La Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús enfrenta grandes retos y la pandemia añade complejidad a esta situación. Para el provincial Luis Gerardo Moro, SJ, representa una oportunidad de interiorización y transformación para la reconstrucción social del país.

 

El 21 de febrero de 2020, al inicio de la pandemia, la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús anunció la elección de Luis Gerardo Moro Madrid, SJ, como provincial de la Compañía de Jesús en México.

 

En una carta dirigida a los más de 300 integrantes de la orden en el país, su antecesor Francisco Magaña, SJ, quien estuvo al frente desde 2014, dijo: “agradezcamos a Dios este proceso que hemos experimentado como provincia y encomendemos en la oración al P. Moro, quien sin duda contará con nuestra disponibilidad y apoyo para llevar adelante el servicio que el Señor espera de nuestra misión como cuerpo apostólico”.

 

La Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, fundada por San Francisco de Borja y que data de 1572, es una de las 69 provincias de la orden jesuita en el mundo, y en el continente pertenece a la Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina y El Caribe (CPAL).

 

 

Conocer a Dios en persona y en acción

 

Durante su noviciado, Luis Gerardo Moro, SJ, fue enviado a Reynosa para vivir su experiencia formativa de “peregrinación”, proceso que busca colocar al joven jesuita en el contexto de marginación y de lucha que viven las personas en situación de pobreza y de exclusión.

 

Ahí entró a trabajar en una empresa que fabricaba protectores de hielo seco para televisores, donde conoció a Trini, uno de los colaboradores, que en poco tiempo se convirtió en su buen amigo. Todos los días, al salir del trabajo, conversaban durante el recorrido a casa, y aunque Moro no revelaba que era religioso, sí le platicaba a Trini acerca de Dios.

 

En una ocasión en la carretera sucedió un accidente. Trini se apresuró a auxiliar a las personas y el jesuita fue tras su compañero. “Al llegar al carro, él ya estaba ayudando. Había sangre por todos lados y me quedé inmóvil. Trini gritaba: ‘¡Son seres humanos y necesitan nuestra ayuda!’. Ahí caí en cuenta de que yo le hablaba de Dios, pero Trini vivía lo que era ser cristiano”, narra el Provincial de los jesuitas en México y añade que “en esa experiencia de la fábrica recuerdo haber llorado de pena, pero también de agradecimiento por conocer a Dios en persona y actuando”.

 

Originario de Puebla, Luis Gerardo Moro fue alumno en instituciones jesuitas desde la primaria y durante la universidad realizó los Ejercicios Espirituales en Puente Grande, Jalisco, experiencia que lo hace sentir “amado, perdonado, bendecido y dispuesto a seguir a Dios”.

 

Su inquietud por conocer otras formas de servir a los demás y el acompañamiento recibido en su formación lo impulsaron a ingresar a la Compañía de Jesús, hecho que se concretó en agosto de 1992.

 

 

¿Qué significa ser Provincial de la Compañía de Jesús en México?

 

Reconozco que al inicio la noticia me causó desconcierto. Creo que no hay nadie en su sano juicio que quiera ser Provincial y si alguno quisiera habría que considerarlo “perverso caballero”, como dice San Ignacio.

 

A casi cinco meses de mi nombramiento, hoy me siento feliz, en paz, acompañado y sostenido por Dios. No es un tiempo fácil y hay una realidad propia de la provincia: somos menos, tenemos muchas obras y muchos padres mayores de edad. Pese a ello, decidí enfocarme en nuestras fortalezas, en nuestra tradición y en ver que tenemos mucho que ofrecer a la sociedad.

 

Ser Provincial representa, a nivel personal, un desafío y una gran responsabilidad con mis hermanos, con México, con la Iglesia y con Dios. Es un privilegio poder servir a mis hermanos desde este puesto y es un compromiso con los más vulnerables de nuestro país. Estoy convencido de que los jesuitas, ante la realidad que vivimos, tenemos algo que decir, no podemos quedarnos callados.

 

 

En sus estudios de doctorado en la Universidad de Deusto trata el tema de la resiliencia. ¿Qué caracteriza a la resiliencia jesuita?

 

En mi tesis abordo la resiliencia como elemento indispensable en la mejora escolar. Puig y Rubio1 señalan que la resiliencia es un proceso que surge en el momento que cada persona se enfrenta a una adversidad, poniendo en marcha sus habilidades presentes y apoyándose en los recursos y personas que la rodean, de tal manera que puede superar la situación alcanzando un desarrollo íntegro y un crecimiento constante.

 

La espiritualidad ignaciana es en sí misma resiliente, es una espiritualidad centrada en Cristo y en ella la persona se reconstruye, se rehace… nace de nuevo. Los Ejercicios Espirituales conducen al conocimiento interno y al seguimiento de Jesús, son reconciliadores con uno, con el mundo, con los demás y con Dios. Tanto el examen de conciencia como el discernimiento son instrumentos de resiliencia.

