Como develaron los papeles de Pandora, los activos inmobiliarios representan un factor importante en los mecanismos de enriquecimiento ilícito y vulneración de los derechos civiles.

 

¿Cuánto cuesta habitar en una ciudad? Depende del comportamiento del mercado inmobiliario. Hasta 2008, la oferta de vivienda en la Ciudad de México (17 millones de habitantes) arrastraba una tendencia al crecimiento que se vio truncada por la crisis económica mundial. Poco más de diez años después, la recuperación ha provocado que la oferta para sectores medios y altos ascienda a casi 60,000 viviendas por año.

 

Como consecuencia, la tierra ha incrementado sus precios de manera diferenciada: en promedio, cada metro cuadrado de espacio se cotiza en 25,000 pesos, pero en las zonas más exclusivas puede pagarse hasta 180,000 pesos (aunque las transacciones suelen realizarse en dólares). En su charla para la IBERO Puebla, el Mtro. Pablo Tomás Benlliure Bilbao identificó la tendencia a la inflación particularmente en la zona noroeste de la capital.

 

Este fenómeno se conjuga con la expulsión de personas de menores ingresos: en los últimos 20 años, cerca de 400,000 familias abandonaron la ciudad debido a la imposibilidad de costear los gastos; quienes permanecieron tuvieron que migrar hacia las periferias. En el proceso de transformación urbana se destruye el patrimonio y el tejido sociales, pues la convivencia social se restringe al encuentro al interior de los nuevos espacios.

 

Todo el reordenamiento del espacio urbano, observable en otras ciudades como Puebla, corresponde a las prácticas de financiarización: un conjunto de instrumentos que permiten grandes inversiones inmobiliarias con alcances internacionales. El fin último de esta práctica es convertir los bienes inmobiliarios en bienes financieros para capitalizarlos en todo el mundo.

 

Como ilustra el ejemplo de la Ciudad de México, la financiarización incrementa la magnitud de los flujos financieros y la demanda habitacional, lo que supone una distribución desigual de las inversiones inmobiliarias y la destrucción creativa de los espacios públicos en favor de la gentrificación.

 

El espacio intraurbano se organiza de manera inequitativa en cuestiones económicas, sociales y espaciales. Un mapeo territorial de la Ciudad de México permite identificar que la zona que va desde Polanco, el Eje Insurgentes y hasta llegar a Ciudad Universitaria (al oeste de la ciudad) es la predilecta para la operación inmobiliaria.

 

Este molde, con forma de T, permite que el mercado funcione bajo dos principios. Por un lado, puede no generar transformaciones urbanas y basar sus ganancias en la renta en espacios exclusivos. Por otro, puede alterar el espacio para ofertar condominios más lujosos. Recordó Benlliure Bilbao: “los grandes desarrolladores inmobiliarios no están interesados en que disminuya el precio de la tierra”.

 

La estructura urbana de desigualdad y segregación se acentúa con el paso del tiempo, lo que permite la captura de rentas diferenciales por parte del mercado inmobiliario. Para el experto, el desarrollo urbano debe ser solidario con la ciudad en términos sociales, económicos y ambientales. Para ello, el Estado debe intervenir en la construcción de ciudades incluyentes.

 

Como primera acción, Pablo Tomás Benlliure propuso la elaboración de un plan general de desarrollo de las ciudades a mediano plazo que contemple aspectos relacionados con gobernabilidad, educación, salud y economía familiar. Dichos lineamientos tendrían que conjugarse con el Programa General de Ordenamiento Territorial para garantizar el acercamiento a los derechos de la ciudad.

 

 

Reportero multimedia y texto / Roberto Pichardo Ramírez/GBM

 

Captura de pantalla / Ramón Tecólt González

 

Sala de prensa / Germán Báez Monterrubio