Informar detenciones, asesinatos o conflictos armados casi siempre se convierte en la piedra en el zapato para técnicamente cualquier gobierno. Comunicar temas de seguridad es una odisea y el camino aparte de ser sinuoso es una pendiente. Información nueva y difícil de verificar surge instantáneamente. La naturaleza de los acontecimientos que involucren algún tipo de violencia, ya sea un operativo para detener a un gran capo de la droga o informar sobre un tiroteo representan un reto para las autoridades obligadas a informar. En esta situación, de mucho estrés y que demanda precisión, lo frecuente es encontrarse con grandes fiascos, gobiernos inoperantes, ineficientes e incapaces de estructurar un mensaje claro y consistente. En México, sin duda, los ejemplos son diversos y frecuentes.

 

La norma en México durante los últimos 20 años es mentir, confundir y dramatizar la información que se presenta en materia de seguridad. Desde montajes de captura de narcotraficantes hasta presidentes que se disfrazan de militares o como observamos en los últimos años, presidentes que prefieren cerrar los ojos ante lo que sucede.

 

La captura de Rafael Caro Quintero y la estrategia en la que se presenta la información oficial es un ejemplo voluntario o involuntario de la capacidad del gobierno mexicano de enfrentarse a sucesos de esta magnitud. Un presidente que, como en ocasiones previas, titubea sobre si tenía conocimiento o no del operativo. Puede que aquí aplique la idea de es mejor no saber para no tener que mentir. Un mandatario que viaja constantemente al pasado para enfrentarse a sus molinos de viento está condenado a no planear el futuro e ignorar el presente.

 

Caro Quintero pasó de ser detenido por la Marina a ser detenido por la Marina con inteligencia de la DEA, luego a ser detenido única y exclusivamente con inteligencia de la Marina. ¿Dónde quedó la bolita? Tuvo que confirmar primero el embajador de Estados Unidos, luego el presidente de México para que finalmente y hasta el momento la DEA se adjudique oficialmente una participación fundamental para la detención del que fuera uno de los capos más importantes de los años 80. Hasta el momento no queda claro si la confusión es provocada o espontánea, sin duda las preguntas no cesarán, pero parece que ya nadie está interesado en responderlas con claridad.

 

El desenlace de esta historia se encuentra en pleno desarrollo, el futuro de uno de los grandes símbolos del narcotráfico mexicano es una incógnita, las consecuencias de su detención un secreto por revelar, pero queda evidencia del caos que representa comunicar situaciones de este calado para la administración actual. Evidentemente existe información que se debe resguardar por seguridad e integridad de los que participan en estas operaciones, para proteger estrategias y tácticas, pero ocultar información por incompetencia o intereses paralelos siempre tendrá como resultado filtraciones que exhiban las carencias de los que toman decisiones.

 

La muerte de los 14 marinos que participaron en el operativo para capturar a Caro Quintero debe ser aclarada, no debe quedar en el anecdotario de fiascos de comunicación y rendición de cuentas que a lo largo de las décadas se acumulan en la historia de México.