La historia de los apellidos españoles nos cuenta cómo un recurso pasó a ser parte de nuestra identidad.

 

Los romanos ya tuvieron un sistema de identificación a partir de tres nombres, pero su uso se perdió durante la Edad Media. Los primeros registros de apellidos en la historia España tal y como los entendemos hoy se remontan al siglo IX. Fue el auge de las ciudades y el comercio en los siglos XII y XIII lo que requirió definitivamente una manera de identificar a las personas. Así fue como nacieron los apellidos castellanos, pero ¿de dónde salieron? ¿Qué significan?

 

Hasta finales del siglo IX, sólo los nobles y monarcas de la Europa medieval tenían un factor diferencial en sus nombres, identificados por la casa nobiliaria a la que pertenecían o el territorio que dominaban (Rodrigo de Castilla). Fue a partir del siglo X cuando los nobles empezaron a distinguirse en los documentos con apellidos que han llegado hasta nuestros días y, con el auge de las ciudades como entorno principal donde cada vez se reunía mayor número de población, se hizo necesaria la identificación individual de las personas con fines documentales, comerciales y sociales. Sin embargo, en sus orígenes, los apellidos no se heredaban de padres a hijos, sino que estos cambiaban según ciertos factores que pasaremos a ver. No fue hasta el siglo XVIII cuando se consolidaron como apellidos heredados generación tras generación y en el siglo XIX la promulgación de la Ley del Registro Civil le dio cuerpo legal.

 

En el nombre del padre

Los nobles empezaron a identificarse en los documentos con un apellido patronímico, es decir, derivado del nombre del padre. Si tu padre se llamaba Gonzalo, tú eras González de apellido. Ahora bien, como hemos dicho, no se heredaba el mismo apellido, solo el concepto. Si tú te llamabas Hernán González, tu hijo se apellidaría Hernández y no González como tú.

 

Apellidos toponímicos

La función principal de los apellidos es identificar a las personas. Si cambiaban cada generación, el problema resulta más que obvio: era imposible rastrear de dónde venía y a qué familia pertenecía cada persona más allá de su padre. A partir del siglo XII los apellidos comenzaron a formarse según el lugar de origen, señorío e incluso accidente geográfico del que provenía o donde vivía cada cual. Efectivamente, seguro que conoces o tú mismo llevas en tu DNI apellidos que son nombres de lugares: Zaragoza, Sevilla, Ojeda, Soto, Costa, Valle, o como el autor de este artículo, que es Navarro.

 

De hecho, fue muy común identificarse con la unión del apellido patronímico y el toponímico: López de Castro, Jiménez de Quesada, Domínguez de Urbina, etc.

 

Apellidos según el oficio

En alguna ocasión leí que uno es por lo que le pagan. En otro tiempo yo hubiese sido Fran Escribano. Y esto tiene más importancia de la que se podría sospechar hoy día. En la Edad Media no existía una idea de uno mismo tan individual como tenemos en la actualidad. La identidad era un asunto más colectivo y uno “era” en relación al grupo social, estamento o gremio al que perteneciera. Una vez más, con afán identificador nada más certero para definirnos que aquello a lo que nos dedicamos. Así empezaron a registrarse apellidos como Herrero, Criado, Zapatero, Soldado, Pastor, Jurado, etc.

 apelli1.JPG - 37.71 kB

Es muy probable que los apelledidados Herrero desciendan de alguien que se dedicó al oficio. Foto: ridvan_celik / iStock.

 

Apellidos por motes o circunstancias concretas

Sigue siendo una costumbre habitual tener amigos conocidos por un mote que haga referencia a alguna de sus características más notables. Casi seguro que tienes algún caso cercano de alguien que en tu círculo nadie identificaría por su nombre de pila, sino únicamente por su mote. En otra época, uno de mis mejores amigos podría haber firmado como José María Nervioso. Con la misma idea de identificar nacieron esos apellidos descriptivos como Cabezón, Estirado, Bravo, Cortés, Rufián, Hermoso, Rubio, Moreno o Delgado entre otros muchos ejemplos.

 

Con todo, ya te puedes imaginar la cantidad de niños que fueron abandonados desde la Edad Media al final de los siglos modernos en España. Estas personas volvían a tener problemas para ser identificados. Muchos de ellos recibieron apellidos en relación a la Iglesia, hospital o casa de acogidas que se encargó de criarlos: Iglesias, San Martín, etc. O directamente hacía referencia a su condición de abandonados: Expósito es un apellido que viene de “expuesto”, tal y como se decía de los infantes abandonados en la calle, un problema que requirió de soluciones por parte de instituciones civiles y eclesiásticas.