Nuestro sistema político se encuentra en decadencia.

Las elecciones nunca han gozado de buena reputación –ni dentro ni fuera del país–. Los partidos políticos son simples cascarones.

Un youtuber famoso tiene más seguidores que la suma de todos los afiliados a nuestros partidos políticos.

Ni el PRI en sus mejores tiempos cuando era considerado una aplanadora electoral llegó a contar con más afiliados que Luisito Comunica con millones de suscriptores.

Obrador tiene un tercio de los seguidores de Luisito.

Vaya, ni el tabasqueño con todo el aparato político a su favor les hace cosquillas a los principales youtubers a pesar de que gasta más de medio millón de pesos mensuales en mantener el equipo de sus “benditas redes sociales”.

¿Quién es más importante: un youtuber o un presidente? Preguntaría Monsiváis.

Cuando Obrador ganó por fin las elecciones lo hizo de una manera aplastante, pero el resultado lo hizo ensoberbecer como un divo, altivo y engreído. Pero resulta que los políticos no son artistas.

Adicto a los reflectores Obrador –amparado en su arrogante fama– se condujo con la misma frivolidad de las figuras del espectáculo para registrar su nombre como una marca comercial.

Todos los políticos aspiran a ser populares y viven inmersos en la videopolítica.  Los políticos ya no son líderes ahora son marcas registradas.

La plaza pública desapareció. Los políticos recurren a la televisión y a las redes sociales para atraer a las masas.

Partidos más partidos menos todos los políticos son iguales.

Los medios digitales ahora juegan un papel preponderante pero los partidos ni los políticos cambian. Mantienen las viejas prácticas y se encuentran rebasados al no representar prácticamente a nadie, aunque en teoría lo hacen cuando solicitan algún registro.

Los partidos funcionan como instrumentos de control político de las masas, en el sentido de que éstas tienen derecho a participar en la selección de liderazgos y en la implementación de las políticas públicas. Pero al final de cuentas los que mantienen el control son las elites políticas que se reparten los cargos con discrecionalidad.

La razón ideológica de los partidos está desapareciendo. La institucionalidad se ha diluido, la razón histórica se ha perdido. La modernización está cambiando la esencia de las organizaciones políticas.

Obrador y Morena –que no es un partido político sino un movimiento– es la expresión los cambios que se vienen experimentado en los últimos años. De tal suerte que se ha dado paso a la oclocracia como una degeneración natural de nuestra democracia.

La degeneración de nuestro sistema político impulsada por Obrador tiene mucho que ver con el hecho de socavar las instituciones autónomas surgidas por la presión desde la sociedad como son las referentes a los derechos humanos y la transparencia. Lo malo es que con Obrador cada vez se están socavando numerosas instituciones en perjuicio de nuestra democracia.

Obrador quien desde su papel de opositor y desde el pedestal de su gobierno ha manifestado recurrentemente su desprecio por la ley. Su obsesión por implementar un gobierno regido por las muchedumbres es una manifestación de la descomposición política que está llevando a la decadencia de nuestro sistema democrático.

La “consulta” pública que ha decidido respaldar para “enjuiciar” a los expresidentes es un ejemplo de ello, aun a sabiendas de que es anticonstitucional y una farsa.

La creación del Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado es una expresión de ese menjurje ideológico para repartir bienes mediante subastas para engañar a las masas incultas e ignorantes que celebran las ocurrencias de su líder.

Un presidente sin ética ni autoridad moral que decide por sí mismo cuál es la buena y la mala corrupción y que solapa la impunidad lo mismo de sus colaboradores, amigos y familiares.

Un presidente que se erige en el árbitro electoral y que se refocila con la derrota de sus adversarios.

Un presidente para quien no existe la balanza de la justicia y que se sirve de un machete como un cacique para imponer sus decisiones.

Obrador gusta de movilizar a las multitudes a su antojo. Él es el líder que domina al populacho corrupto y tumultuoso que gira en torno de Morena, no al pueblo al que dice representar.

Al tabasqueño desde siempre se ha inclinado por la manipulación de las mayorías incultas recurriendo al indebido uso de la fuerza. Lo atestiguamos en su plantón sobre la principal avenida del país y en sus marchas para bloquear los pozos petroleros.

Ahora desde el poder recurre a la misma fórmula de la manipulación con sus “encuestas” como fue el caso en la cancelación del aeropuerto de Texcoco.

Lo vimos en su informe cuando apeló a los sentimientos de la muchedumbre para justificarse, ese es su estilo particular de “gobernar”, utilizando el miedo y el nacionalismo, el circo, el linchamiento, la dádiva y el favor como las formas de ejercer la justicia. Pero en los hechos vemos que se trata de un gobierno desorganizado, irracional y corrupto, con un discurso que siempre va dirigido con falsedad y mentiras en beneficio de esa muchedumbre sobre los grandes colectivos de la sociedad.

Obrador un político demagogo como en los tiempos del cesarismo que llama impuros a quien no está con él, pero por el simple hecho de simpatizar con su proyecto de la cuarta transformación se purifican.

Al final, Morena es un cascarón que se ha resquebrajado frente a un gobierno en decadencia con un presidente soberbio y solitario que se sueña un elegido y que se proclama como el segundo mejor presidente del mundo, mientras el país se le deshace entre las manos.

El que fuera el político más popular de los últimos años, representado en parodias en la televisión, el personaje preferido de los caricaturistas, el benefactor de los ancianos, el caudillo que soñó con pasar a la historia como Benito Juárez, el político que acabó en el papel de actor y humorista jugando a ser youtuber con discursos improvisados ante una audiencia en vivo en sus conferencias mañaneras como en un stand-up comedy, pero que es aborrecido por las que un día calificó como “las benditas redes sociales”.

Sí, el peor presidente en el peor momento, con un sistema político en decadencia frente a los retos de un país sumido en la peor crisis de su historia.