Miles de mujeres surcoreanas son vigiladas 24/7 y expuestas sexualmente por cámaras ‘molka’.

 

“Mi estilo de vida no es tu porno“, denuncian las mujeres surcoreanas. Están hartas. A diferencia de lo que pasa con los dispositivos personales en Occidente, donde tenemos la sospecha de que Siri nos escucha, o un agente de la FBI nos mira a través de la cámara de la computadora, ellas tienen la certeza de que el Estado las está observando mientras tienen relaciones sexuales. No en la vía pública. No en hoteles. No en sus trabajos. En sus propias casas. Así opera ‘molka’: una red de acoso cibernético impune en Corea del Sur.

 

Abuso de poder, control y privacidad

 

Los casos se elevan a más de un millar de víctimas. Incluso en los entornos laborales, esta presión se ejerce sin que ellas se den cuenta. Un testimonio de una mujer que forma parte del informe de la ONG Human Rights Watch lo ejemplifica con su experiencia personal. Su empleador le regaló un reloj inteligente de Google. Al llegar a casa, se lo quito y lo dejó en la sala. Al día siguiente, su jefe le dijo que si no lo quería, podía devolvérselo.

 

“Me pareció extraño, así que busqué en Google el reloj y descubrí que era de un tipo especial”, explicó Lee Ye-rin a Human Rights Watch. Resultó ser que el dispositivo tenía una cámara espía integrada, que la podría vigilar en sus horas íntimas en casa. Incluso cuando no estaba teniendo relaciones sexuales, su jefe podría observarla las 24 horas del día —siempre que trajera el reloj puesto.

 

Cuando buscó el reloj en línea, Ye-rin se dio cuenta de que se publicitaba como la mejor alternativa “para ver incluso en la oscuridad“. Cuando presentó su caso ante un fiscal, éste se mostró sorprendido de que hubiera encontrado exactamente la marca, “entre la variedad de modelos que hay”. No le creyeron.

 

Fueron meses sin sueño y lágrimas. Ya no se sentía segura ni siquiera en su propio cuarto. La angustia la llevó a un límite insostenible, y empezó a medicarse. Su psiquiatra la diagnosticó con trastorno depresivo y de ansiedad. Para entonces, los medios nacionales ya denunciaban estas dinámicas de abuso de poder. Las llamaron coloquialmente ‘molka’, que traduce como cámara escondida.

 

‘Crímenes sexuales digitales’

 

Burlas. Acoso. Imágenes explícitas no autorizadas. Esto se puede convertir en la rutina de muchas jóvenes surcoreanas, que padecen las consecuencias del uso de su privacidad para el entretenimiento de una masa anónima. Algunos expertos las clasifican como “sobrevivientes”, ya que el estrés y la angustia se pueden materializar en intentos suicidas.

 

Recientemente, Human Rights Watch publicó un informe que describe la situación a cabalidad. Las redes ‘molka’ de acoso y abuso no sólo son permitidas en silencio por el Estado, sino que se extienden hacia un sinnúmero de usuarios en línea que disfrutan del contenido explícito sin consecuencias.

 

Videos de mujeres desnudas, teniendo relaciones sexuales con sus parejas, se consumen con miles de visitas al día. Ninguna de las víctimas autorizó que ese contenido se vitalizara. La organización los define, sencillamente, como “delitos sexuales digitales”:

 

“Los delitos sexuales digitales son delitos que involucran imágenes íntimas no consensuadas. Estos delitos son una forma de violencia de género, que utiliza imágenes digitales que se capturan sin consentimiento y se comparten. A veces se capturan con consentimiento pero se comparten sin él o en ocasiones, se falsifican”, escriben los autores.

 

Las imágenes son de mujeres jóvenes y niñas. Aunque es pornografía infantil, prohibida en varios países del mundo, no existe un aparato legal que las proteja de manera adecuada. Sus derechos sexuales y de privacidad digital son completamente soslayados, bajo la mirada de una masa anónima que las observa, literalmente, para su propio placer.

 

Molka: machismo y espionaje

 

En Corea del Sur, el desarrollo económico ha propulsado que la información sea de más amplio acceso en todo el país. Gracias al internet, las mujeres saben que pueden tener acceso a mejores condiciones laborales, donde la brecha salarial pueda reducirse —e incluso, erradicarse. El problema está, sin embargo, en una tradición milenaria de valores patriarcales, firmemente fincados en el confucianismo.

 

Con este marco de referencia, las mujeres son más valoradas socialmente si conservan su “pureza sexual“. Su reputación, por tanto, depende de que no tenga encuentros íntimos con hombres que no sean su marido. Naturalmente, esta condición flaquea constantemente, ya que muchas de ellas buscan la reinvindicación de su sexualidad y sus cuerpos en la actualidad.

 

En la actualidad, los delitos sexuales digitales se perpetúan en los baños públicos, probadores en tiendas departamentales y hoteles. Algunas de las empresas venden ese contenido a sitios web especiales, que venden, asimismo, accesos para que ‘suscriptores masculinos‘ puedan consumirlo en sus horas de ocio. Como las cámaras son pequeñas y se pueden esconder con facilidad, esto les garantiza un ingreso extra, que nadie parece despreciar.

 

La mayor parte de los videos y fotografías, sin embargo, se toman in situ, mientras un hombre tiene relaciones sexuales con una mujer. Aunque pudo haber tenido su consentimiento para grabar durante el acto, la mayoría de ellas no están de acuerdo que se exponga su intimidad en redes sociales. Mucho menos que se venda a terceros, sin que ellas perciban un beneficio económico. El trauma de ser expuestas en sociedad así es difícilmente superable.