Los pueblos antiguos de América que practicaron la momificación tienen en común la expresión de cultos determinados ante la muerte, pero también están las que surgieron por accidente: es el caso de las momias mexicanas.

 

Muchos países latinoamericanos resaltan en el mapa por la manera en la que rinden culto a la muerte. Varias de estas tradiciones, que se han vuelto populares internacionalmente, remontan a culturas y ritos precolombinos. Más allá del famoso Día de Muertos mexicano, naciones de nuestro continente tenían sus propias costumbres y técnicas para tratar a sus fallecidos, entre ellas la momificación.

 

No todo mundo sabe que en Latinoamérica también hay momias, y que no solo existían en el Antiguo Egipto. Países como Perú, Chile y México tienen hasta hoy día ejemplares de sus propias momias, mismas que revelan los secretos milenarios de diferentes tradiciones funerarias.

 

Al igual que en Egipto, las momias de América Latina pueden categorizarse en dos grupos: las momias artificiales y, por otro lado, las momias naturales. Las primeras pasan intencionalmente por un elaborado proceso funerario, y las segundas suelen ser el resultado accidental de un entierro bajo condiciones idóneas para su conservación. En ambos casos, arqueólogos e investigadores han aprendido mucho sobre las antiguas o pasadas civilizaciones que antes caminaban en el continente, gracias a estos restos humanos.

 

¿Cómo se preparaban las momias de Latinoamérica?

Aunque guardan ciertas similitudes, cada país tiene sus propias momias y también sus técnicas. En Chile, se encuentran las momias chinchorro. Datan aproximadamente del 5050 a.C., y son consideradas las más antiguas del mundo.

 

Según el Museo de Historia Natural de Valparaíso, los chinchorro fueron el primer grupo humano de la costa sudamericana que rindió culto a sus antepasados y a la muerte. Consideraban que sus momias formaban parte del mundo de los vivos, por lo que dejaban los cuerpos con los ojos y boca abiertos. Aunque la cultura chinchorro también contaba con momias naturales, es la “preparación complicada” de sus momias artificiales lo que las diferencia del resto. Según el Museo de Historia Natural, actualmente 208 momias chinchorro han sido estudiadas, 61 de ellas son de carácter natural y 147 artificiales.

 

Bernardo Arriaza, antropólogo físico chileno especializado en bioarqueología, propuso en 1994 un enfoque tipológico de las momias chinchorro. Clasificándolas según su grado de sofisticación, de mayor a menor, estas momias artificiales se dividen en momias negras, momias rojas, momias con vendajes y momias con pátina de barro.

 

Las momias negras (5000-2800 a.C.), sin presentar incisiones ni suturas, eran básicamente esqueletos reconstruidos gracias a una estructura interna de palos, amarras de fibra vegetal y modelado de ceniza. Con la aplicación final de una capa delgada de manganeso, la momia resultaba de un color negro-azulado.

 

Por su parte, el tratamiento de las momias rojas (2500 a 1500 a.C.) era muy diferente: estas eran evisceradas, rellenadas y sus incisiones cerradas. Todo el cuerpo era pintado con ocre rojo, exceptuando una peluca y una mascarilla facial, que eran negras. Finalmente, la cabeza era modelada con un casquete de manganeso, posteriormente pintado de rojo.

 

Finalmente, las momias con vendajes no son muy diferentes de las momias rojas, con la piel repuesta en forma de vendajes. Su peculiaridad es que solamente tres niños tienen este estilo de momificación, con la excepción de un adulto, mientras que el tratamiento de los otros tipos de momias fue independiente de la edad (desde fetos, hasta niños y adultos). Por su parte, para las momias con pítina de barro, era necesario desecar el cuerpo con brasas para luego aplicarle una capa de barro en todo el cuerpo.

