Existen dos formas consensuadas para afrontar la realidad: la positiva y la negativa. La primera ha sido interpretada a través de manifestaciones como la alegría y el confort, mientras que la segunda se asocia con la tristeza y el nerviosismo. La primera es deseable; la segunda, censurable.

Desde su experiencia, el Dr. Quetzalcóatl Hernández Cervantes, coordinador del Doctorado en Investigación Psicológica de la IBERO Puebla, ha observado los daños provocados por la separación de los sentimientos positivos de los negativos. La expropiación de estos últimos orilla a las personas a distanciarse de sensaciones que también contribuyen al crecimiento.

Una perspectiva alterna consiste en asociar emociones con sus respectivas manifestaciones somáticas: no solo se trata de identificar qué sentimos, sino también dónde lo sentimos. Este proceso de introspección debe llevar a interpretar las sensaciones como señales corporales sobre lo que ocurre en nuestro interior.

A decir del académico, hemos enmascarado situaciones que por sí solas llevan sabiduría. Cuando las personas conciben el dolor como algo que debe ser invalidado se dejan de atender las señales propias del organismo. “Todas las personas tenemos la fortaleza para transitar en lo que el cuerpo nos comunica, donde están contenidas múltiples emociones y sentimientos”.

 Las pérdidas son parte de la condición humana y se presentan en múltiples ámbitos de la vida: en lo personal, lo familiar, lo social, lo sanitario, lo económico, entre otros. “Desde que nacemos estamos perdiendo algo. Se trata de una cuestión que nos inspira a vivir de otra manera”. Al mismo tiempo, advirtió, se debe distinguir la línea delgada entre el pesimismo y la asunción de la ineludible pérdida.

Las múltiples distorsiones socioculturales han propiciado la asociación de la pérdida con una sensación reprobable, donde el dolor es lo peor que puede ocurrir. Dichas tergiversaciones dejan de lado dimensiones relacionadas con el cuerpo, las emociones, los pensamientos y las conductas.

Con la presencia permanente de la muerte agudizada por la COVID, es importante romper con los tabúes que restringen las pláticas familiares para anticipar y prevenir el fallecimiento de alguien. Ante las pérdidas, recalcó Hernández Cervantes, la sociedad está llamada a comprender las formas de convivencia cotidiana y ensayar nuevas formas de despedirse

Como cultura, compartimos la necesidad de ejercer diferentes rituales para subjetivar la vida y sus procesos. La pandemia ha supuesto la modificación, suspensión y cancelación de muchos de ellos, desde el encuentro cotidiano hasta los procesos funerarios. Hernández Cervantes señaló que los avances de duelo difícilmente se pierden, sino que se postergan o se sustituyen por acciones igualmente reconfortantes.

Las sociedades urbanas tienen una relación inquisidora con la vejez: por todos lados se instruye a vivir mucho y se castiga la pérdida de vitalidad y fuerza física. El especialista en suicidología sentenció que, al final, nacemos para morir: “no es nada fácil [aceptarlo] porque parecería que estamos en una constante lucha para evitar la muerte. Cuando yo acepto que este día va a ser irremplazable puedo darle otro valor”.

El diario vivir está vinculado directamente con la pérdida continua. La clave para hacer frente a esto está en recordar que el sentido de la experiencia humana está en la satisfacción de los procesos de vida. Para abrazar los sentimientos tradicionalmente negativos, cerró, es importante preguntarse: “qué siento, en qué siento, dónde lo siento y qué voy a hacer”.

Durante el espacio de interacción con el auditorio de la IBERO Puebla, Quetzalcóatl Hernández indicó que las juventudes pueden ser mucho más resilientes que las personas adultas, quienes tienden detonar conflictos intrafamiliares a partir de la imposición de normas de conductas. Por ello, recomendó escuchar e impulsar la expresión de los menores para propiciar la sana gestión de emociones.

Por otro lado, recuperó la urgencia de reformular el imaginario respecto a la vejez. Es común descalificar a través de prejuicios las capacidades físicas e intelectuales de las personas adultas mayores. En el contexto pandémico y el proceso de vacunación, recalcó: “no podemos perder de vista su autonomía, el valor de la experiencia de vida y su capacidad de decisión”.