Luis Echeverría Álvarez cumple 100 años quien fuera presidente de 1970 a 1976 está instalado en la historia como el mandatario mexicano más longevo.

 

Asombrosa su genética, de sus hábitos alimenticios y deportivos, aún con esos 100 años a cuestas, su herencia política continúa marcando rumbo en nuestro país.

 

Podremos decir que, desde 1958, en pleno sexenio del presidente Adolfo López Mateos, dos dinastías políticas son las que dominaron incluso hasta hoy lo que sucede en México: los Echeverría y los Salinas. La Dinastía Echeverría acuñó el destino de una izquierda que lo veneró frente a sus afanes nacionalistas y estatizadores, así como su fervor hacia los líderes socialistas.

 

Iniciando con Fidel Castro hasta Salvador Allende, pasando por todo el elenco del llamado Tercer Mundo. Echeverría siempre aspiró a ser su líder moral y formal. “La Carta de Derechos y Deberes” fue su herencia.

 

La Dinastía Salinas, también se insertó en la primera fila de la política desde el sexenio de López Mateos, cuando el patriarca Raúl, ocupó la Secretaría de Industria y Comercio. es el clan que se forjó como la contraparte neoliberal, la que fue preparada en las universidades norteamericanas para impulsar las grandes privatizaciones, en el país todas a contracorriente de la ola estatista de Echeverría.

 

El Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá fue la culminación de su proyecto. Pero esa es una larga historia de la disputa de los clanes Echeverría y Salinas la que marcó al México que hoy vivimos y padecemos digna de ser reseñada en un texto.

 

Con Echeverría sólo alcanzaremos a decir que, por más hombre de izquierda que se mostrará, la realidad es que se forjó desde finales de los años 50 como espía al servicio de Winston Scott, el jefe de la CIA en México su clave para él era litempo 8.

 

En ese selecto grupo de espías mexicanos, al servicio de Washington, también se incluían Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Fernando Gutiérrez Barrios. Tres de los cuatro fueron presidentes. Echeverría siempre hizo mancuerna con Fernando Gutiérrez Barrios. Juntos operaron la intranquilidad social de médicos, maestros, obreros y campesinos, en un afán por garantizar la candidatura presidencial de Díaz Ordaz, por encima de la de Raúl Salinas Lozano, (la política antes que la tecnocracia).

 

Ya instalado en Gobernación, en el sexenio diazordacista, Echeverría y Gutiérrez Barrios fueron muy hábiles para venderles a los norteamericanos el miedo suficiente para temer que el estallido estudiantil de 1968 fuera la gran escalada comunista que había que contener. Echeverría fue el candidato, dejando en el camino a Antonio Ortiz Mena. De nuevo, la política desplazando a la tecnocracia.

 

Ya instalado en Palacio Nacional emergió el auténtico Luis Echeverría. Un megalómano, autoritario y ególatra que trastoca el modelo político y económico que impulsó el crecimiento de México, durante dos décadas, del llamado Desarrollo Estabilizador. Bajo su mandato, la confrontación con el sector empresarial se dio sin cuartel.

 

Como muestra, ahí están los asesinatos de Eugenio Garza Sada, en Monterrey y de Fernando Aranguren, en Jalisco, que anticiparon su debacle político. Ambos perpetrados con pocos días de diferencia. Y eso sólo pudo darse porque Echeverría buscó siempre el perdón de sus pecados del 68, tratando de congraciarse con las juventudes más radicales, entre las que se incluían a los militantes de la llamada Liga Comunista 23 de septiembre.

 

El asilo político que su gobierno le dio a los chilenos, huérfanos de Salvador Allende, en el año de 1973, marcó muy anticipadamente el principio del fin de un sexenio que acabó en crisis, con la primera devaluación del peso desde 1952.

 

El cierre de ese gobierno se caracterizó por la invasión de tierras en el noroeste de México, considerado el granero del país, por la nacionalización de múltiples industrias y el desprecio a la libertad de expresión se da con el golpe al periódico nacional el “Excélsior” de Julio Scherer García.

 

El Estado rector y opresor. Díaz Ordaz, su antecesor, expresó a sus cercanos estar arrepentido de haber elegido a Echeverría como su sucesor. Y lo exiliaron como embajador en España.

 

Su sucesor, JOLOPO, renegó de aquel Echeverría, su amigo fraterno desde la Universidad desde el instante mismo en que fue investido como candidato presidencial. López Portillo pactó con el gran capital y Echeverría se fue de embajador a las Islas Fiji.

 

Y fue a partir del gobierno de Miguel de la Madrid, que la tecnocracia y el neoliberalismo sentaron sus reales. Los Salinas, con Carlos al frente, por fin se instalaron en Los Pinos, durante los primeros cuatro años, estuvo Fernando Gutiérrez Barrios, en Gobernación fue el garante del pacto de ambas dinastías.

 

El quiebre fue en el año de 1994 en Lomas Taurinas, con el asesinato de Luis Donaldo Colosio, transita por la disputa de esas dinastías.

 

Simplemente los políticos, los echeverristas, ya no estaban dispuestos a vivir marginados, en el ostracismo, con otro sexenio tecnócrata, de cuño salinista. Y si bien en el sexenio de Zedillo, la tecnocracia sobrevivió en lo económico, en lo político el anti salinismo manifestado en el encarcelamiento de Raúl y el autoexilio en Irlanda de Carlos acabó abriéndole espacios a los echeverristas.

 

Con Fox, Calderón y Peña Nieto, la Dinastía Salinas recuperó pisada. Se reactivaron las privatizaciones y las reformas estructurales, pero el desengaño azul, y la cómplice corrupción del PRIAN, echó por la borda el retorno de la tecnocracia.

 

Con su victoria del primero del 6 julio del 2018, impulsada desde su marcado anti salinismo, Andrés Manuel López Obrador, reinstaló la política, el populismo y la creciente rectoría del Estado, como los ejes de un gobierno inspirado en los mejores días de Echeverría.

 

Hoy y desde su residencia en San Jerónimo, el llamado Caballero de la Guayabera espera sus últimos días, asfixiado entre pleitos familiares y en espera de que aquel juicio de la historia le reconozca lo que siempre quiso ser y no quede estigmatizado por el movimiento del 68.