 

La conclusión de la investigación de Bernardo Arriaza, es que la variedad de estilos de momificación, al igual que las fechas radiocarbónicas, apuntan a que varias poblaciones asincrónicas empleaban un mismo cementerio: el resultado de una larga ocupación costera, pero también una consecuencia de un reducido espacio considerado apropiado por los chinchorro para enterrar a sus muertos.

 

Perú también tiene sus propias momias. Las momias chachapoya son el testimonio de un pueblo conquistado por los incas, que recuperaron sus mausoleos y sitios funerarios, e introdujeron sus propios ritos. Varias investigaciones indican que los incas realizaban ocasionalmente sacrificios humanos, y momias como las de llullaillaco lo confirman. Al igual que estos hallazgos más aislados, las momias chachapoya revelan la tradición de momificación inca.

 

Estas momias fueron halladas en la laguna de los Cóndores, Leymebamba, en 1997, y tienen más de 500 años de antigüedad. Fueron albergadas en mausoleos construidos en las alturas de los barrancos que dan pie a la laguna, donde permanecieron ocultas en este lugar inhabitado.

 

El proceso de momificación de los chachapoya o chachapoyaincas era muy específico: para retirar el contenido estomacal, los cuerpos eran eviscerados por el ano hasta el diafragma. La piel se sometía a un proceso de curación mediante sustancias orgánicas, hasta convertirla en un cuero resistente, pero a la vez delicado y fino. También se introducía algodón en los orificios del rostro para preservar los rasgos faciales. Finalmente, el cuerpo se volvía a vestir y se manipulaba para formar un pequeño “paquete”. Según la arqueóloga y antropóloga peruana Sonia Guillén, en la mayoría de las tradiciones andinas, los muertos se depositaban de manera flexionada, esto es con las rodillas a la altura del pecho, y a veces las manos se posicionaban de manera que taparan parte del rostro.

 

“Yo creo que hay mucha subjetividad en cómo se ve el cuerpo de una momia, que es muy expresivo”, dice la doctora Guillén. Muchas personas quieren concluir que estas momias tienen una “expresión de horror”, que podría indicar que fueron enterradas vivas, lo cual no es el caso.

 

Según la especialista, estas momias simplemente se integran en el concepto que persiste en el mundo andino, que es el de la continuidad de la vida después de la muerte.

 

¿En qué son diferentes de las momias egipcias?

 

A fin de cuentas, el proceso de momificación artificial en América Latina no es muy diferente del método de momificación de los difuntos de alto rango del Antiguo Egipto, con la extracción de órganos internos y el recubrimiento del cuerpo como las dos etapas más importantes. Sin embargo, los egipcios contaban con su propia elaboración, con algunas técnicas muy diferentes y específicas.

 

En el proceso de evisceración y extracción de órganos, destaca la técnica con la que normalmente se retiraba el cerebro del cadáver: con un gancho por la nariz. Luego se limpiaba el interior del cráneo, para rellenarlo después con sustancias conservantes. Los pulmones, intestinos y el hígado se colocaban en vasijas. El corazón era el único que permanecía en su lugar, ya que los egipcios lo consideraban el centro del ser y de la inteligencia de una persona. Posteriormente, los embalsamadores cubrían al difunto con natrón, que es una especie de salinidad, para eliminar la humedad del cuerpo. Ya por último, todo el cuerpo era envuelto en cientos de metros de tiras de lino, con amuletos y oraciones escritas entre las envolturas.

 

Pero a diferencia de las momias de faraones, miembros de la nobleza y altos funcionarios, que solían ser enterrados en elaboradas tumbas, la mayoría de los cuerpos de “egipcios comunes” no pasaba por este costoso proceso, y ellos se vieron preservados accidentalmente gracias a distintas condiciones, convirtiéndose en momias naturales.

 

Según los Servicios Integrales Jurídico-Forenses (SIJU- FOR) de México, el proceso de momificación natural se da en ambientes especialmente secos y se produce con más frecuencia en los cuerpos de niños y de adultos delgados. A esto se suman las condiciones ambientales y las del propio cadáver. Asimismo, la momificación puede darse también en condiciones extremas de frío, salinidad, acidez o aridez. Un buen ejemplo de este fenómeno natural lo constituyen las famosas momias de Guanajuato, en México.

