Las personas de ascendencia europea y asiática comparten más genes de Neandertal que pueden determinar predisposición a algunas enfermedades, el color de los ojos y el cabello y hasta la sensibilidad al dolor.

 

Hasta hace una década, la idea de que el Homo Neanderthalensis era una especie completamente distinta al Homo sapiens era la regla al hablar de evolución humana. Sin embargo, la secuenciación del genoma completo del Neandertal en 2010 demostró que los lazos entre ambas especies son más íntimos de lo que se creía:

 

La sospecha de que Homo sapiens y Neandertales se aparearon esporádicamente en los últimos 40 mil años, poco antes de la desaparición de este homínido, fue confirmada con creces tras la secuenciación del genoma Neandertal.

 

No sólo eso: una investigación más profunda en el genoma de dos ejemplares de Neandertal encontrados en España y Croacia en 2016, demostró que el apareamiento y la reproducción exitosa entre ambas especies ocurrió en distintas ocasiones desde hace más de 100 mil años.

 

De ahí que el ADN del humano actual esté compuesto de entre 1.6 y 4 % de material genético de los Neandertales, especialmente en las poblaciones europeas y asiáticas. La evidencia creciente del cruce de sapiens con Neandertal es tal, que el debate por mostrar que se trata de una subespecie humana se mantiene vigente en la paleoantropología.

 

LAS CONSECUENCIAS DE TENER GENES NEANDERTALES

Aunque aún no se conocen por completo, las consecuencias de poseer una mayor carga de ADN Neandertal no son menores:

 

Distintos estudios han confirmado que el material genético Neandertal hace más proclives a ciertas poblaciones humanas a padecer enfermedades como lupus o artritis, además de que podría jugar un papel esencial en el color del cabello y los ojos (muy probablemente las personas pelirrojas tengan más en común con los Neandertales) y hasta en los hábitos de sueño o el grueso de la piel.

 

Una nueva investigación publicada en la revista científica Current Biology descubrió que una baja tolerancia al dolor es parte de estas características.

 

El estudio se encargó de analizar tres esqueletos de Neandertal con mutaciones en un gen llamado SCN9A, responsable de codificar la proteína NaV1.7, que controla la forma en que se transmiten las señales de dolor a través del sistema nervioso.

 

Aunque las oportunidades para analizar el genoma Neandertal son escasas, los tres ejemplares secuenciados contienen esta mutación en el gen SCN9A, lo que lleva a los científicos a suponer que se trataba de un rasgo común en este homínido que posteriormente fue heredado a los humanos.

 

Para probar esta hipótesis, los autores del estudio utilizaron información del UK Biobank, una base de datos con el genoma de medio millón de británicos y descubrieron que las personas que habían reportado sentir más dolor poseían una copia del gen Neandertal:

 

“Aproximadamente el 0,4% de los participantes en el Biobanco del Reino Unido, una base de datos del genoma de medio millón de británicos, que informaron sobre sus síntomas de dolor, tenían una copia del gen mutado. Nadie tenía dos, como los neandertales. Los participantes con la versión mutada del gen tenían aproximadamente un 7% más de probabilidades de reportar dolor en sus vidas que las personas sin él”, afirma Nature al respecto.

 

Mientras los Neandertales se distribuyeron por Europa y Asia, el Homo sapiens se extendieron de África hacia el resto del mundo. Para cuando nuestra especie se expandió por Eurasia, hace unos 45  mil años, el Neandertal tenía sus días contados y aunque no existe consenso científico sobre las causas de su extinción, es probable que ambas especies coincidieran territorialmente en Europa y partes de Asia entre uno y cinco milenios.