Mujeres, guardianas de tradiciones y protagonistas en una tierra milenaria, desempeñaron roles esenciales tanto en el hogar como en la sociedad. Desde su empoderamiento en los templos hasta su influencia en los asuntos cotidianos. Explora las voces silenciadas y las historias resonantes que han dejado huella en Mesopotamia.

 

zibtum, Kun-Simat, Nidintu, Baranamtara, Šibtu, Zakûtu, Adad-guppi, Zamena, Ganatum... Así se llamaban algunas de nuestras antepasadas, que vivieron hace entre 4500 y 2500 años en la antigua Mesopotamia. De algunas conocemos sus profesiones, podemos leer su correspondencia privada e incluso saber si su funeral estuvo muy concurrido. Muchas de ellas fueron madres y esposas, pero también escribas, tejedoras o gobernantes. Algunas fueron ricas, otras extremadamente pobres.

 

Algunas envejecieron con buena salud, otras murieron muy jóvenes, quizás a causa de malnutrición o de la complicación en un parto. Acercarnos a ellas y descubrir cuán diversas fueron las vidas de estas mujeres es posible gracias al trabajo minucioso de quienes se dedican a estudiar vestigios como textos, joyas, esqueletos o relieves hallados en yacimientos de los actuales territorios de Irak y de Siria. Su labor nos permite rescatar del olvido las voces y los testigos de las mujeres de carne y hueso de pasado.

 

Lujo y sofisticación: el mundo de la mujer mesopotámica

 

Los palacios en la Mesopotamia antigua no solo eran centros políticos sedes de la realeza, sino sobre todo centros administrativos, económicos y productivos. Numerosos textos y hallazgos arqueológicos documentan la vida en los palacios y nos permiten atisbar que las mujeres que habitaban en ellos gozaban de condiciones materiales muy distintas: reinas y princesas, por supuesto, pero también mujeres capturadas en tierras lejanas como botín de guerra que ingresaban en estos palacios como mano de obra.

 

Mientras que las primeras se asocian con joyas y lujo, a las segundas se las vincula con deportaciones y la obligatoriedad de llevar a cabo tareas de todo tipo.

 

En cuanto a las reinas y princesas, los dos hallazgos más espectaculares son sin duda los conjuntos de joyas encontrados en Ur y en Nimrud, dos enclaves situados, respectivamente, en el sur y en el norte del actual Irak.

 

Se trata de joyas de diseño exquisito, con un derroche de oro y cantidades nada despreciables de lapislázuli, una piedra semipreciosa, de color azul, procedente del actual Afganistán y muy apreciada en Mesopotamia. El primero de estos conjuntos, que contiene básicamente pendientes, decoraciones para el pelo y collares, se fecha hacia el 2500 a. C.

 

Fue hallado por el equipo liderado por el arqueólogo británico Leonard Woolley en 1928 en la sepultura de la dama Puabi, en el que se conoce como cementerio real de Ur por la riqueza de los ajuares, pese a que no puede confirmarse que hubiera reyes o reinas en las sepulturas. El segundo conjunto de joyas es muy posterior (ca. 870-700 a. C.) y se halló como ajuar en las sepulturas de reinas que se encontraron debajo del palacio que Assurnasirpal II (rey entre 883 y 859 a. C.) construyó en Nimrud.

 

Gracias a las inscripciones presentes en algunos objetos, hasta ahora se han identificado cinco nombres de reinas que muy posiblemente se corresponden con algunos de los cuerpos de estas sepulturas: Mullissu-mukannišatninua, Hamâ, Iabâ, Banitu y Atalia. El conjunto de joyas que las acompañaba, mucho más numeroso que el hallado en Ur y fechado prácticamente 2000 años antes, incluía coronas, pendientes, espejos, collares, apliques para la ropa y ajorcas.

