La meteorología avanza constantemente, aumentando cada vez mas la precisión de sus pronósticos, ¿pero alcanzará alguna vez la certeza absoluta?

 

En las últimas décadas, la información del tiempo —entendido como fenómeno meteorológico— ha pasado de ser una simple sección breve en los noticiarios, a tener su propia programación especializada, un espacio en el que además de contarnos el pronóstico del día o de las fechas más próximas, realizan una labor de divulgación científica de gran valor didáctico. Sin embargo, no siempre aciertan; la incertidumbre inherente a los sistemas caóticos —y la atmósfera lo es— y una comunicación sostenida en términos probabilísticos hace que algunas personas crean que acertar sobre el tiempo que hará mañana sea como lanzar una moneda al aire, o que surjan de ella sus propias pseudociencias.

 

FitzRoy, el primer meteorólogo

Durante el viaje de Charles Darwin por las islas Galápagos a bordo del HSM Beagle, el célebre naturalista británico no fué la única persona interesada en la ciencia. Su capitán, Robert FitzRoy, también lo era, y de hecho, ese fue principalmente el motivo por el que Darwin embarcó: el capitán necesitaba alguien con quien conversar de sus aficiones, y sortear la soledad que implicaba su alto rango a bordo. Además de un excelente navegante y un reputado topógrafo, FitzRoy tenía fama de predecir la llegada de una tormenta con un éxito del 50 % —aunque no hay fuentes que corroboren tal afirmación—.

 

Lo hacía, se dice, gracias a sus propias observaciones de patrones nubosos, vientos dominantes y temperatura. Tiempo más tarde, incorporó a su repertorio un invento de autor desconocido llamado ‘cristal de tormentas’, un recipiente sellado con una serie de productos químicos que cristalizaban en determinadas condiciones ambientales.

 

Predecir una tormenta con un 50 % de éxito puede parecer una trivialidad —como lanzar una moneda al aire—, pero si se piensa detenidamente, no lo es tanto. Lo sería si las tormentas sucedieran un día sí y uno no —en ese caso, acertar al 50 % sería indistinguible del mero azar—. Pero en realidad, las tormentas no son fenómenos frecuentes. Si se anuncian tormentas un día sí y uno no, la probabilidad de acierto será muy inferior, por lo que un acierto del 50 % está muy por encima de lo que se podría esperar por mero azar.

 

Lo que sí es cierto es que el estudio de FitRoy sobre las tormentas abrió las puertas a la meteorología, y desde entonces, la humanidad ha tratado de pronosticar el tiempo haciendo uso del método científico. En 1851, entró a formar parte de la Real Sociedad de Londres para la Mejora del Conocimiento Natural, bajo el apoyo del mismo Charles Darwin —quien ya era toda una autoridad en la institución.

 

Del Beagle a la computación

Aquellos orígenes tan rudimentarios quedaron atrás con el desarrollo de la teoría del caos. El meteorólogo estadounidense Edward Lawrence, a mediados del siglo XX, estaba convencido de que podía hallar una serie de ecuaciones que pudieran predecir con éxito la dinámica de la atmósfera. Eran los años 60 y ya se empezaban a emplear los ordenadores para realizar cálculos complejos —con enormes limitaciones—. Lawrence consiguió sus ecuaciones, pero se encontró con un problema: variaciones muy pequeñas de los parámetros iniciales introducidos inducían cambios muy drásticos en los resultados. Años más tarde, este fenómeno recibió el sobrenombre de ‘efecto mariposa’, una representación óptima del funcionamiento de la atmósfera.

 

Puesto que la atmósfera es un sistema caótico, cuanto más te alejas en el tiempo, más difícil es hacer predicciones rigurosas. Así, es fácil conocer el tiempo que hará en cinco horas, con unos datos relativamente bastos, pero para saber con precisión el tiempo que hará en cinco días se necesitan datos muy finos y muy bien calibrados y una potencia de computación elevada. Y predecir el tiempo que hará en cinco semanas es prácticamente imposible.

 

 Gráfica que muestra la fiabilidad de los pronósticos meteorológicos en el hemisferio norte (color fuerte) y sur (pálido) a tres días (azul), cinco (naranja) y siete (verde) desde 1981 hasta 2020. — WMO (2021)

 

El pronóstico meteorológico en nuestros días

Desde los primeros modelos predictivos, la calidad de los modelos matemáticos ha mejorado significativamente. Lo que empezó con una serie de ecuaciones relativamente sencillas se ha convertido en complejos sistemas de ecuaciones no lineales irresolubles, en los que siempre hay que realizar ciertas asunciones para obtener aproximaciones.

 

Por otro lado, los instrumentos de medida son cada vez más precisos y exactos, contamos con satélites que toman gran cantidad de datos en grandes extensiones, y el poder de la computación también ha crecido de forma impresionante. El dispositivo en el que usted está leyendo este artículo es muchísimo más potente que el más potente de los ordenadores que contribuyó a que Neil Armstrong pusiera un pie en la luna, y los superordenadores más potentes de hoy lo son en varios órdenes de magnitud más que el más potente de los dispositivos domésticos.

 

Cuando esto se lleva a los pronósticos del tiempo, se traduce en una mejora neta de la capacidad predictiva de la meteorología, patente casi año a año. Los investigadores Peter Bauer, Alan Thorpe —del Centro Europeo de Pronóstico Meteorológico a Medio Plazo, Reino Unido— y Gilbert Brunet —del servicio meteorológico canadiense— cuantificaron esa mejoría en una revisión sistemática realizada en 2015, y publicada en la prestigiosa revista Nature.

 

En la década de 1980, la capacidad de previsión meteorológica para un pronóstico de 3 días estaba entre el 72 y el 85 %; a 5 días, entre el 50 y el 65 %: y a 7 días, entre el 35 y el 45 %. Comparativamente, en el año 2013 —último año que recoge el citado estudio—, el pronóstico a 3 días tenía un acierto de más de un 98 % de éxito, el de 5 días superaba el 90 % y el de 7 días rondaba el 75 %. Según datos de la Organización Meteorológica Mundial (WMO) publicados en 2021, esos porcentajes de éxito continuaron aumentando, y para 2020 fueron de casi un 99 % para un pronóstico a 3 días, en torno a un 92 % para 5 días, y casi un 80 % para 7 días.

 

En otras palabras. En 2020 se predijo tan bien el tiempo a siete días vista, de lo que se hacía cuarenta años antes a tres días vista.

 

 

Una mínima incertidumbre insalvable

Este nivel de acierto ha convertido a la meteorología en una de las herramientas imprescindibles de la vida moderna. Desde la salida y llegada de aviones o el diseño de las rutas de viaje —aéreas o marítimas—, hasta el desarrollo de sistemas de alertas y métodos de previsión, que a diario salvan vidas ante desastres medioambientales, dependen del trabajo diario de meteorólogos en todo el mundo, y de que compartan sus datos a nivel global.

 

Pero hay un hecho que no se debe olvidar. La atmósfera sigue siendo un sistema caótico, las ecuaciones empleadas siguen siendo irresolubles a menos que se realicen ciertas asunciones, y la precisión de los instrumentos de medida, por mucho que aumente, nunca será absoluta. A medida que la tecnología mejore, las predicciones estarán cada vez más cerca de un 100 %, pero lamentablemente, ese nivel, que representa la certeza absoluta, es inalcanzable. Al fin y al cabo, la meteorología es una ciencia que se mueve en el campo de las probabilidades y siempre tendrá cierto rango de error. No puede proporcionar la certeza absoluta en la previsión.