Los datos oficiales de la Secretaría de Salud de Chiapas sobre el municipio de Chalchihuitán, donde más de 5,000 personas han sufrido desplazamiento forzado en los últimos tres años, contabilizan dos contagios y ninguna muerte por coronavirus. Los recuentos de algunas autoridades tzotziles, sin embargo, cifran los fallecidos en al menos 22. Al inicio de la pandemia varias comunidades, airadas por décadas de violencia y discriminación, cerraron el paso a los representantes de cualquier gobierno, a los que culpaban de propagar el virus.

A las cinco de la tarde del 23 de septiembre de 2020 murió Jerónimo Pérez Girón. Tenía un año y nueve meses. La noche anterior había empezado a toser. Fue enterrado en el “cementerio de los niños” de la comunidad tzotzil Tulantic, en el municipio chiapaneco de Chalchihuitán, bajo cafetales y robles. Sobre su tumba hay un vaso, una taza para beber pozol —bebida de maíz molido— y un par de zapatos. Gerardo Pérez y Rosa Girón no llevaron a su hijo al médico por una profunda desconfianza hacia las autoridades. Ni siquiera cambiaron de opinión cuando aquella madrugada la tos del niño empeoró y sus quejas aumentaron. Jerónimo enfermó y murió donde había nacido: en un campamento de desplazados en la cima de un monte, a un kilómetro de su comunidad, donde su familia y cientos más habían huido para refugiarse de los disparos. Hacía tiempo que la casa familiar de los Pérez Girón, a cincuenta metros de la tumba del niño, era un espacio abandonado donde solo quedaba ropa a medio lavar y un maíz que nunca fue desgranado.

Los habitantes de Tulantic cerraron el paso en abril a los representantes de cualquier institución pública, como muchas otras comunidades de la región de los Altos de Chiapas. Los ataques de grupos paramilitares en los últimos tres años recrudecieron la disputa por tierras que desde hace 45 años enfrenta a los municipios vecinos de Chenaló y Calchihuitán. Durante ese periodo, alrededor de 5,000 personas de este último se han desplazado dentro de los límites del mismo municipio. Después de décadas de violencia y discriminación, los pobladores culpaban a los diferentes gobiernos de la pandemia. Aunque sus padres hubieran querido que atendieran a Jerónimo esa noche, de todos modos, hubiera sido muy complicado. 

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