En una especie de plantas, la ausencia de polinizadores ha ocasionado que la autopolinización sea más frecuente, además de que las flores sean menos atractivas para los que quedan.

 

Hace unos 20 o 30 años, manejar por una carretera en medio de áreas verdes era sinónimo de acabar con el parabrisas lleno de cadáveres de una multitud de especies de insectos, muchos de ellos polinizadores de las plantas que crecían en los alrededores.

 

En el presente, atropellar insectos sigue siendo habitual, pero ni de cerca en las cantidades del pasado. No solo nuestros viajes han ido erradicando a los insectos, la contaminación, el uso de insecticidas en tierras de cultivo, la implementación de monocultivos, entre otras causas, ha deteriorado la biodiversidad de muchos lugares del planeta.

 

A falta de polinizadores…

Miles de especies son polinizadoras, desde grandes mamíferos, pequeños insectos e inclusive tal vez una rana, y las diferentes especies de plantas requieren distintos tipos de polinizadores para poder llevar a cabo su reproducción sexual.

Los abejorros son también importantes polinizadores, pero poco se habla de ellos.

 

La carencia de polinizadores tiene graves consecuencias, por ejemplo la afectación a la red trófica. Especies que los depredan se quedan sin alimento, las plantas disminuyen su producción de frutos y semillas que perjudica a herbívoros, etc. Además las plantas no pueden cumplir con su reproducción sexual.

 

Por si fuera poco, un estudio en Francia ha constatado un efecto adicional, que las plantas recurran a la autopolinización más frecuentemente, algo que podría poner en peligro tanto a ellas como a los polinizadores.

 

Recurriendo al amor propio

La autopolinización es una exitosa estrategia de reproducción en muchas plantas. Si bien algunas de sus ventajas son poder colonizar lugares fuera de sus áreas de distribución original o no depender de otros para completar su ciclo reproductivo también presenta algunas desventajas.

 

Por ejemplo, la variabilidad genética de una generación a otra es muy reducida, esto las hace más susceptibles a enfermedades o a cambios en el medio ambiente que podrían acabar con toda la población.

 

La preocupación por los efectos que la disminución de polinizadores pueda tener sobre la prevalencia de la autopolinización llevó a investigadores franceses a proponer un interesante experimento, utilizando semillas almacenadas desde hace 30 y 20 años.

 

Abejorros en París

La especie elegida fue Viola arvensis, una maleza conocida como pensamiento silvestre, que se reproduce tanto por polinizadores como por autopolinización. La estructura de su bella flor es indicativa de una especie polinizada por abejorros de lengua larga, como Bombus terrestris.

 

La región de París fue seleccionada como área de estudio, ya que se caracteriza por contar con un marcado descenso de polinizadores comparada con otras regiones de Francia.

 

Otros estudios citados por los investigadores indican que el 32.8% de especies de abejas están amenazadas o incluso podrían haberse extinto si se comparan los datos de antes y después de 1970.

 

Para constatar que efectivamente las plantas recurren más a la autopolinización, los investigadores sembraron semillas colectadas en la región en la década de los 90 y en la primera década de los 2000, a las que compararon con semillas recientes.

 

El objetivo fue que llegaran a floración, se reprodujeran una vez y entonces analizar la estructura de la flor de esta primera generación, además de usar abejorros para ver si había diferencias en qué plantas preferían.

 

Una diferencia sutil pero observable

Los resultados confirman que la ausencia de polinizadores ha incrementado la frecuencia con la que Viola arvensis se reproduce con su propio polén y óvulos. A su vez, la estructura de la flor, aunque poco, ha cambiado.

 

Cuando una especie comienza a recurrir más a la autofertilización su flor se caracteriza por ser menos atractiva - menos olor o color -, menor producción de “recompensas” - como puede ser el néctar - y sus partes cambian de forma o se ven reducidas - corola y tamaño de pétalos -, además de que la distancia entre órganos masculino y femenino - una característica que ha evolucionado para prevenir la autofertilización - también se ve disminuida.

 

Todas estas características fueron observadas en las flores de las plantas más recientes pero no en las anteriores, es decir, es un cambio genético, no es que sea algo ambiental que la planta “decida” en cada floración.

 

En comparación, las plantas de hace 20 y 30 años mantuvieron su “forma básica”, con más néctar, olor, y estructuras para facilitar la fertilización. Esto se comprobó gracias a los abejorros, que prefirieron a estas plantas sobre las más actuales.

 

Estas modificaciones a las flores es lo que se espera en un ambiente cada vez más carente de polinizadores y que puede tener graves afectaciones para los animales debido a que habrá menos alimento y más competencia. Mientras que para las plantas puede representar un riesgo en su diversidad genética.

 

Esto no es algo que necesariamente preocupe a Viola arvensis, ya que debido a que su misma autofertilización es común, no sufrió de ningún perjuicio genético por ello - algo que sorprendió a los investigadores -.

 

Sin embargo, muchas otras especies de plantas podrían comenzar a seguir la ruta del amor propio, pero si su salud comienza a deteriorarse por ello, entraremos en un círculo vicioso en el que tanto plantas como animales sufriremos las consecuencias.

 

Referencias:

Samson Acoca-Pidolle, et al. 2023. Ongoing convergent evolution of a selfing syndrome threatens plant–pollinator interactions. New Phytologist. DOI: 10.1111/nph.19422