 

Se descubrieron durante la exhumación de tumbas del cementerio de Santa Paula, en dicho estado guanajuatense, de acuerdo con la práctica administrativa de la época: la política del cementerio consistía en cobrar a las familias una tasa anual de enterramiento de sus difuntos. Las autoridades daban la orden de retirar los cuerpos de los difuntos cuyos familiares ya no podían pagar la cuota, o que simplemente tampoco vivían, para liberar y que pudiera ser utilizada la tumba por otro difunto. El primer cuerpo momificado fue exhumado en el año de 1865, y la práctica continuó hasta 1958.

 

Las momias de Guanajuato, efectivamente, se crearon a partir de las condiciones favorables del subsuelo, con la presencia de nitratos y alumbre, así como el ambiente cálido y seco que contribuyó a la deshidratación rápida de los cuerpos. Muchos de éstos se encontraron notablemente intactos, conservando la piel, el pelo y en algunos casos incluso la lengua.

 

Según el Museo de las Momias de Guanajuato, se cuenta actualmente con al menos 57 momias que conforman la colección del recinto, todas exhumadas entre 1861 y el 2002. El museo explica que se trata de la colección de momias naturales más grande del mundo y ya está considerada como Patrimonio Cultural del Municipio de Guanajuato.

 

La conservación entre la tecnología y la comunidad

Manejar y monitorear los restos de las vidas de civilizaciones pasadas no siempre es una tarea sencilla. Los expertos tienen que encontrar la manera de continuar la preservación de las momias después de su descubrimiento, durante su transporte, hasta su exhibición final, tal como dice Sonia Guillén: “Todos envejecemos, las momias también”.

 

Estos procesos de preservación y cuidado de las momias son muy variados y complejos. En un artículo de Chungara, la revista de Antropología Chilena de la Universidad de Tarapacá (2001),la doctora en Tecnología Educativa, Debra Meier enlistó las consideraciones necesarias para la conservación de los restos momificados en exhibición. Desde un primer examen detallado con tomografía computarizada, hasta el diseño de vitrinas especiales.

 

El entorno anóxico, es decir, sin oxígeno, es a la vez muy eficaz y “relativamente seguro”, según la doctora Meier. Un ejemplo es la vitrina diseñada por el Instituto de Conservación Getty, en California, que utiliza nitrógeno para detener la oxidación y el deterioro microbiano de las momias expuestas. Un eficaz modelo que se ha adaptado y utilizado tanto en España como en El Cairo.

 

Por desgracia, estas vitrinas suelen ser muy costosas, y no todos los recintos museográficos de Latinoamérica cuentan con el presupuesto suficiente para permitirse un gasto así. En el caso de las momias chachapoya del Museo Leymebamba, su cuidado se realiza sin ningún aporte económico del gobierno, una tarea difícil: “Algunas veces tengo que pensar en dónde anda mi cabeza por meterme en estas responsabilidades, porque es como tener 219 hijos que tienes que ver, que no les pase nada, que estén bien”, cuenta Guillén, quien también es directora del Centro Mallqui, Amazonas, que administra el museo.

 

Para ella, la conservación de las momias no es una cuestión de desarrollo tecnológico, sino de esfuerzo y responsabilidad de la comunidad local. Todo lo relacionado a estas momias, como sus eventuales salidas del territorio peruano, se hace en consenso con los técnicos y los ciudadanos, que se consideran responsables de su patrimonio. La antropóloga habla de una “conservación social” o “participativa”, algo que considera “único, sensible y muy importante”.

 

“Estas momias no solamente son importantes porque son algo que los turistas y los locales aprecian, sino también porque nos traen diferentes respuestas del pasado a preguntas que son gravitantes en nuestra vida moderna”.