"El Pecado Original", en la Capilla Sixtina, de Miguel Ángel

 

¿Podemos ser totalmente honestos? ¿Qué lugar ocupa la falsedad en nuestra vida y qué significa realmente la falsedad? La falsedad no significa que, a veces, para proteger a los demás, no decimos toda la verdad, o evitamos decir con crueldad algunas cosas; la falsedad, al contrario, implica algo mucho más profundo y grave que tiene repercusiones a nivel social y moral. El filósofo ruso Nikólai Berdyaev decía con razón que “todavía la ética no ha prestado suficiente razón sobre la presencia de la falsedad en la vida moral y espiritual del ser humano”. Preocupada por el legalismo moral, o por diferentes tendencias realmente innecesarias (como la metaética o la neuroética), la ética ha dejado a un lado este tema, que es muy importante, porque tiene que ver con el modo de ser y de pensar del ser humano. Filósofos como Kierkegaard, Nietzsche, Shestov, Max Picard, Benjamin Fondane; o escritores como Tolstói o Dostoievski, entre otros, llamaron la atención sobre la falsedad, pero han sido lo suficientemente ignorados o considerados “rebeldes”, ya que la ética y los eticistas tiene otros problemas “más importantes” que resolver.

 

Pero ¿qué hacemos con el hecho de que la falsedad la consideramos de común acuerdo como algo “bueno”? Aquí hay realmente un problema. Kierkegaard habla, en varias obras suyas, sobre el engaño y el autoengaño; en otras palabras, sobre la inautenticidad de la vida que surge en el momento cuando no asumimos lo que somos y no asumimos la vida que tenemos, dejándonos llevar por todo aquello que no nos define realmente, sino que nos ha sido inculcado como “bueno”.

 

Nikólai Berdyaev, por su parte, habla de una falsedad profundamente arraigada en el alma del ser humano, de tal modo que esta se transforma en una costumbre que toma la forma de un deber moral o uno religioso; es decir, se vuelve lo que hoy llamamos el “establishment”, lo “politically correct”, “lo convencional” o “lo comúnmente aceptado”, pero que en realidad priva al ser humano de un juicio personal, de pensar por sí mismo con sus propios criterios. Así, los juicios morales, en lugar de ser el resultado de una reflexión individual, de la conciencia singular y de la libertad; al contrario, son impuestos por los demás (sociedad, familia, clase, nación, partido, etcétera) que inducen y obligan moralmente al individuo a un modo de pensar sin cuestionarse: ¿si lo que recibimos de estas instancias es realmente algo valioso o es una hipocresía moral?

 

Ser ético no implica seguir lineamienos considerados por otros “correctos”; en las familias puede haber reglas que no son necesariamente éticas y se siguen como ley; en la política ya ni decir, en este ámbito la mentira se vuelve algo común; en la religión tampoco los dogmas son Dios; así como los grupos religiosos tampoco tienen la verdad; y, en la sociedad, igual, “la opinión pública” no es la verdad.

 

Entonces, afirmo que la verdadera vida ética no significa seguir ciegamente imposiciones que se presentan como “el bien”, ya que en realidad pueden ser sumamente falsas. No significa que un ser humano tiene que cortar los lazos con su familia, la sociedad, los grupos, las instituciones, etcétera, sino más bien se trata de atreverse a pensar con el filtro de su propia conciencia, de reflexionar y “juzgar por sí mismo”, como también decía Kierkegaard.

 

La vida ética significa, antes que nada, pensar y después actuar. Vivimos en una sociedad de mucho activismo (que en el fondo es una una simulación). Ser activista no significa necesariamente ser ético. Pensar es un trabajo que requiere de esfuerzo, de un cuestionamiento continuo y de una responsabilidad personal. Por lo mismo, muchos prefieren que se les “diga” qué hacer, y esto crea la mentalidad del rebaño que se basa en una falsedad.

 

Friedrich Nietzsche, tenía una inquietud real cuando se preguntaba, ¿Qué tal si en lo que consideramos bueno, reside un síntoma de retroceso y un peligro, un veneno, o un narcótico?, ¿Qué tal si la moral que se rige bajo el cumplimiento de unos dogmas representa el peligro de los peligros? Y en su escrito Más allá del bien y del mal se preguntaba: “¿En qué condiciones se inventó el hombre los juicios de valor? ¿Qué son las palabras bueno o malo?”. Esta moral dada, establecida -para Nietzsche, para Kierkegaard o para Berdyaev- representa la falsedad, ya que detrás de este “establishment” yacen sentimientos como venganza, resentimiento, envidia o una crueldad muy refinada, enmascarados en la falsedad.

 

Hoy en día nos enfrentamos a diferentes “modas” sociales que se han vuelto el “establishment”. Pero, como dice Berdyaev, con razón: “cada moda social es una falsedad convencional”. Y, animados por las modas, seguimos difundiendo la falsedad en el modo de organizar la sociedad, las instituciones, llegando a funcionar bajo el “principio”: “es preferible aceptar una mentira, que decir la verdad”; “es preferible no cuestionar y creer que estamos en el camino correcto”, animados por la idea de un futuro optimista y por el eslogan de una “mejor sociedad”. Es así como caemos en nuestra propia trampa. La falsedad se transforma en un “bien” aceptado por todos, aunque en el fondo es “un mal”.

 

Aristóteles afirmaba con razón que “todo el mundo quiere el bien” pero, en este afán de querer el bien, el hombre descuida “los medios”; no importa si la falsedad se transforma en “deber” mientras es para “el bien”. Así funcionaron todos los regímenes totalitarios, así funciona toda manipulación (política, religiosa, social), y así es como aceptamos la mentira como “virtud”, porque se llama “ser cordiales”, confundiendo un valor como la amabilidad con la falsedad. Nietzsche criticaba lo que llamaba “la economía de la bondad”; es decir, una falsa bondad, y consideraba que esto es signo de la decadencia total. Un hipócrita, dice Berdyaev es una persona que actúa con las manifestaciones de otra diferente, porque ha perdido su verdadera personalidad.

 

Una verdadera vida moral empieza con la honestidad que es un problema de conciencia, un problema que cada ser humano tiene que “resolver” por sí mismo. Berdyaev consideraba que los conceptos de verdad y falsedad en la moral representan una preocupación existencial y no legalista. Cuando se parte del legalismo se llega a una pedantería moral que es, en el fondo, la mentalidad maniqueísta del rebaño (que necesita dividir a los demás en los buenos y los malos), que anula la vida espiritual de un individuo; dentro de esta mentalidad la falsedad se transforma en “el bien” comúnmente aceptado.