Conforme los seres humanos envejecemos, nuestro descanso es cada vez más corto y dormimos menos, pero ¿por qué?

 

Cae la noche. Así como las luces se encienden afuera, en la calle, las pantallas al interior empiezan a trabajar. Primero la televisión: cualquier serie es buena; de pronto, no tanto. Cuando ya no parece suficiente, el torrente de imágenes y videos en redes sociales se convierten en una distracción de quince minutos, y después media hora que se convierten en dos más tarde. Son las tres de la mañana y el sueño no llega. Es cierto: con la edad, dormir menos parece algo normal.

 

A más edad, ¿menos sueño?

 

La falta de sueño a las altas horas de la noche no es la única manifestación de cómo la higiene del sueño declina conforme las personas tienen más edad. Dormir menos, por tanto, no sólo está relacionado con tener los ojos cerrados durante más tiempo. Por el contrario, está relacionado con la calidad de descanso que se merma conforme avanza la vida de las personas.

 

Esta condición no debería de confundirse con los distintos cronotipos que existen. Estos se refieren al momento del día en el que las personas son más productivas, ya sea en la madrugada, a media noche o temprano en la mañana. Por el contrario, parece que la vigilancia en medio de la noche —que priva a las personas de su descanso profundo— se acentúa conforme tienen más edad.

 

La capacidad de sueño, de acuerdo con un estudio publicado en Proceedings of the Royal Society B, también tiene que ver con la sensación de alerta que tenemos a lo largo de la noche. En lugar de caer en un descanso profundo y reparador, los adultos mayores tienden a despertarse con cualquier estímulo durante la noche conforme. No sólo eso: la presencia constante de una pantalla con una oferta aparentemente interminable de contenido por consumir definitivamente no ayuda.

 

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¿Un mal de época?

 

La incidencia de este fenómeno en adolescentes es muy evidente. Conforme incursionan en esa etapa de desarrollo, tienden a acostarse más tarde y a dormir menos. No sólo eso. Con el contacto constante de estímulos visuales —disponibles, literalmente, en la palma de sus manos—, el cerebro no puede inducirse a sí mismo en un espacio de oscuridad que le permita descansar.

 

El fenómeno, sin embargo, no se limita a quienes utilizan constantemente las redes sociales y los dispositivos móviles durante la noche. Por el contrario, en las sociedades nómadas recolectoras contemporáneas en Tanzania este comportamiento también se presenta, de acuerdo conThe Guardian. Conforme los adultos envejecen, la probabilidad de que descansen durante la noche se limita aún más, porque deben de estar alertas a amenazas en el entorno.

 

Para cuidar a los demás, los viejos vigilan a los demás miembros del grupo. Conocido como ‘la hipótesis de la abuela’, éste es una de las líneas de investigación preliminares que señalan la posibilidad de que, conforme los seres humanos envejecen, su capacidad de conciliar el sueño no sólo disminuye, sino que la calidad de éste también se ve mermada.

 

Podría ser, por tanto, que dormir menos no sea exclusivamente un mal de época, sino un rasgo evolutivo que permitió la supervivencia de nuestra especie cuando estar alerta durante el sueño era una cuestión de vida y muerte. Entonces se privilegiaba el descanso de los más jóvenes, mientras que los adultos mayores se encargaban de cuidar el sueño de todo el grupo.