Las ratas son animales que despiertan tanto admiración como repulsión, dependiendo de cómo se las mire. Pero lo que quizás no sepas es que estas criaturas tienen una vida emocional muy rica y compleja.

 

Probablemente la rata es uno de los animales que presenta más claroscuros para la comunidad científica. Por un lado, ha sido protagonista de grandes plagas, que en ocasiones causa grandes pérdidas socioeconómicas; transmite enfermedades y presenta un comportamiento invasor en muchos lugares. Pero, por otro lado, es un animal imprescindible en la investigación biomédica y ha mostrado también una gran capacidad de empatía, cohesión social y una inteligencia muy alta.

 

La rata como animal emocional

Durante mucho tiempo, se consideró el comportamiento de la rata impulsado únicamente por sus instintos más básicos: la búsqueda de alimento y la supervivencia. Sin embargo, la realidad ha demostrado que estos roedores poseen un elevado grado de inteligencia, un talento especial para resolver problemas, cierto pensamiento matemático, una capacidad asombrosa de abstracción, y de sentir emociones complejas. Y todo eso ha despertado, desde hace décadas, la curiosidad de los investigadores.

 

Uno de los fenómenos más fascinantes observados en el comportamiento de la rata tiene que ver con su capacidad de experimentar emociones como la alegría o la frustración, una cualidad ligada desde siempre al ser humano. Pero descubrir tal cosa no fue sencillo, al fin y al cabo, no conocemos ninguna forma de comunicarnos eficientemente con las ratas para escuchar lo que piensan o sienten. Los investigadores tienen que llevar a cabo experimentos —sobre todo, a través del juego— para, después, interpretar los resultados, con la precaución de no caer en un sesgo de antropomorfización.

 

Probablemente, la investigación más relevante en este sentido fue la que realizaron los investigadores, liderados por la investigadora Annika Stefanie Reinhold, del Centro Bernstein para la Neurociencia Computacional de la Universidad Humboldt en Berlín, Alemania, en el año 2019, y que se publicó en la prestigiosa revista Science.

 

El juego del escondite

Para comprobar los estados emocionales de las ratas, la forma más adecuada —y ética— de hacerlo es mediante juegos. Reinhold y sus colaboradores llevaron a cabo una serie de experimentos en los que las ratas jugaban al escondite con los seres humanos. Lo que descubrieron fue sorprendente.

 

En estos juegos de escondite, las ratas aprendieron a alternar entre el rol de buscador y el de latebroso —el que se esconde—, y experimentaron distintas emociones, en función del resultado de cada ronda. Emociones que los investigadores pudieron medir.

 

Cada vez que una rata hallaba con éxito a la persona que se escondía, emitían vocalizaciones en el espectro de los ultrasonidos, que los investigadores interpretan como risas —sí, las ratas se ríen—, y comportamientos juguetones, que se asocian con la diversión y la satisfacción. Sucedía lo mismo cuando la rata era encontrada por el ser humano.

 

Sin embargo, cuando la rata buscadora era incapaz de hallar al ser humano o este incapaz de encontrar a la rata escondida, experimentaban frustración. En estos casos, los investigadores esperaban que la rata se limitase a recibir su premio —tras cada juego se les recompensaba con un pedazo de comida muy sabrosa—, pero al contrario, la rata volvía a esconderse, buscando prolongar el juego. Como si quisiera dar una segunda oportunidad al investigador para ser encontrada. Este comportamiento indicó al equipo de Reinhold que la rata no solo buscaba la recompensa alimenticia, sino que disfrutaba del juego.

 

¿No se estará antropomorfizando a la rata?

Una de las dificultades habituales en ese tipo de estudios es el riesgo de atribuir emociones humanas a la rata. Las emociones, per se, son algo extraordinariamente subjetivo, y ni siquiera los seres humanos las sentimos igual. Pero lo cierto es que estas emociones tienen una base neurológica que sí puede estudiarse de forma objetiva.

 

En los humanos, la corteza prefrontal, y específicamente, la región ventromedial está directamente asociada con los comportamientos sociales y el juego. Estas zonas son las que, de distintas formas, se activan cuando sentimos alegría o frustración —y lleva asociadas descargas de hormonas diferentes—. Estos hechos permitieron a los investigadores hacer una comparación más rigurosa que la basada exclusivamente en el comportamiento, tan fácil de malinterpretar.

 

Los registros en la corteza prefrontal ventromedial de las ratas revelaron una actividad neuronal específica en distintas fases y eventos del juego del escondite, y distintas en cada resultado. El mismo tipo de actividad neuronal que la que se observa en humanos, y con el mismo tipo de codificación.

 

No sabemos cómo sienten la alegría y la frustración estas ratas —ni si todas lo sienten igual o hay cierta divergencia—, pero dado que ni nosotros mismos sabemos cómo sienten alegría o la frustración las personas que nos rodean, hacerse esa pregunta no parece muy pertinente. Lo que sí sabemos es que las ratas experimentan esas emociones ante un mismo tipo de estímulo —sea alegre o frustrante—, y que los mecanismos neuronales activados en cada caso son, también, los mismos.

 

Aún queda mucho por aprender sobre las emociones de las ratas y cómo se comparan con las nuestras. Lo que sí se sabe, gracias a este tipo de estudios, es que las ratas, al igual que otros animales, tienen una vida emocional que va más allá de lo que solemos imaginar. Este conocimiento nos desafía a ser más conscientes de nuestro impacto en el mundo animal y a considerar cómo nuestras acciones pueden afectar a estas criaturas sorprendentemente complejas.