Hay dos cosas que me preocupan, ambas huelen a pólvora, saben a sangre y producen lágrimas. La segunda, la reiteración de los crímenes algunos selectivos cometidos contra la vida de los ciudadanos, que nos da un mensaje de ruptura ante el que nadie puede permanecer insensible
 
Por Limón
 
El hecho ocurrido el pasado sábado en el municipio de Acatzingo, donde asesinaron al candidato de Morena Jaime González Pérez y la situación de levantamiento general que vive el Estado con el rostro más feo de nuestro fracaso como sociedad. Nadie dijo que fuera fácil y que, en seis años se iba a acabar con 50 años de violencia, corrupción, impunidad y desastre. Nadie dijo que el gas de dióxido de carbono se pueda meter en la botella después de abrirla.
Los muertos de cada semana ya no son de gobiernos pasados, empiezan a ser no de un sexenio, sino de una lógica que debemos empezar a entender que la revolución del narcotráfico y del crimen organizado han triunfado en las calles de los municipios de Puebla. La delincuencia organizada hoy es una fuerza incontrolable para el Estado; los cárteles no solo controlan gran parte de los territorios en los que están instalados -como el triángulo rojo- sino que además tienen una capacidad de armamento superior a la que cuentan las fuerzas del orden.
 
Hay dos cosas que me preocupan, ambas huelen a pólvora, saben a sangre y producen lágrimas. La primera, que abrió paso, entre la gente que conoce las raíces profundas del fracaso social en Puebla, la teoría de que puede haber un fenómeno muy parecido a una rebelión contra el gobierno del Estado -y contra la dirigencia estatal de Morena, por la imposición de candidaturas a puestos de elección popular-, además los abusos, las desigualdades y las maldades de la administración en los sistemas de salud, educativo y de inseguridad como sucede en el Estado.
La segunda, la reiteración de los crímenes algunos selectivos cometidos contra la vida de los ciudadanos que, nos da un mensaje de ruptura ante el que nadie puede permanecer insensible -como lo sucedido en el municipio de Acatzingo- desatando la locura y destrucción completa y como un peligro para la estabilidad social. Se trata del triunfo de una revolución que nos ha llevado a un proceso en el que hoy podemos estar completamente preocupados, primero, porque no hay mucho que hacer.
 
Estamos asistiendo a un espectáculo de horror del que no sabemos ni quien decide cuando empieza, ni cuando vienen los descansos, ni porque, se mata a quien se mata. Si nuestra sociedad estuviera cimentada bajo valores sólidos y donde el bien fuera capaz de vencer al mal, simplemente no existieran las batallas, las injusticias y las situaciones que se viven en nuestra vida cotidiana.
 
La revolución social que se está desenvolviendo en los 217 municipios de Puebla -que tienen un origen en la falta de astucia al momento de repartir la riqueza entre los ciudadanos- y la hegemonía de la violencia sobre cualquier otro sistema de vida tiene una explicación muy sencilla. Y es que los Estados -con claras excepciones- hoy son más débiles que las fuerzas del mal.
 
En este caso, debemos cubrir las nuevas lágrimas, la nueva sangre, las nuevas situaciones violentas, sabiendo que en el Estado la mayoría de los asesinatos siguen impunes, los cinturones de la pobreza son grandes y los canallas viven tranquilamente. La violencia injustificable siempre se entiende más en lugares donde el cártel de Sinaloa, el cártel Jalisco Nueva Generación o cualquier otro estén controlando y gobernando. Pero mas allá de ese hecho innegable, hay que cuestionar qué es lo que verdaderamente están ofreciendo estos grupos del crimen organizado a las sociedades o -mas allá de provocar terror entre los ciudadanos- en que están basadas sus propuestas a las sociedades que gobiernan o pretenden gobernar.
 
Seguimos de luto por la paz. Estoy de acuerdo en cambiar el discurso. Molesto que, desde el primero de diciembre de 2018, donde se habló que estábamos en el podio de la seguridad. A cambio pido que en el próximo gobierno haya eficacia y eficiencia.