La pandemia me tomó por sorpresa, como seguramente lo hizo con todas y todos. Conforme las noticias del COVID-19 llegaban a nuestro país, y comenzaba la ola de contagios de este lado del mundo, me preparé lo mejor que pude para quedarme en casa por algunas semanas; no tenía la menor idea de que la contingencia se extendería tanto. Escribo esto cerca de cumplir los seis meses trabajando a distancia, de lo desafiante que sería, de la profundidad y el alcance de la reflexión que traería consigo.

Como académica tengo una doble función en la Universidad: una como docente; y otra como encargada de su Archivo Histórico, labor que implica el registro de su acontecer cotidiano.

En retrospectiva, me llama la atención la oportunidad que ha significado tener dos experiencias, completamente distintas, en el ámbito de la docencia. La primera, al continuar y cerrar el curso de Primavera con una suerte de improvisación mediada por la digitalidad y las herramientas ofrecidas por la tecnología; y la segunda, al iniciar, ya con un diseño pensado en esta nueva dimensión, el de Otoño.

Que el cierre del primero fuera a través de 15 pantallas conectadas a través de la red, en contingencia, y en estos días tan raros, lo hizo especial y muy significativo. Todas y todos estamos tratando de hacer lo mejor y de construir algo más justo.

Los espacios virtuales sólo ocurren cuando dos o más personas convergen, gracias a la técnica, para dialogar/compartir/discutir sobre un algo común. En mi caso fue la Historia, sus narrativas y cómo su oficio va mucho más allá de las concepciones tradicionales, para acercarnos desde otra perspectiva a nuestro presente y a la atípica situación que vivimos.

Sin duda hay un aprendizaje que ya capitaliza en este nuevo semestre en todos los sentidos, los estrictamente profesionales y los prácticos, con sus bemoles e inéditas situaciones; así como los personales, los familiares y los emocionales.

Por otra parte, es importante considerar que la escritura de la historia de las instituciones es siempre muy compleja, porque generalmente ha tendido a reflejar un discurso unívoco que podríamos traducir como oficial, y que muchas veces desatiende los eventos singulares que se atraviesan en su devenir. En mi calidad de encargada del Archivo Histórico, sin embargo, observo que la historia institucional de la Universidad se ha detenido en ellos.

La historia de la IBERO está marcada por hitos como el sismo de 1979, el Movimiento 131 surgido en mayo de 2012 y hoy día por lo que está ocurriendo con la llegada de la pandemia de COVID-19. Se ha caracterizado por ofrecer una mirada crítica a su entorno y hacia sí misma, que permite la condición de posibilidad de atender a las diferencias y de dar voz a diferentes memorias.

Esta postura, junto con el registro de la experiencia de las propuestas, acciones y decisiones tomadas por la Universidad en este periodo, me lleva a reflexionar también en mi trabajo como docente, en el sentido de apartarme de visiones gradualistas del tiempo histórico, para ofrecer una enseñanza de la historia y una visión del pasado y del presente de otra manera.

Mi experiencia en estos meses me lleva a cuestionarme cómo pensamos nuestro quehacer profesional y docente, cómo hemos seguido adelante pese a lo diferente, y cómo esta reinvención y resiliencia nos transformará. Como historiadora y, con una conciencia desde el archivo, pienso que es muy importante registrar este tiempo que vivimos individualmente y como comunidad, para conocer ¿qué fue lo que pasó? y ¿qué es lo que cambió? 

La presente reflexión fue publicada, en una versión editada y más corta, en el Numero 70 de la Revista Ibero, donde diez académicas y académicos de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México respondieron, para un sondeo, a la pregunta: ‘¿cuál ha sido su experiencia en esta pandemia del COVID-19, con el confinamiento que obligó al trabajo virtual?’.