidir unilateralmente la acción militar en Irán sin pasar por la autorización del Congreso Norteamericano.

 

Y ante el reclamo justificado de los congresistas que demandan una explicación a tan cuestionable decisión la respuesta fue resguardar la información del ataque como un asunto de seguridad nacional.

 

Cualquier persona en su sano juicio no puede esperar cometer un asesinato así que aún que sea justificado, por la forma puede calificarse como un acto terrorista, si sabe que vendrá una respuesta de igual o de mayores proporciones.

 

Porque si de un lado el liderazgo norteamericano está enfermo de megalomanía del lado iraní los extremismos religiosos entre chiítas y suníes, orillan a sus líderes a cometer peores locuras.

 

Por eso hay que preocuparse por el desesperado sonar de los tambores de guerra del Presidente Trump. Nadie lo entiende fuera del contexto de salvarse del impeachment, y de asegurar cualquier precio su reelección.  

 

Pero ese precio será muy elevado no solo para los Estados Unidos, sino para el mundo entero, si los liderazgos también mesiánicos de aquella nación a la que se le desafió pierden la cabeza.

 

Por lo tanto, irán ya amenazo con venganza extrema frente a la muerte de quien consideraban héroe nacional, y también abandono unilateralmente los acuerdos sobre armas nucleares.

 

El drama inevitable de los próximos días será consecuencia de dos poderosos que en sus megalomanías y fundamentalismos se refugiaron en peligrosos y mortales juegos de guerra.

 

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