La Zona de la Muerte del Everest comienza a partir de los 8 mil metros, una altura que pone en grave riesgo la salud de los escaladores.

 

Cuando los alpinistas llegan a los 8 mil metros de altura en el Monte Everest, su cuerpo, literalmente, comienza a morir poco a poco. Esto se debe a la poca cantidad de oxígeno que sus pulmones reciben a ese nivel. Llegar a dicha altura es lo que se conoce como la Zona de la Muerte del Everest, en el mundo del alpinismo.

 

En esta parte del Everest, la cumbre más ansiada por los principales alpinistas de todo el mundo, el cerebro y los pulmones carecen de oxígeno, aumenta el riesgo de infarto, y la capacidad de juicio se deteriora rápidamente.

 

El Everest es el punto más alto de la Tierra, con una cima de 8.850 m. Se encuentra en la frontera entre Nepal y la Región Autónoma del Tíbet (China). Fue a partir de 1921 que el monte comenzó a estar en la mira de escaladores de todo el mundo hasta que el neozelandés Edmund Hillary y el nepalí Tenzing Norgay lo lograron en 1953.

 

La Zona de la Muerte y sus efectos en los alpinistas

En la Zona de la Muerte, los alpinistas tienen la respiración y el pulso mucho más acelerados, ya que sus cuerpos intentan obtener más oxígeno. Además, no son capaces de digerir bien los alimentos, a veces ni siquiera tienen hambre, duermen mal y su pensamiento es confuso.

 

Estos síntomas son manifestaciones de la falta de oxígeno (hipoxia) en los tejidos corporales, lo que dificulta cualquier esfuerzo y toma de decisiones.

 

El oxígeno suplementario puede aliviar parcialmente los efectos de la hipoxia, pero también puede ser un problema adicional si el alpinista se acostumbra al oxígeno y luego se queda sin él en la Zona de la Muerte del Everest.

 

 “Tu cuerpo se descompone y, básicamente, se muere”, explica Shaunna Burke, una alpinista que hizo cumbre en el Everest en 2005, a Business Insider. “Se convierte en una carrera contrarreloj”.

 

Pasar varias horas en la zona de la muerte puede ser uno de los peores errores para los alpinistas. Así lo demuestra lo ocurrido el 22 de mayo de 2019, fecha en la que 250 alpinistas intentaron llegar a la cumbre y muchos tuvieron que hacer cola para subir y bajar, informó The Kathmandu Post. Ese día perecieron 11 personas, quizás debido a las horas extra en la zona de la muerte, aunque realmente es difícil determinar las causas específicas de cada muerte.

 

Para darnos una idea de lo que representa estar en la Zona de la Muerte del Everest, hay que hacer la siguiente comparación: a nivel del mar, el aire contiene aproximadamente un 21% de oxígeno. A altitudes superiores a los 3.000 metros, los niveles de oxígeno son un 40% más bajos.

 

Locura a 8 mil metros sobre el nivel del mar

Ya decíamos que la hipoxia es uno de los grandes peligros a los que se enfrentan los alpinistas en la Zona de la Muerte del Everest. La falta de oxígeno conlleva que el cerebro empiece a hincharse, provocando una afección denominada edema cerebral de gran altitud (HACE, por sus siglas en inglés). Esta inflamación puede provocar náuseas, vómitos y dificultad para pensar y razonar.

 

Un cerebro sin oxígeno puede hacer que los alpinistas olviden dónde están y entren en un delirio que algunos expertos consideran una forma de psicosis. Por ello no es raro ver a alpinistas que hagan cosas extrañas, como empezar a quitarse la ropa o hablar con amigos imaginarios.

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La importancia de la aclimatación

Los alpinistas arriban a las inmediaciones del Everest hasta con semanas de anticipación antes de lanzarse a la conquista de la cima. Esto se hace con la intención de aclimatarse y que su cuerpo se habitúe a la altura del lugar.

 

Por norma habitual, las expediciones realizan al menos tres ascensiones desde el campo base del Everest, subiendo unos cuantos miles de metros en cada una de ellas antes de intentar alcanzar la cima. Los grupos de alpinistas se hacen acompañar de los sherpas, nativos de la zona que fungen como guías en los ascensos a la montaña más alta del mundo.

 

Durante ese periodo, el cuerpo empieza a producir más hemoglobina (la proteína de los glóbulos rojos que ayuda a transportar el oxígeno de los pulmones al resto del cuerpo) para compensar.