Para los talibanes, las mujeres no pueden estudiar, reír, mostrar la piel o expresar su opinión. De lo contrario, se enfrentarán a castigos como la amputación.

 

Las mujeres no siempre usaron burqa en Afganistán. Antes de la década de los 90, las afganas podían estudiar, salir a la calle solas y mostrar sus rostros como mejor les pareciera. Hoy, después de 20 años de hostilidades bélicas propulsadas por una administración fundamentalista, las mujeres han perdido sus derechos frente al régimen talibán.

 

En pleno 2021, el control talibán de Afganistán volverá a hacer que salgan únicamente con un permiso escrito de sus esposos sin mostrar un sólo pedazo de piel. Bajo el control de un Estado todavía más radicalizado, dispuesto a terminar con las formas amorales de Occidente, el poco terreno que se ganó en los años de paz promete desmoronarse pronto. El miedo por las represalias a las acciones ‘rebeldes’ ha logrado asfixiar el ánimo de revolución social que les había ganado terreno durante tantos años.

 

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No todo empezó el 9/11

 

A diferencia del tratamiento de otros medios, el problema de violencia de género en Afganistán no empezó con la caída de las Torres Gemelas. Por el contrario, la represión extrema que se imprime en las mujeres bajo el régimen Talibán tiene raíces profundas en un marco de referencia religioso fundamentalista. En éste, el lugar de las mujeres con respecto a los varones no sólo está desfavorecido, sino que las relega a un rol social de poco menos que de servidumbre.

 

Esto no es así porque los versos de El Corán, el libro sagrado de la tradición islámica, establezca que las mujeres son menos frente a Dios. Por el contrario, las escrituras sagradas de esta fe ponen en el mismo lugar a las personas ante la divinidad, porque todas vienen del mismo origen. La anulación de las libertades y derechos de las mujeres, por tanto, no tiene un origen divino para los musulmanes.

 

Sin embargo, las interpretaciones extremistas que se le inculcan a los soldados desde pequeños hacen que ellos verdaderamente crean que las mujeres no pueden estudiar, reír, mostrar la piel o expresar su opinión. Bajo la lógica de que estas acciones son pecaminosas, las mujeres afganas han sido privadas de su derecho de estudiar, manifestarse y expresar su identidad como les plazca. No se diga de ejercer una libertad sexual. Frente a la represión del talibán, la liberación del clítoris parece una meta meramente mediática.

 

Sin burqa, sin espacio en la sociedad

 

El uso y entendimiento de la burqa no es universal para todo el mundo árabe. Es demasiado extenso, se ha sincretizado demasiado. Por tanto, no es lo mismo ser una mujer que utiliza burqa en Israel por convicción que una que vive esclavizada a ella en Afganistán. Bajo la premisa de que mostrar el cuerpo frente a otros hombres es pecaminoso, las mujeres afganas han de ceder su libertad de expresión de género al régimen talibán.

 

Esto sucedió en la década de los 90, cuando la administración islámica fundamentalista tomó el poder en el país. Aquellas que se rehusaron a utilizar la burqa fueron asesinadas en serie, como miembros dispensables de la sociedad. En contra de su voluntad, las que apreciaron más su vida que sus convicciones políticas optaron por guardar silencio, y cubrirse el cuerpo bajo un rito que ni siquiera sentían propio.

 

El uso de cosméticos, reír en voz alta, lavar la ropa en vías públicas o ríos, el uso de pantalones acampanados, hacer ejercicio o incluso figurar en fotografías impresas en revistas están entre las medidas de represión que el régimen talibán ha impuesto a las mujeres afganas. De desobedecer o ser sorprendidas en situaciones de riesgo, podrán ser potencialmente azotadas, insultadas o asesinadas en el acto.