 

Para Edith Grotberg2 hay tres factores: yo soy (fuerza interior), yo tengo (apoyo externo) y yo puedo (capacidades interpersonales y de resolución de conflictos). La educación jesuita ayuda a definir estos tres factores en la persona y despierta habilidades para la resiliencia: sentido del humor —Pedro Arrupe, SJ, mencionaba esta característica—, confianza, iniciativa, ética, independencia, espiritualidad, identidad, creatividad y comunicación.

 

Henderson y Milstein3 proponen la rueda de la resiliencia dentro de la educación, que consiste en seis pasos: enriquecer los vínculos pro sociales, fijar límites claros y firmes, enseñar habilidades para la vida, brindar afecto y apoyo, establecer y transmitir expectativas elevadas, y brindar oportunidades de participación significativa.

 

En síntesis, lo que mencionan los teóricos como pilares de la resiliencia coincide con los pilares de la espiritualidad ignaciana.

 

 

Quienes formamos parte de las universidades confiadas a la Compañía, ¿de qué fundamentos o inspiración debemos asirnos para responder por las otras personas en un contexto de crisis?

 

Las universidades tienen una gran responsabilidad social y para responder a la realidad que hoy vivimos de manera personal y comunitaria la Compañía de Jesús define las cuatro Preferencias Apostólicas Universales: mostrar el camino hacia Dios mediante los Ejercicios Espirituales y el discernimiento; caminar junto a los pobres, los descartados del mundo, los vulnerados en su dignidad en una misión de reconciliación y justicia; acompañar a los jóvenes en la creación de un futuro esperanzador, y colaborar en el cuidado de la Casa Común. Sin embargo puedo decir que no hay recetas, hay trazos o rutas. En el fondo se trata de responder a la pregunta: “Señor, ¿a dónde me llevas?”.

 

 

El modelo de educación jesuita busca formar personas conscientes, competentes, compasivas y comprometidas (las cuatro “C”), características complementarias entre sí. ¿Cómo juegan estas en tiempos convulsos?

 

Las cuatro “C” son tan actuales como pertinentes. No puede darse una sin la otra. Son parte del modelo de formación inspirado en la tradición educativa de la Compañía de Jesús, que el ITESO y demás instituciones educativas jesuitas asumen para lograr sus propósitos.

 

Este modelo consiste en un conjunto armónico e integrado de valores y experiencias pedagógicas cuyas dimensiones son: utilitas, iustitia, humanitas y fides, que se articulan con las cuatro “C”: utilidad con ser competente, promoción de la justicia con el compromiso, formación humanista para ser consciente y la vivencia de la fe con ser compasivo, y sus valores: amor ante un mundo egoísta e indiferente, justicia frente a tantas formas de injusticia y exclusión, paz en oposición a la violencia, honestidad frente a la corrupción, solidaridad en oposición al individualismo y la competencia, sobriedad en oposición a un mundo basado en el consumismo y contemplación y gratuidad en oposición al pragmatismo y al utilitarismo.

 

 

Su gestión al frente de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús comenzó en el momento de la pandemia del coronavirus. Desde su mirada como jesuita y como persona ¿cómo vive esta situación?

 

En la pandemia —como sucede con los desastres naturales o los provocados por el ser humano—, quienes terminan padeciendo son los más vulnerables. El Covid-19 puso de manifiesto que en este “barco común” que es la humanidad unos viajan en primera clase, mientras muchos viajan amontonados en las bodegas y otros son arrojados a las fauces de la tormenta.

 

Como jesuitas nos cuestionamos el lugar social que ocupamos en esta tormenta y cómo salimos todos y todas de ésta. Somos conscientes de que la realidad actual genera grandes desafíos, por ello queremos incidir en la formación de personas, la consolidación de procesos y redes y, sobre todo, en la reestructuración y reconstrucción social de México. Nuestra solidaridad, primero, es con los afectados directos y colaterales de la pandemia.

 

El padre Arturo Sosa, SJ, actual Superior General de la Compañía de Jesús, menciona: “no soy tan optimista cuando escucho a la gente decir que el mundo ya cambió por la pandemia […] es necesario interiorizar esta experiencia, tomarla en serio y pensar qué nos invita a cambiar personal y socialmente, y esto no va a ser fácil”.

 

Esta crisis, también dice el padre Sosa, nos muestra un camino hacia Dios: somos una sola humanidad, es importante que nos cuidemos y atendamos a los demás, que seamos generosos y solidarios con los más necesitados.

 

Este es el momento de impulsar grandes cambios. No es el fin del mundo, sino el comienzo de otro. Necesitamos reinventarnos, necesitamos un nuevo humanismo que vea por el bien-estar y el bien-ser, aspectos de la resiliencia jesuita.

 

1Gema Puig Esteve y José Luis Rubio Raval. (2015). Tutores de Resiliencia. Barcelona: Gedisa.

 

2Edith Henderson Grotberg. (2009). La Resiliencia en el Mundo de Hoy: Como superar la adversidad. México: Gedisa.

 

3Nan Henderson, Mike M. Milstein. (2003). Resiliencia en la escuela. Madrid: Paidós.