Lepra, epilepsia, fiebre, disentería, sarna y tuberculosis son una pequeña muestra de algunas de las enfermedades que aparecen en las Sagradas Escrituras.

 

El segundo libro del Antiguo Testamento (Éxodo) señala que cuando Yahvé quiere castigar a la humanidad utiliza las enfermedades. Y es que fue precisamente así, a través de los castigos divinos, como nuestros antepasados explicaron la existencia de plagas que diezmaban grupos enteros de población.

 

La Biblia nos presenta el origen de las enfermedades íntimamente asociado al pecado, pero no es la única vía, ya que también pueden ser provocadas por un ataque enemigo o por un trato con Yahvé.

 

De esta forma, en el capítulo 1 del libro de Job se exalta la vida de este personaje, un hombre piadoso que no había cometido pecado alguno y al que satanás pidió a Yahvé que permitiera atacarlo, porque solo así se daría cuenta que Job lo quería únicamente por las riquezas que le había dado. En el libro se da cuenta del ataque satánico en el que pierde todas sus riquezas, sus hijos y la salud (Job 7:15).

 

El apóstol Pablo, por su parte, sufrió una terrible enfermedad que afligía su cuerpo y su alma hasta el punto que hizo rogar a Yavhé -hasta en tres ocasiones- que le curase. Sin embargo, la respuesta de la divinidad fue tajante: debía continuar con ella (Corintios 12:8).

 

Han pasado muchos siglos desde que la Biblia fue escrita, pero muchas de las enfermedades que aparecen en ella todavía no nos han abandonado.

 

Lepra

La enfermedad que más veces aparece en los textos bíblicos es la lepra, una enfermedad que se produce por el Mycobacterium leprae, una bacteria descubierta por el científico noruego GA Hansen.

 

En el Evangelio de Mateo se puede leer: “en aquel tiempo al bajar Jesús del monte lo siguió mucha gente. En esto se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”.

 

A pesar de que relacionamos esta enfermedad con sus manifestaciones cutáneas, no son las únicas, es más, el principal problema de la lepra a nivel clínico es la afectación neurológica. Y es que la bacteria provoca un daño irreversible a nivel de los nervios afectando fundamentalmente la sensibilidad y la movilidad.

 

Epilepsia

En los textos bíblicos es posible encontrar la presencia de epilepsia y trastornos convulsivos en varios pasajes. Así, en Mt 4:24 se puede leer: “y se extendió su fama por toda Siria, y le traían todos los enfermos, los afligidos de diversas enfermedades y dolores, los oprimidos por demonios, epilépticos y paralíticos, y él los sanaba”.

 

En ocasiones se usa el término lunático como sinónimo de epilepsia o de cualquier comportamiento que se asemejara a la locura. En Mt 17:14-15 podemos leer: “cuando llegaron al gentío vino a él un hombre que se arrodilló delante de él, diciendo: Señor, ten misericordia de mi hijo que es lunático y padece muchísimo, porque muchas veces cae en el fuego y muchas en el agua”.

 

Disentería

La disentería –del griego dusentérion, dolor de entrañas- es una enfermedad infecciosa que afecta al intestino y que se caracteriza por la existencia de dolor abdominal tipo cólico y diarrea, habitualmente acompañada de sangre y mucosidad. Generalmente se produce por la infección de la bacteria Shigella o de una ameba, las cuales se adquieren tras el consumo de alimentos contaminados o agua sucia.

 

Si nos ponemos en contexto, no debe sorprendernos que, en la Palestina de Jesús, sin los medios de refrigeración actuales, apareciese la disentería como consecuencia de la presencia de bacterias o toxinas en los alimentos. En esta línea, recientemente un grupo de investigadores ha demostrado la presencia de parásitos intestinales en unos inodoros encontrados en Jerusalén y fechados en los siglos VII y VI a. de C.

 

Fiebre

El vocablo griego que se utilizaba para referirse a la fiebre era puretos, de pyros, fuego; mientras que en hebreo se denominaba kaddahath, literalmente ardiente. Se trata de un signo clínico relacionado con el aumento de la temperatura corporal y que puede aparecer en multitud de enfermedades, tanto infecciosas como inflamatorias.

 

En Deuteronomio 28:22 la fiebre va acompañada de las palabras inflamación y ardor, y en el Nuevo Testamento se nos cuentan varios casos en los que Jesús cura a enfermos con fiebre, entre los que se encuentra, por ejemplo, la suegra del apóstol Simón Pedro.

 

Sarna

Se calcula que en estos momentos hay más de doscientos millones de personas en el mundo afectadas por la sarna, una enfermedad ocasionada por Sarcoptes scabiei, un ácaro microscópico que se introduce en la piel, depositando sus huevos, los cuales desencadenan una respuesta inmunitaria caracterizada por lesiones cutáneas y prurito intenso. Generalmente la sintomatología comienza en los pliegues del cuerpo, especialmente entre los dedos, las nalgas, codos y muñecas.

 

En el Deuteronomio Moisés les enumera a los israelitas las enfermedades con las que les va a castigar Dios: “con forúnculos de Egipto, con tumores, sarna y tiña, de los que no podrás curarte”. En Job 2:7 podemos leer: “entonces salió Satanás de la presencia de Jehová, e hirió a Job con una sarna maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza”.

 

Tuberculosis

En esa arenga Moisés se refiere a otras enfermedades “Yahvé te castigará con tuberculosis, fiebre, inflamación, quemaduras, tizón y roya del trigo, que te perseguirán hasta que te mueras”.

 

La tuberculosis es una enfermedad infecciosa causada por el bacilo de Koch y que ocupa, según la Organización Mundial de la Salud, la decimotercera causa de muerte de origen infeccioso, con una mortalidad anual superior al millón y medio de personas.

 

Jesucristo como médico sanador

En el Nuevo Testamento se recogen diferentes milagros que realizó Jesucristo, los cuales se pueden englobar en cuatro grandes grupos: control de la naturaleza, resurrección de los muertos, liberaciones y curaciones. En todos los casos se llevan a cabo de forma gratuita sin pedir ni aceptar ninguna forma de pago a cambio.

 

Entre las curaciones podemos encontrar: la de un endemoniado mudo, varios ciegos, la curación de la hija de la mujer sirofenicia, del paralítico en Cafarnaún, la del criado del centurión en Cafarnaún, la del hombre con una mano seca, la de la mujer encorvada, la de varios leprosos, la de la suegra de Pedro, la de la mujer con flujo de sangre, la curación de la oreja de Malco o la del enfermo con hidropesía.

 

Mateos, Marcos y Lucas describen el episodio de la mujer que llevaba mucho tiempo sufriendo hemorragias (hemorrosía). Al parecer había consultado a muchos médicos y se había gastado todo su dinero en tratamientos que no le habían reportado ninguna mejoría. A los ojos de aquella sociedad era una mujer impura, que debía mantenerse aislada alejada de amigos, familiares, vecinos… Y así llevaba doce años.

 

Los evangelios nos cuentan que cuando se enteró de que Jesús estaba cerca de su casa salió a su encuentro y propició que tocase su manto curando inmediatamente. Jesucristo se dirigió a ella diciendo: “Hija, tu fe te ha sanado. Vete en paz y queda sana de tu aflicción” (Mc 5:34).