Laureana Toledo ofrece una mirada a lo que sucede con las eólicas, los migrantes, la erosión de la tierra.

 

El Istmo de Tehuantepec no sólo es hablar de mujeres, fiestas, comida y muxes, también es hablar de problemas como migración, deterioro ambiental, explotación del aire y despojo de tierras, así es cómo mira la artista Laureana Toledo (Ixtepec, 1953) dicha región del país que comprende Oaxaca y Veracruz y que plasma, a través de fotografías, en el libro “La tierra baldía”.

 

La publicación es parte de “Obra y Progreso”, investigación artística hecha por Toledo a partir de 2013 cuando revisó los archivos de Weetman Pearson, ingeniero civil a quien el ex presidente Porfirio Díaz le facilitó contratos para hacer el Gran Canal de la Ciudad de México, para terminar el tren transístmico y para fundar la Eagle Oil Company que exportó toneladas de petróleo a Inglaterra.

 

Después de varios años de vivir en el extranjero, Laurena Toledo regresó a su tierra y recorrió, con cámara en mano, la ruta del antiguo Ferrocarril Nacional de Tehuantepec y sus estaciones ubicadas entre el puerto de Salina Cruz y los enclaves petroleros de Coatzacoalcos y Minatitlán.

 

En el proceso de este trabajo se han mostrado en diversas sedes como la Cisneros Fontanals Art Foundation (Miami, Estados Unidos, 2013), el Museo Universitario Arte Contemporáneo (Ciudad de México, 2015), en CAST Cornwall (Helston, Reino Unido, 2018) y en el Centro de las Artes de San Agustín Etla (Oaxaca, México, 2022).

 

“Lo que pensé que sería un proyecto de entrada por salida terminó cambiándome. En ese momento venía de proyectos con el bajista de Duran Duran, estaba regresando de Japón que es un lugar súper tranquilo y llegar al Istmo fue como una cubetada de agua fría, uno ve lo que sucede con las eólicas, con los migrantes, con la erosión de la tierra”, narra.

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Esa mirada, ahora Toledo quiso plasmarla en impreso. “El libro es un testimonio que permanece y en lugar de que sean dos o tres textos acerca de mi obra, consideré más importante darle voz a gente que fuera experta en problemáticas de la región. Mi trabajo puede ser interesante, pero están ahí muchos asuntos de los que hay que hablar en serio”.

 

Algunos de los autores que escriben son: Josefa Sánchez Contreras, Héctor Luis Zarauz, Fernanda Latam M. Bravo, Paula López Caballero y Elisa Ramírez.

 

¿Es una manera de no folclorizar al Istmo?

Sí. Muchas veces fui a las fiestas y me vestí de tehuana pero también hay asuntos como la explotación de recursos y cómo en una mirada se edita toda esa parte, se editan los problemas y las miserias, todo se queda limpio y festivo. Pensé que es necesario hablar de eso que no se está viendo.

 

Toledo advierte que tampoco pretende dar voz a las personas que están en contra de un proyecto, ella busca que la gente mire el entorno istmeño que oculta el folclor.

 

“Si esta misma forma de accionar del capital, de los malos gobiernos, de la explotación y extractivismo la transportamos al Congo, a Indochina, Nicaragua o a Estados Unidos, es igual, esto sucede en todos lados. La gran lección es que si ya vimos qué no funcionó, ahora veamos qué hacer para que no vuela a pasar”, indica.

 

¿Qué imagen te impactó más al regresar al Istmo?

Fueron muchos fragmentos de varias cosas. Las eólicas son hermosas, pero cuando miras su impacto, de quién está llevándose la riqueza, quién está explotando el aire, entonces dejas de verlo con esa cara. Me impactó el deterioro en general.

 

Hay imágenes del basurero, de basura quemándose, estaba lloviznando y al mismo tiempo hacía mucho calor, además había una cantidad espantosa de moscas y la gente caminaba por ahí, las vacas pasaban y llegaban garzas que antes llegaban a los esteros; todo eso con el olor era impresionante, antes era el camino para ir al estero, para ir a nadar.

 

El volumen será presentado en el IAGO

“La tierra baldía” se presentará el 28 de enero a las 18:00 horas en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), ubicado en Macedonio Alcalá 507, Centro Histórico de Oaxaca.

 

Laureana Toledo expresa que le gustaría llevar el libro a los lugares que aparecen en la obra: Ixtepec, Tehuantepec, Matías Romero, Acayucan. “Y poder abrir la conversación, en ese momento sabré si saldé la cuenta o no con el lugar que la vio crecer”.