 

Este conjunto fue hallado en 1988-1989 por un equipo liderado por el arqueólogo iraquí Muzahim Mahmoud Hussein. La guerra del Golfo primero (1990-1991) y la guerra de Irak después (2003-2011) han imposibilitado que estas joyas estén completamente catalogadas y estudiadas, pese a que se trata de un hallazgo de gran relevancia.

 

Estos dos hallazgos muestran que, en su imagen pública, las reinas y princesas mesopotámicas se presentaban ataviadas con vestidos elaborados y joyas ostentosas. Sin embargo, el brillo de las joyas, siempre deslumbrante, no debe llevarnos a pensar que estas mujeres eran irrelevantes a nivel político o intelectual y que se las valoraba solo por su imagen. Tenemos bien atestiguada la vinculación de las reinas con centros de gestión de ganado o producción de tejidos y calzado, por ejemplo.

 

Además, su educación era cabal: no se esperaba de ellas que fueran simples «floreros». Así lo demuestra una carta que Libbali-šarrat, esposa del rey Assurbanipal (que reinó entre 668 y 630 a. C.) recibió de su cuñada amonestándola por no aplicarse lo suficiente en sus prácticas de escritura. «¿Por qué no practicas con tu tablilla de ejercicios?», la reprendía.

 

Tanto en el caso del cementerio real de Ur como en el de las reinas de Nimrud se han realizado análisis de los huesos que han permitido establecer las edades aproximadas del deceso, y también si había patologías que ayudaran a establecer la causa de la muerte, algo que no se ha podido desvelar en ningún caso.

 

Puabi, la dama de Ur de mediados del iii milenio a. C., tenía unos 40 años cuando murió, mientras que las reinas de Nimrud del i milenio a. C. tenían edades que oscilaban entre los 20 y los 55 años. Ha llamado la atención de quienes se dedican a la arqueología que todas las reinas de Nimrud presentaran patologías dentales. Cuáles pudieron ser las causas o las consecuencias de las mismas requerirá futuras investigaciones.

Viviendo con pocos recursos: las mujeres pobres en Mesopotamia

 

Pero no todas las mujeres de palacio eran ricas y de alta alcurnia. Tanto en documentos administrativos como en correspondencia entre miembros de la familia real se mencionan mujeres que eran prisioneras de guerra y que entraban a formar parte del contingente de la mano de obra de estos centros. Estas mujeres llevaban a cabo tareas tan diversas como la molienda, el tejido o incluso la amenización de algunas veladas con canto y música.

 

En los textos de finales del iii milenio a. C. con listados de mano de obra se incluyen, en ocasiones, prisioneras de guerra de las que conocemos nombre propio, si tenían hijos o hijas, si estos eran o no lactantes y a qué sector productivo se las destinaba. Esta información era relevante para el palacio, que destinaba unos pagos mínimos en forma de cebada para cada una de estas mujeres y para su descendencia.

 

Vemos por lo tanto que, aunque el grado de dependencia de estas mujeres respecto al palacio era elevado y su grado de libertad muy bajo (debido a su origen como botín de guerra), se las contabiliza para el pago con cebada, algo que nos permite confirmar que todas las personas que vivían en palacio o que trabajaban para él recibían una compensación para su manutención, fuera cual fuera su rango.

 

También en algunas cartas de inicios del ii milenio a. C. entre miembros de la familia real de la antigua ciudad de Mari, en la actual Siria, se habla del destino laboral de las mujeres reclutadas como botín de guerra.

 

Este es el caso de una carta que el rei Zimrî-Lîm (1775- 1762 a. C.) manda a su esposa Šibtu pidiéndole que elija 30 mujeres que inicialmente habían sido destinadas a tareas de tejido para que fueran a partir de aquel momento las encargadas de la amenización musical del palacio. Para ello se especifica que recibirán formación musical, y también que no deberán tener «ningún defecto de la uña del pie a la punta del cabello».

 

Precisamente para conservar su buen aspecto físico la reina Šibtu debía velar para que estas mujeres recibieran unas buenas «raciones de alimentos para que no se altere su belleza». Por qué las futuras músicas y cantantes debían tener buen aspecto físico es algo que ha dado lugar a interpretaciones diversas, algunas de ellas vinculadas con la posible petición de servicios sexuales por parte del rey.

