Ninguna quería morir.

Ninguno debía hacerlo. Perdieron la vida porque a pesar de las denuncias, las autoridades minimizaron la carencia y la mala calidad del equipo de protección, la insuficiencia de personal e infraestructura hospitalarias, a las que se sumaron las extenuantes cargas de trabajo, la informalidad e inestabilidad laborales, los exiguos salarios.

Porque mientras se batían en los hospitales contra la pandemia, millones de mexicanos seguían en la fiesta. Se pasó de la indiferencia a la violencia e, incluso, debieron soportar la humillación de ser hostigados y golpeados.

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