¿Sabías que existe un pez llamado "pez perla" que puede ser atrapado en el interior de una concha de molusco y convertirse en una perla? Una verdadera joya natural que muestra lo fascinante que puede llegar a ser la naturaleza.

 

Desde hace milenios, la humanidad utiliza materiales de la naturaleza para adornarse; metales como la plata, el oro o el platino, minerales como la esmeralda o el diamante, madera, semillas, fragmentos de coral o hueso, conchas de moluscos y, por supuesto, perlas. En lo que hoy es España, los neandertales ya fabricaban abalorios con algunos de estos elementos antes de que el Homo sapiens saliera de África.

 

Las perlas son muy apreciadas en joyería. Su color blanco brillante y su aspecto esférico las convierte en símbolo de pureza y, tradicionalmente, en recurso literario. Pero ni todas las perlas son blancas, ni tampoco esféricas. Su lento proceso de formación ha despertado la curiosidad de múltiples culturas, y la dificultad de su obtención eleva su valor y le dota de cierto carácter de exclusividad.

 

¿Cómo se forma una perla?

El proceso de formación de la perla involucra, esencialmente, dos elementos: un molusco bivalvo, normalmente una ostra o un mejillón de río, y un cuerpo extraño, que puede ser una partícula de sedimento, o un grano de arena. Ese cuerpo extraño entra accidentalmente por la abertura de las valvas del molusco y queda alojado en el tejido blando, concretamente en una parte de su anatomía denominada manto. Como reacción o mecanismo de defensa ante el extraño, la ostra produce cristales diminutos de aragonito, un mineral de carbonato cálcico que va recubriendo la partícula; el mismo mineral del que está compuesta la concha.

 

Aunque en realidad, casi todos los moluscos son capaces de producir estas estructuras, las llamadas ‘concreciones calcáreas’, legalmente consideradas como perlas, la mayoría son formaciones amorfas, mates y sin valor. Solo cuando son de una forma regular y presentan esa pátina nacarada se consideran valiosas.

 

La elaboración de la perla es un hecho de la biología de la ostra, la forma que tiene su organismo de defenderse de agresiones extrañas, en un sistema análogo a como nuestra piel forma un callo. Paulatinamente, los microcristales de carbonato cálcico se depositan sobre la partícula de forma concéntrica. Por eso, con relativa frecuencia, la concreción calcárea adopta una forma esférica. No obstante, si el cuerpo extraño es grande y tiene una forma peculiar, la perla que crece en torno a él puede adquirir una gran variedad de formas.

 

Asimismo, aunque el blanco suele ser el color más habitual, dependiendo de la especie de animal que la forme, de su dieta y de los minerales disueltos en su entorno, pueden adquirir distintos colores. Hay perlas de color rosado, amarillento, verdoso, azulado, ocre, violeta, granate e incluso negro, y ocasionalmente, una misma perla puede tener distintos colores.

 

Perlas silvestres y cultivadas

Sin duda, las perlas más valiosas y más caras son las silvestres o naturales que se obtienen del medio salvaje, pero también existen formas de cultivar ostras que produzcan perlas. El proceso no es complicado; se mantienen ostras en condiciones óptimas, como cualquier otra especie en acuicultura, y se les introduce algún tipo de contaminante pequeño y esférico, para que la perla obtenida tenga la mejor forma posible. Al controlar la especie cultivada, las condiciones del agua y la dieta, se tiene un relativo control también sobre el color de la concreción obtenida.

 

Dado que la única forma de obtener la perla de una ostra o de un mejillón es abrirlo, lo que supone su muerte, y su única función es ornamental, actualmente hay muchas personas que consideran un dilema ético en el uso de perlas. En la naturaleza, la formación de una perla es una rareza, por lo que para conseguir una es necesario abrir y matar a decenas o incluso cientos de animales. La obtención de perlas silvestres es, pues, un proceso con graves impactos ecológicos, por lo que, en cualquier caso, siempre son preferibles las perlas cultivadas: por un lado, se reduce el impacto ambiental de la explotación, y por otro, se garantiza que todos los animales o, al menos, la mayoría, tendrán “sorpresa”.

 

Actualmente, también existen perlas sintéticas, que aun sin tener exactamente el mismo peso, brillo ni textura de una perla auténtica, cumplen a la perfección la función ornamental de estos productos, y representan una opción mucho más ética y sostenible.

 

El pez perla

Como ya hemos dicho, la mayor parte de las perlas se forman por la inclusión de un cuerpo extraño en la concha del molusco, pero ocasionalmente en la naturaleza suceden hechos sorprendentes. Existe un pez que recibe el nombre de pez perla, y esa denominación no es en absoluto casual.

 

Generalmente, habita cerca del fondo, a no más de 30 metros de profundidad, y tiene una talla máxima de 10 centímetros. Para protegerse de sus depredadores se introduce en el interior de los moluscos, como la ostra o la náyade perlífera. Se reconocen cuatro especies de peces perla asociadas a moluscos, todas pertenecientes al género Onuxodon. Es una relación de comensalismo, donde el pez se beneficia de la ostra, pues gracias a la concha fuerte de estos moluscos, el pez perla puede evitar el ataque de casi cualquier criatura; mientras, el molusco no obtiene beneficio ni perjuicio del pez.

 

Pero existe el riesgo de que las valvas se cierren y el pez quede atrapado en su interior. Cuando esto sucede, el pez muere y el molusco hace lo que su biología dicta: defenderse del posible daño del cuerpo extraño, depositando microcristales de aragonito sobre él.

 

El pez es bastante más grande que cualquier partícula de polvo o arena, por lo que la concreción calcárea resultante será de gran tamaño, en ocasiones puede ocupar una valva entera. Además, tiende a ser bastante amorfa. Pero el resultado sigue siendo el esperado: una perla. Una perla enorme, que encapsulará el cuerpo del pez en su interior. Una perla que puede tardar años en crecer.

 

Si hallar una perla normal es una rareza, encontrar este tipo concreto es aún más extraño. Si se tiene curiosidad, en la colección del Museo de Historia Natural de Londres hay una valva de ostra que conserva una enorme perla aplanada, en cuyo interior se puede observar un ejemplar de Onuxodon perfectamente preservado. Una verdadera joya natural, que le llevó a la ostra más de cinco años formar, y que muestra lo fascinante que puede llegar a ser la naturaleza.

 

Referencias:

Awaji, M. et al. 1995. The Pattern of Cell Proliferation during Pearl Sac Formation in the Pearl Oyster. Fisheries science, 61(5), 747-751. DOI: 10.2331/fishsci.61.747

Colleye, O. et al. 2017. Symbiotic relationship between the carapid fish Onuxodon fowleri (Ophidiiformes: Carapidae) and the pearl oyster Pinctada margaritifera (Mollusca: Bivalvia: Pteriidae).

FishBase. s. f. Onuxodon fowleri, Fowler’s pearlfish.

Parmentier, E. et al. 2003. Morphological Adaptations of Pearlfish (Carapidae) to their various Habitats. En A. L. Val et al., Fish adaptations.