Los caudillos —de cualquier sesgo ideológico— cuando ejercen el poder suelen terminar en sátrapas. Los mesías, iluminados y redentores no gobiernan a seres libres, arrean manadas ovejunas, provocan calamidades y postergan el bien ser y bien estar de los pueblos.
Todo autócrata, por definición, encarna en sí mismo al pueblo, al poder y a la gloria. Todo es él y él es todo. Es el actor único en ese teatro, tan registrado en la historia, en el que la masa es conducida al infierno por un psicópata… y así termina siempre la función. ¿Qué sigue? Nunca se sabe. Lo cierto es que la reconstrucción de una nación exige mucho tiempo y sacrificio.
Es el trágico caso de la doliente Venezuela. Por eso la lucha desesperada del pueblo para defenestrar al usurpador, y el creciente repudio de la comunidad internacional.
El orangután, que se inició al frente del gobierno venezolano escuchando en el canto de un pajarito al difunto Chávez, no niega su naturaleza: dio rienda suelta a sus instintos —apoyado con fusiles— para destruir el marco legal y las instituciones del Estado, así como torturar y matar opositores.
El saldo actual se describe con dos palabras: desolación y éxodo. Tal vez con una: ¡infierno!
El pasado gobierno de México censuró expresamente esas graves violaciones a los derechos humanos, herramientas del orangután para mantenerse en el poder. Este nuevo gobierno dio un viraje: rápidamente y con solemnidad republicana abrió el viejo armario en el que conserva sus mitos con naftalina y sacó documentos sacros para recetarle al mundo la anacrónica doctrina de un señor Estrada: la autodeterminación de los pueblos y un largo y ceremonioso bla, bla, bla. Así de rápido y sencillo.
No nos engañemos, bien puede el gobierno mexicano preservar en lo sustancial tales principios, así como ofrecer mediación —como ya lo hizo— entre usurpador y pueblo, y expresar diplomáticamente pero de manera inequívoca su repudio a la evidente barbarie.
Y lo más peligroso de la nueva actitud de la llamada 4T (que finalmente resultó T4, o sea, Transformación de Cuarta) es que, en las actuales circunstancias, implica un apoyo al dictador venezolano, y desprende un fuerte e inocultable tufo de “hoy por ti y mañana por mí”… por lo que aquí está en riesgo de ocurrir.
Para mayor complicación del caso, con el repudio de la ONU y de diversos gobiernos ante lo podrido de Maduro, se incorporan Estados Unidos, Rusia y China y están al acecho. Sus pasados son negros en cuestiones de geopolítica. Les valen un bledo los derechos humanos y la democracia, se disputan el mundo. ¡Cuidado!
Y al fin, como era de esperarse, el bravucón resultó suplicante y lloroso.
Ahora clama, enternecedoramente, el auxilio del papa Francisco. Le pide que haga valer “los principios cristianos”. ¡Además de bribón, cobarde!
Con información de Milenio.com