 

Sin embargo, ningún texto lo atestigua, y siempre debemos tener cautela con las hipótesis que presuponen la disponibilidad e incluso la obligación sexual de las mujeres, sea cual sea su condición social, en el mundo antiguo.

Relaciones intimas en la vida mesopotámica

 

Textos e imágenes atestiguan la importancia que se confería a los placeres de la carne en la Mesopotamia antigua. Canciones de temática amorosa, encantamientos para avivar la potencia sexual masculina o placas de terracota con escenas de sexo son buena muestra de ello.

 

A diferencia de lo que sucederá en culturas antiguas posteriores, no hay una visión negativa de la sexualidad y tampoco un vínculo exclusivo de la sexualidad con la reproducción. Esto no significa, sin embargo, que se practicara el «amor libre»: las relaciones sexuales se regulaban en un marco social y jurídico en el que el adulterio era castigado, como bien muestran algunos textos legales. Pero empecemos con el placer antes de pasar al castigo.

 

En los textos literarios la protagonista es a menudo la diosa Inana (en sumerio) o Ištar (en acadio), una de las divinidades más poderosas del panteón mesopotámico. Inana es una diosa astral identificada con el planeta Venus, además de señora de la guerra y del amor carnal. En estos textos se ponen en boca de Inana metáforas agrícolas de claro contenido sexual, como por ejemplo: «mi vulva, una elevación regada y abierta, yo que soy una doncella, ¿quién la regará?».

 

No solo la literatura era tan explícita, también lo eran las imágenes. Especialmente destacable en este sentido es un conjunto de placas de terracota de inicios del ii milenio a. C. en las que se muestran parejas heterosexuales manteniendo relaciones. Las escenas son básicamente de dos tipos: vistas cenitales de una cama con la pareja desnuda mirándose mientras practica sexo y escenas de coito a tergo.

 

En estas últimas es habitual que en la escena se incluya una jarra de cerveza de la que bebe la mujer mientras practica sexo. En algunas ocasiones también se incluyen instrumentos musicales que tocan los dos amantes. Así pues, estas escenas sugieren una asociación de música, alcohol y sexo, tres elementos que configuran así un ideario lúdico.

 

El debate sobre si estas escenas son de prostitución o no está abierto entre los y las especialistas, aunque hay que notar que la falta de contexto arqueológico de una parte importante de las terracotas y la ausencia de inscripciones dificultan que pueda hacerse tal afirmación. Además, debe siempre evitarse confundir sexo con prostitución, puesto que, aunque tienen obvios puntos de contacto, no son ni mucho menos conceptos intercambiables.

 

Pero no todo lo relacionado con el sexo era tan festivo: el adulterio se castigaba con duras penas tanto para el hombre como para la mujer. Así se recoge en textos legales como el famoso Código de Hammurabi (1792-1750 a. C.): «Si la esposa de un hombre es sorprendida acostada con otro varón, que los aten y los tiren al agua; si el marido le perdona a su esposa la vida, el rey le perdonará también la vida a su súbdito» (ley 129).

 

O también en las que se conocen como las Leyes Asirias Medias (en la copia conservada de ca. 1500 a. C.): «Si un hombre se acuesta con la esposa de otro hombre —bien en una taberna, bien en la calle— aun sabiendo que es la esposa de otro hombre, que le hagan al fornicador lo que diga el hombre que le hagan a su esposa. Pero si se hubiera acostado con ella sin saber que era la esposa de un hombre, el fornicador es inocente; el hombre se lo probará a su mujer y hará con ella lo que le plazca» (ley A 14).

