El órgano más extenso del cuerpo humano, de unos dos metros cuadrados, cumple numerosas funciones, pero aquí nos centraremos en su faceta de barrera defensiva.

 

Los signos más destacados del envejecimiento incluyen arrugas, flacidez y manchas, los cuales se manifiestan gradualmente con el transcurso del tiempo. No obstante, la variación en la intensidad de este proceso entre las personas se debe a diversos factores, como la exposición a los rayos solares y el tipo de piel.

 

Como tal, la piel está expuesta a una gran cantidad de agresiones externas e internas que la van debilitando. Así, con el paso del tiempo, el tejido cutáneo va manifestando signos de envejecimiento: arrugas, flacidez y manchas, desperfectos generados en gran medida por la incidencia de los rayos de sol. El pigmento natural de la piel.

 

En este aspecto, las pieles oscuras tienen ventaja: producen más melanina y, por lo tanto, tienden a deteriorarse menos. Esta sustancia se acumula en los melanosomas, un tipo de orgánulo o compartimento perteneciente al citoplasma, la parte de la célula situada entre el núcleo y la membrana. El tamaño de esos almacenes de pigmentos determina en gran medida la tonalidad cutánea, y como los melanosomas de los individuos negros son mayores que los de los blancos, los primeros sufren en menor medida los estragos del fotoenvejecimiento.

 

En concordancia con estos datos, en el año 2016 se publicó un estudio que señalaba que las mujeres chinas desarrollan arrugas por el daño solar 10 años más tarde que las mujeres caucásicas.