BARCELONA -- El Barcelona ha pasado en apenas un mes de soñar con pelearle LaLiga al Real Madrid y ganar la Europa League a rezar en silencio por acabar una temporada que ha desembocado en pesadilla, derrumbado tras enlazar tres derrotas consecutivas en el Camp Nou y contemplando cómo hasta tiene en duda su clasificación para la Champions.

 

"Tenemos que igualar el deseo, la motivación y las ganas del rival”, denunció Xavi Hernández en la rueda de prensa posterior al desastre frente al Rayo Vallecano, una continuación de lo sucedido frente al Cádiz y que ha provocado observar a un entrenador descontento con sus jugadores, a quienes por ahora, se ahorra señalar abiertamente pero de quien, entre líneas, empieza a entenderse su enfado.

 

A la que el Barça entendió, comprendió y aceptó, que se habían perdido los objetivos se le acabaron las emociones y la ilusión se convirtió en una frustración que se traslada al graderío, donde la afición ha desertado de manera dramática.

 

Apenas 57 mil aficionados acudieron a los partidos ante Cádiz y Rayo Vallecano... Y el próximo domingo, otra vez a las nueve de la noche, asoma la visita de un Mallorca que con el Vasco Aguirre al frente se juega la permanencia y en cuyo partido se sospecha, otra vez, una triste afluencia de público.

 

Es un problema de futbol pero también de intensidad, aquella palabra que tantas veces utilizó Koeman y que regresa al escenario nuevamente de forma dramática.

 

Xavi también pide paciencia y, por si acaso, ya devuelve al plano el nombre de Lionel Messi, aludiendo a la dificultad gestionar "la era post Messi" como si no se hubiera ya cumplido el luto por la marcha del argentino.

 

Como en los viejos tiempos el barcelonismo la tomó con el arbitraje, clamando por un penalti clamoroso que no se pitó a Gavi en el minuto 89 y obviando que antes y después el juego de su equipo fue un auténtico despropósito.

 

El mismo entrenador que proclamó no hace tantas semanas que la obligación del Barça es "jugar bien" alude ahora a una cuestión de intensidad y entrega reconociendo que sus jugadores no ofrecen ni una cosa ni otra, rebajando el listón de la exigencia hasta límites insospechados y que provocan una auténtica confusión.

 

Observar cómo la afición llega a olvidarse del propio Barça para despreciar con insultos a rivales como Cádiz o Rayo y que se dedica a hacer referencias al Real Madrid provoca pasmo por el regreso a un victimismo que parecía olvidado y enterrado, aparcando la autocrítica y sin querer reconocer que tanto ante el noveno clasificado de la Bundesliga como frente a dos equipos tan inferiores como animosos el equipo azulgrana ha completado partidos de auténtico desastre.

 

El Barça clama por llegar al final de la temporada de la manera que sea. "Hay que ganar los cinco partidos que nos faltan”, reclamó Xavi ya sin aludir al juego. Una vez se dice que se debe meter el equipo en Champions y al instante se habla de la segunda posición (los 8-9 millones de la Supercopa no son cualquier cosa) y entre ello la melancolía se hace sitio en un club aterrorizado.

 

Se juega la salvación el Mallorca y ya se verá si también el Getafe; aspira a meterse en Champions el Betis y solo Celta Vigo y Villarreal apuntan como rivales sin presión en este rush final de temporada que no es, en absoluto, cómodo para un Barça que ha pasado peligrosamente de la euforia a la decadencia, de proclamar que le puede ganar a cualquiera a ver que cualquiera puede derrotarle y cuyo entorno mira con absoluta desconfianza a una plantilla que, de pronto, ya no es lo válida que hace un mes parecía.

 

Se multiplican y publican listas de fichajes que en el fondo se comprenden, o sospechan, imposibles por la situación económica del club; se añaden nombres condenados sin atender a que, contratos en mano, se aventura entre difícil y utópico darles salida. Y se obvia que, por ejemplo, en cinco semanas habrá que lidiar también con Miralem Pjanic, Trincao y Philippe Coutinho, futbolistas que regresarán de sus cesiones y que ya se verá cómo pueden ser colocados en el mercado.

 

El barcelonismo, tan dado a pasar de la euforia a la depresión en un abrir y cerrar de ojos, suspira por tiempos mejores y cruza los dedos animando en silencio al Manchester City... Y es que aquella madriditis que algunos dijeron que se había superado en el Camp Nou ha vuelto.