 

Vemos que en este segundo ejemplo la taberna es de nuevo el escenario para el sexo, reforzando la asociación entre sexo y consumo de alcohol que apuntábamos anteriormente. Además, es interesante que en las dos leyes se insista no en las relaciones sexuales, sino en el hecho de que los amantes fueran descubiertos (en el primer caso) o de que el hombre supiera de la condición de casada de la mujer. Cuando los textos insisten en lo que no debía suceder, ¿no nos estarán señalando precisamente lo que debía acaecer con frecuencia?

El mundo laboral de las mujeres: de nodrizas a transportistas de ladrillos

 

Como es de suponer, el regocijo de la taberna y del sexo no debía ocupar todo el tiempo de los hombres y de las mujeres de Mesopotamia. Para la mayoría, el trabajo —en sus distintas modalidades—, debió acaparar el día a día. Se cuenta con numerosos textos que registran mujeres identificadas con un título profesional o una categoría laboral acompañada de una tarea concreta: nodrizas, escribas, molineras, ganaderas, músicas, transportistas de ladrillos, tejedoras o hilanderas son algunas de estas profesiones.

 

Estas se atestiguan en listas en las que se indica la tarea que debían llevar a cabo y la recompensa que, por parte de templos o palacios, los grandes empleadores «públicos» recibirían, habitualmente en forma de pago mensual de cebada y ocasionalmente de otros elementos como frutas, pescado o lana.

 

Estas listas, sumamente sintéticas, son documentos administrativos que registran los elementos básicos de contabilidad y organización de la producción, como vemos en algunas líneas extraídas de un texto de finales del iii milenio a. C.: ≪134 trabajadoras cobran 30 litros cada una; 4 trabajadoras viejas cobran 20 litros cada una; 19 niños/niñas cobran 20 litros cada uno/a; 1 trabajador viejo, portero, cobra 50 litros≫.

 

Vemos como lo que se cobra es variable en función de la edad (se especifica la mano de obra de edad avanzada y también la infantil), del sexo y del cargo, un elemento que en el caso de las mujeres puede no ser explicito, pero que puede inferirse observando la variación de los pagos respecto al estándar.

 

Así es interesante destacar que el estándar de una mujer adulta sin cargo especifico o profesión especialmente valorada era de 30 litros de cebada mensuales, mientras que el estándar para los hombres en la misma situación era de 60. El diferencial salarial, por lo tanto, era ya una realidad en aquel entonces.

Vejez, dependencia y cuidados

 

Puesto que existen listas de los templos y palacios que registran pagos a trabajadoras viejas y a trabajadores viejos, significa esto que en la antigua Mesopotamia quienes habían trabajado para estas instituciones y dependían de ellas en términos de subsistencia ¿percibían algo similar a una pensión de jubilación?

 

Quizás sea demasiado atrevido contemplar la existencia de un subsidio de este estilo, pero está claro que hay una clara conciencia de lo imperativo de cubrir las necesidades materiales de la vejez, como la hay también de la dependencia y de los consiguientes cuidados imprescindibles en esta etapa de la vida.

 

El cuidado de las personas mayores, que implicaba básicamente que estas estuvieran bien alimentadas y vestidas, solía ir a cargo de hijos e hijas. Cuando no había descendencia biológica, adoptar a una persona, habitualmente adulta, era una opción.

 

Esta práctica está bien atestiguada en documentos legales en los que una mujer nadītum (termino con el que se conoce a un tipo de mujer consagrada a una divinidad en acadio), que por ley no debía concebir, adopta a otra mujer que, a cambio de cuidarla en su vejez, heredaría su profesión y sus bienes.

 

Las palabras usadas para formalizar esta relación madre-hija revelan que no se diferenciaba entre filiación biológica y filiación derivada de una adopción, formulada en estos términos: ≪La muchacha de nombre Ma artum es (ahora) la hija de Lamassi, sacerdotisa nadītum de Šamaš. Lamassi, sacerdotisa nadītum de Šamaš, la ha purificado. Mientras viva Lamassi, sacerdotisa nadītum de Šamaš, su hija Ma artum debe mantenerla; después pasara a pertenecer al dios Šamaš≫.