El uso de la mascarilla se ha convertido en una medida indispensable durante la pandemia, pero también en una fuente de contaminación ambiental. Un estudio reciente revela el impacto de las mascarillas desechadas en el suelo y el agua, y los riesgos que suponen para la salud y la biodiversidad.

 

Desde que a inicios del año 2020 dio comienzo la última gran pandemia, el mundo ha cambiado bastante. Ciertos comportamientos típicos de poblaciones asiáticas, que en el occidente prepandémico se consideraban extrañas, alarmistas e incluso ridículas, como llevar mascarilla en el transporte público o cuando se tienen síntomas respiratorios, hoy se reconocen como sensatas y hasta recomendables para cualquiera que esté resfriado. Actualmente, la investigación biomédica, el desarrollo de vacunas eficaces, la seguridad en el análisis de estos productos y la importancia de la adopción de medidas preventivas son temas que no solo preocupa a la comunidad científica y médica, sino sobre los que la mayoría de la población se ha sensibilizado —a pesar de las posturas negacionistas, muy ruidosas aunque minoritarias—.

 

Sin duda, todo lo sucedido en los últimos años ha cambiado la forma de percibir la importancia de la salud pública, pero también ha incorporado una nueva dimensión al impacto humano sobre el medio ambiente. Un nuevo tipo de residuo, antes anecdótico, se ha generalizado: las mascarillas de un solo uso.

 

El impacto ambiental de las mascarillas

Según Gideon Aina Idowu, investigador de la Universidad Federal de Tecnología de Akure, Nigeria, y colaboradores, hasta 1,24 billones de mascarillas han terminado desechadas en el medio natural desde principios de 2020 hasta enero de 2023, fecha en que se publicó su estudio en la prestigiosa revista Environmental research.

 

Las mascarillas, a menudo fabricadas con materiales sintéticos como el polipropileno, tardarán décadas, e incluso siglos, en descomponerse en el medio ambiente. En el proceso de desintegración, liberan microplásticos y otros contaminantes en el suelo y en el agua.

 

Estos microplásticos, como ya hemos indicado más veces en Muy Interesante, representan una amenaza para la biodiversidad, porque pueden ayudar a la propagación de enfermedades, ser ingeridos por animales terrestres y acuáticos, asimilados por las plantas e incorporados a las redes tróficas, afectando a todo el ecosistema. Incluso se han hallado partículas de microplásticos en la sangre humana.

 

Además de los microplásticos, los investigadores destacan otros problemas asociados a estos residuos: la liberación de sustancias altamente contaminantes, especialmente metales pesados y disruptores endocrinos. Entre los primeros, destacan el cadmio, el arsénico, el estaño y el plomo,sobre todo, el cobre y el hierro. Estos metales aparecen en el tejido de las mascarillas en concentraciones extremadamente bajas, trazas que permanecen tras el proceso de fabricación, donde se emplean como catalizadores, y que no suponen un riesgo para la salud del usuario. Más significativo es el clip de metal de la mayoría de mascarillas para ajustarse en la nariz, que raras veces se separa del residuo general. Según los investigadores, este puede ser el origen de la mayor parte de la contaminación por metales pesados. No obstante, incluso las trazas que parecen insignificantes dejan de serlo con una cantidad de mascarillas desechadas tan elevada.

 

En cuanto a disruptores endocrinos, los encontrados en mayor concentración son los ésteres ftalatos. Hay cuatro cuya concentración hallada en suelos contaminados con mascarillas han resultado preocupantes para los investigadores: el dibutil ftalato, el di(2-etilhexil) ftalato, el dietil ftalato y el di-sec-butil ftalato. Aunque aún no existen unos estándares de concentración a partir de los cuales considerar peligrosos estos compuestos , un estudio del año 2000 liderado por van Wezel propuso unos valores de concentración para los dos primeros compuestos de 0,7 y 1 miligramo por kilo, ampliamente aceptados por la comunidad científica. La concentración de estos ftalatos hallada por el equipo de Idowu supera en más de 11 veces los valores de seguridad propuestos por van Wezel.

 

 

¿Qué soluciones tiene este problema?

El problema planteado no es fácil de solucionar. Las mascarillas representan una herramienta imprescindible para limitar la expansión de enfermedades infecciosas y prescindir de ellas no es buena idea. Pero la eliminación inadecuada de las mascarillas crea un ciclo de contaminación difícil de revertir, por lo que la gestión adecuada de estos residuos se ha convertido en un desafío ambiental crucial.

 

Ante esta creciente preocupación, un enfoque interesante propuesto por un grupo de investigadores, liderado por Erh-Jen Hou, de la Universidad Nacional de Taiwan, es la aplicación de la economía circular: reducir, reutilizar y reciclar materiales, en lugar de desecharlos. En este contexto, el estudio, publicado en la revista Sustainable Materials and Technologies, sugiere que la producción de mascarillas lavables y reutilizables, a partir de materiales biodegradables o reciclados, es viable como solución efectiva. Serían mascarillas más duraderas que, por un lado, reducirían la cantidad de residuos y su persistencia en el medio y, por otro, la demanda constante de recursos naturales.

 

Puede que aún estemos lejos de hallar el material óptimo que permita desarrollar los tejidos adecuados desde el punto de vista medioambiental y mantenga intacta la capacidad de filtración de las mascarillas actuales, pero como decía el gran Arthur C. Clarke, la única posibilidad de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá, hacia lo imposible.