El presidente López Obrador volvió al inicio en las negociaciones sobre la reforma la Ley Eléctrica.

 

Ya sea por estrategia o sea una postura final, el mensaje que se está enviando desde Palacio Nacional es que quieren que se vote la propuesta de ley, tal como está. Sin quitarle ni un punto, ni una coma. Eso significaría declarar la guerra abierta a las corporaciones multinacionales norteamericanas, españolas y canadienses, entre muchas otras más, que invirtieron bajo la ley vigente decenas de miles de millones de dólares en el sector de la energía eléctrica en México. De poco impacto sirvieron los mensajes que tres distintos emisarios de los Estados Unidos vinieron a lanzar como advertencia.

 

Se cancelan unilateralmente los compromisos pactados y las consecuencias se pagarán no solo en los tribunales internacionales, sino que repercutirán en los acuerdos de libre comercio. Por lo menos los del T-MEC. Dicen, los que están cerca de Palacio Nacional, que detrás del viento que sostiene el vuelo del replanteamiento de las posturas estaría un poderoso empresario que le está calentado la cabeza al presidente López Obrador.

 

Es un magnate que, desoyendo las advertencias de los norteamericanos, le está apostando fuerte a sus alianzas de negocios con China, que es junto con Rusia, es uno de los dos rivales geopolíticos de nuestro vecino del Norte. Las empresas de este personaje vienen incrementando, día con día, la contratación de cientos y cientos de ejecutivos de origen chino, implementando nuevas tecnologías que por seguridad están vetadas para ser utilizadas en otras latitudes del planeta. Pues ese empresario es el que le viene insistiendo al inquilino de Palacio Nacional que desdeñe las advertencias de los norteamericanos, que no se deje, y que México tiene la sartén por el mango para imponer condiciones en la reforma eléctrica y en otras más.

 

El argumento que el magnate le vende al presidente López Obrador es que por la elevada dependencia que ya existe en las cadenas productivas entre los Estados Unidos y México, no es fácil que el gobierno del vecino país se atreva a cumplir sus amenazas. Usar las cancelaciones de los contratos de energía eléctrica como pretexto para entrar en una guerra comercial con nuestro país sería de un elevado costo para decenas de corporaciones norteamericanas.

 

Es más, lo que pierden ellos, que lo que podríamos perder nosotros, es el mantra que ese empresario viene repitiendo una y otra vez, cada día con más éxito. Para muestra, le señala al inquilino de Palacio Nacional, que a él le enviaron los mensajes suficientes para intentar impedirle asociaciones con corporaciones chinas y las despreció.

 

Y que hasta ahora no existe consecuencia alguna que lesione sus otros negocios globales. Y esa es la postura que va ganando en el inconsciente presidencial. De ahí la reversa a todo, o casi todo, lo que ya se veía como un cambio y la urgencia de someter -ante los legisladores la nueva Ley Eléctrica para que sea votada en plena Semana Santa. Si eso es así, se habrán desperdiciado cientos de horas de diálogos, conversaciones y acuerdos entre empresarios nacionales e internacionales con el Gobierno de Morena.  Encerronas de las que habrían salido una serie de adecuaciones que plantearían una reforma ganar, ganar para ambas partes y que ya se daban por negociadas para lograr un consenso en la votación legislativa.

 

Por eso, quizás, el endurecimiento de la posición del PRI nacional, que en principio decía que sí iría con Morena a votar la nueva ley y que ahora envía mensajes de que no cuenten con ellos. Y ese obliga a rectificar con quién se cuenta y con quién no para lograr la mayoría que le dé luz verde al capricho de Manuel Bartlett. Quizás bajo esa óptica se pueda entender la coincidente reunión de ayer en Palacio Nacional del presidente López Obrador con los dos gobernadores de Movimiento Ciudadano -Samuel García y Enrique Alfaro bajo el supuesto de que iban a negociar obras urgentes para Nuevo León y Jalisco.

 

Ojalá que el presidente López Obrador recapacite, que no estire la liga eléctrica de más, porque el corto circuito podría estar a la vuelta de la esquina. Y el incendio de la casa, también.