Vamos a contarte muchas cosas sobre una de las tradiciones mexicanas más celebradas por nosotros y más reconocidas en el mundo. Día de Muertos es probablemente la fecha más mexicana que existe. Por Ariadna Rábago (Ary Snyder)

 

Es el momento en el que volvemos a estar cerca de nuestros muertos conviviendo con ellos, recordando su vida, contándoles las novedades y dejándoles una ofrenda para que su camino de regreso sea dulce.

 

Es una celebración tan mexicana y tan excepcionalmente única que en 2003 fue declarada Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad por la UNESCO, y como justamente se aproxima el Día de Muertos, es buen momento para conocer muchas cosas de este momento que es tan íntimo como social.

 

LA MUERTE ANTES DE LOS ESPAÑOLES

En varias civilizaciones del México prehispánico, los rituales mortuorios tenían el propósito de “encaminar el alma” del occiso hacia el reino de la muerte, haciéndole ese trayecto lo más llevadero posible –de ahí que en culturas diferentes encontremos entierros con ofrendas compuestas por cosas que el difunto había utilizado antes de morir y cosas que podría usar en su camino por el inframundo: utensilios, armas y hasta alimentos–.

 

Además, se mantenían lazos con los muertos mediante rituales en los que se les invocaba para distintos acontecimientos sociales. Como ves, ¡los muertos tenían una “vida” muy activa dentro de la comunidad! Como ya mencionamos, no todas las civilizaciones prehispánicas tenían las mismas creencias y costumbres, pero vamos a contarte sobre el reino de los muertos entre los mexicas.

 

LA MUERTE ENTRE LOS MEXICAS

Cuando llegaron los conquistadores españoles, no lograban entender que para los pueblos mexicas y otras civilizaciones precolombinas los individuos tuvieran varias entidades anímicas con destinos diferentes al morir, y mucho menos que no existiera algo similar al infierno como castigo ni al paraíso como premio.

 

Los mexicas creían que había diferentes “casas o destinos de la muerte”, y a cual llegaba un occiso no dependía de su vida, sino de su muerte:

 

Omeyocan: El paraíso del sol presidido por Huitzilopochtli, el dios de la guerra, y el lugar al que llegaban los guerreros muertos en combate y los cautivos sacrificados.

 

Cihuatlampa: El lugar en el que se pone el sol (oeste) era la morada de las diosas madres y por ello adonde llegaban las mujeres que murieron dando a luz.

 

Tlalocan: Al paraíso de Tláloc llegaban aquellos cuya muerte tenía que ver con el agua, por ejemplo, que murieran ahogados o porque les cayera un rayo.

 

Cincalco:  Al paraíso en el que vive el dios Tonacatecuhtli llegaban los niños. Ahí habían árboles, flores y frutos y los niños vivían como tzintzones (pajaritos). Los pequeños de menos de un año iban a Chichihuacuauhco (probablemente dentro de Cincalco), donde había un árbol enorme del que goteaba leche para que no pasaran hambre.

 

Mictlán: Adonde llegaban quienes fallecían por muerte natural, accidente o enfermedad.