Pese a los pronósticos negativos, la visita oficial de trabajo del presidente Andrés Manuel López Obrador a los Estados Unidos cumplió con su objetivo principal de atestiguar la entrada en vigor del tratado comercial de México, la unión americana y Canadá (T-MEC), pero también, la de afianzar la relación entre los dos primeros.

 

Los días previos a la misma, estuvieron marcados por la polémica. Gran parte de los medios de comunicación, partidos (opositores), académicos, ex diplomáticos y especialistas en geopolítica sugerían -en el mejor de los casos- al titular del Ejecutivo desistir del plan, mientras que otros, auguraban (o augurábamos) un saldo desfavorable para él.

 

Trabajo “quirúrgico”

 

Ninguna se concretó y como si se tratara de un guión, la reunión del mandatario mexicano con su homólogo estadounidense, Donald Trump, se desarrolló sin contratiempos, es decir, sin acciones o declaraciones controvertidas que pudieran poner en aprietos a alguno de los protagonistas.

 

La perfección en cualquier encuentro diplomático es un regla que, por desgracia, en este siglo XXI se incumple con frecuencia y más, si se trata del presidente Trump, ya que desde su ascenso al poder en 2017, ha estelarizado pasajes “bochornosos” con distintos jefes de Estado.

 

Para evitar lo anterior, la Secretaría de Relaciones Exteriores a cargo de Marcelo Ebrard cuidó hasta el mínimo detalle para que la estancia de AMLO en Washington saliera de forma casi impecable y se reflejara tanto en las calles, fotografías como en su pronunciamiento.

 

Desde el comienzo, lo inusual se hizo presente: el traslado presidencial (por vuelo comercial), su alojamiento en la embajada, su paso por los monumentos de Abraham Lincoln y Benito Juárez para colocar ofrendas florales, donde decenas de paisanos lo esperaron para manifestarle su apoyo o rechazo.

 

Palabras históricas

Con respecto al discurso de López Obrador en la Casa Blanca en el marco de la firma de la declaración conjunta, ha sido uno de los textos mejor redactados y leídos por un presidente de México en suelo extranjero, quizá comparable con el de Felipe Calderón en mayo de 2010 ante el Congreso de los Estados Unidos.

 

El del pasado miércoles se centró en los agradecimientos hacia el pueblo y gobierno estadounidenses. Resaltó los desafíos económicos de la región, la importancia del tratado antes mencionado y de la fuerza laboral mexicana más allá del Río Bravo, etcétera.

 

A la par, los sound- bites (frases relevantes) surtieron efecto; sin duda el que más replicó la prensa nacional fue: “(…) en la historia de nuestras relaciones hemos tenido desencuentros y hay agravios que todavía no se olvidan, pero también hemos podido establecer acuerdos tácitos o explícitos de cooperación y de convivencia”.

 

Otra parte que provocó reacciones fue: “Usted no ha pretendido tratarnos como colonia, sino que, por el contrario, ha honrado nuestra condición de nación independiente”.

 

Cabos sueltos

 

Es cierto que en la comunicación política los mensajes nunca podrán alcanzar la unanimidad; en otras palabras, siempre tendrán “huecos” u omisiones, muchas veces deliberadas, ya sea por la coyuntura existente o porque se adecúan al público meta.

 

No obstante, hubo temas que no fueron contemplados en este discurso, como los derechos de los inmigrantes mexicanos en los Estados Unidos, la condena por la edificación del muro fronterizo, el tráfico de armas provenientes de ese país o la masiva deportación de personas.

 

Más allá del contenido, López Obrador y su equipo libraron –en lo general- uno de los momentos más difíciles al negociar y acordar con un gobierno tan asimétrico e impredecible como el de Trump, pero sólo fue un paso para la verdadera integración comercial de América del Norte, tan desgastada recientemente. 

 

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