La gente salía corriendo a las calles buscando objetos en el cielo que emitieran rayos láser. La invasión de OVNIs había llegado.

 

Lo anunciaron en la radio. Ya no había nada qué hacer: una invasión extraterrestre estaba azotando al planeta Tierra. Miles de platillos venidos de Marte atacarían a la humanidad, en una campaña colonialista fría y sin piedad, que dejaría al ser humano extinto en el Universo. Tal parecía que el fin del mundo había llegado, en manos de pobladores del espacio exterior.

 

A merced de OVNIs invisibles

 

La gente salía corriendo a las calles buscando objetos en el cielo que emitieran rayos láser. La bóveda celeste estaba despejada. Seguramente eran invisibles, y estaban dispuestos a confundir a los estadounidenses como estrategia bélica. Hubo quien tiró balas al aire, sin impactar nada. Otros más rezaban porque su muerte no fuera tan dolorosa.

 

La emisión estaba programada para la víspera del día de Halloween, el 31 de octubre. Era 1938, y Orson Welles estaba promocionando su más reciente producción radiofónica. Con base en la novela del escritor británico H.G. Wells, «La guerra de los mundos», construyó un guión de ciencia ficción que aterrorizó a la gente hasta la histeria colectiva. No era real.

 

Sin embargo, Welles tenía muy claro que tocar el son del fin del mundo podría traerle una audiencia reactiva. Así fue. Sabía que, si apelaba a ese terror —que raya en la fascinación— por el Apocalipsis, podría generar una reacción similar en sus radioescuchas. Nunca se imaginó que saldrían a la calle buscando OVNIs, pero lo logró: la invasión fue efectiva porque los extraterrestres eran invisibles. Podrían ser cualquiera.

 

Invasores invisibles de otros planetas

 

El terror al fin del mundo no es nuevo. Las escrituras sagradas de diversas tradiciones religiosas describen escenas a propósito del fin de los días del ser humano sobre el mundo. A veces, en ciclos; otras, en términos de catástrofes ineludibles. Lo cierto es que esta fascinación macabra y ominosa por augurar el fin de los tiempos siempre ha acompañado al ser humano, como una manera de expiar su angustia existencial.

 

A lo largo de la historia, diversos motivos han protagonizado este destino común. Hambre, enfermedad, guerra, muerte: todas operan bajo la misma lógica de destrucción absoluta, en una fecha específica. No es de sorprenderse, además, que estos sean los jinetes del Apocalipsis en la Biblia. Welles, en aquella emisión de radio histórica, logró conjugar todos estos elementos en una misma narrativa, y por eso fue tan efectivo.

 

Durante la Guerra Fría, esta cuestión afloró en la cultura popular como consecuencia de las tensiones entre las dos superpotencias del mundo: la Unión Soviética y Estados Unidos. Esta división bipolar del planeta llenó de incertidumbre a la gente. Entre que los socialistas desarrollaban armas nucleares y competían en una frenética carrera con los capitalistas por llegar primero a la Luna, la verdad se perdía entre discursos de odio y angustias por la destrucción final de la humanidad. Los OVNIs, en ese contexto, ya no eran una locura.

 

Bajo esta lógica, los invasores de otros planetas podrían ser cualquier cosa. Lo cierto es que siempre carecían de rostro, aparecían a contraluz o en medio de la noche, bajo el velo ominoso de lo que no tiene nombre, de lo extraño, de lo que no es humano. El problema empezó realmente cuando se dio el salto de la ciencia ficción a los estudios serios sobre invasores extraterrestres en la Tierra.

 

100 % real no fake: conocimiento científico vs la pseudociencia

 

La obsesión por encontrar evidencia de pobladores alienígenas en la Tierra ha orillado a “científicos serios” a publicar obras quebradizas sobre el tema. La contraparte de investigación seria ha ridiculizado estos intentos que, sin embargo, han echado raíces profundas en el imaginario colectivo de Occidente. La pseudociencia se ha encargado de legitimarlos a nivel discursivo y narrativo, bajo teorías de conspiración y postulados casi religiosos.

 

De acuerdo con la historiadora Hilary Evans, en entrevista con History Extra, no ha habido momento en el desarrollo de la civilización que no existan OVNIs: “[…] son una creación de nuestro tiempo”, escribió. “Y cuando llegó su momento, nacieron”. Esto bajo el entendido de que las siglas se traducen como Objeto Volador No Identificado.

 

Visto de esta manera, las creaciones mitológicas y epopéyicas de otros momentos históricos nacen bajo la misma necesidad. Aquella de enfrentarnos a un universo que desconocemos, al tiempo que tratamos de adivinar qué está pasando al interior de nosotros mismos. Por esta razón, incluso en la actualidad, las publicaciones en redes sociales —100 % real, no fake— tienen tanto éxito: son una manera de canalizar angustia.

 

¿Inteligencia alienígena?

 

Incluso hoy, la investigación científica seria no descarta la posibilidad de formas de vida inteligentes en otros planteas. Pensar que el ser humano es el único que puede desarrollar sus propias condiciones en el espacio es reducir el Universo a una visión antropocéntrica. A pesar de que esto es cierto, los métodos para comprobar la relación entre la raza humana y los alienígenas llegados en OVNIs han sido, a lo menos, dudosos.

 

Mucho del material que se ha presentado como fidedigno y real con respecto a las formas de vida extraterrestres ha resultado no sólo ser falso, sino haber sido intervenido por manos humanas. A pesar de que es cierto que astrónomos y astrofísicos investigan sobre las probables formas de vida en el Universo (presumiblemente microscópicas), esto no quiere decir de ninguna manera que el planeta esté bajo la presión de una guerra intergaláctica.

 

Por el contrario, históricamente esta angustia ha estado relacionada con presiones de otro tipo, que generalmente tienen que ver con conflictos bélicos orquestados por seres humanos. Otro tipo de precariedades también propulsan las historias del fin del mundo, como lo son las recesiones económicas, el hambre y la muerte. Los jinetes del Apocalipsis galopan al mismo ritmo que las ansiedades humanas.