En estos días, el mundo entero está con el alma en vilo en vista de la gran incertidumbre en los comicios presidenciales en los Estados Unidos. Independientemente de que el sistema electoral en ese país requiere de unas reformas urgentes e importantes, pues se ha visto que ya llegó a su límite y que es anacrónico, hay signos de gran preocupación entre quienes somos decididos defensores de los regímenes democráticos sustentados en las libertades civiles, políticas y económicas que el Occidente con tanto trabajo ha ido conformando. Esta preocupación nace no solamente de la amenaza a estas libertades por parte de los nacientes regímenes populistas, sino también del hecho evidente de que el actual orden mundial no está funcionando bien: es injusto, acentúa las diferencias entre personas, grupos, naciones, regiones y continentes, propicia el egoísmo y el consumismo, carece de conciencia ambiental, etc.

Sin embargo, parece ser que las propuestas populistas no lograrán eliminar esos fenómenos, pues sus resultados, hasta el momento, han sido paupérrimos: no han logrado poner los cimientos para solucionar problemas como la desigualdad, la polarización y la pobreza. A veces parecería que lo que buscan es profundizar las divisiones y los enconos. Por eso, en esta y en siguientes colaboraciones trataremos de establecer algunas diferencias entre los modelos de democracia liberal y los que alcanzamos a identificar en los programas y acciones populistas.

Dado que la democracia es un tipo de régimen, es necesario comenzar a definir este concepto: régimen político. Cuando hablamos de régimen, nos referimos por lo regular a una forma de vida o a una forma de ejercer el poder; esto quiere decir que estamos ante un conjunto institucionalizado de principios, normas y reglas, que ordena la manera en que los actores políticos se relacionan entre sí en un determinado contexto de acción. Podemos decir que el régimen expresa la forma en que se ejerce la dominación política, la forma en que los actores acceden al poder, la forma en la que se relacionan con los demás actores y, en un régimen democrático, también con los electores, y la forma en la que dejan el poder. Es por ello que podemos hablar a grandes rasgos de dos tipos fundamentales de régimen: los democráticos y los no democráticos, dividiéndose estos últimos en autoritarios y totalitarios, generalmente.

Abraham Lincoln, en su famosa “fórmula de Gettysburg” de 1863, definió con gran precisión a la democracia: es el “gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”. De esto se derivan los siguientes criterios: 1) un régimen democrático se basa en el principio de la soberanía popular y de la igualdad política de todos sin distinción alguna; 2) la democracia se asocia a la validez de los derechos fundamentales de los ciudadanos y a su protección por el Estado de derecho frente a cualquier arbitrariedad estatal; 3) los derechos de participación ciudadana están garantizados y democratizados. Este último punto significa que debe haber un derecho electoral universal e igual para todos; que además exista una oportunidad de participación ciudadana efectiva, es decir, que exista la posibilidad de expresar las preferencias propias y de integrarlas en los procesos de decisión; también se requiere la existencia de ciudadanos informados e ilustrados, que cuenten con posibilidades de participación individuales y colectivas, de manera convencional y no convencional.

Para entender más a fondo estas ideas, tenemos que señalar lo siguiente: 1) “Del pueblo” significa que, sin la participación de los ciudadanos, la democracia no funciona, pues los ciudadanos eligen a sus representantes y transfieren su autoridad a los poderes estatales. El pueblo, empero, puede fallar si no sabe emplear su autoridad, o si se debate en la ignorancia o la polarización. 2) “Por el pueblo” da a entender que cualquier ciudadano que cuente con la capacidad necesaria puede intervenir en la dirección de las instituciones políticas, aunque también puede ocurrir que el grupo dominante coloque en dichos puestos, que deben regirse por los méritos o la capacidad, a gente corrupta o sin preparación adecuada. 3) Por último, “para el pueblo” quiere decir que los resultados de las acciones de gobierno deben ser en beneficio de la mayoría de la población, en lugar de privilegiar a minorías. Los demagogos, por regla general, suelen hablar de las mayorías, pero acaban beneficiando a grupos minoritarios.

De igual manera, es necesario subrayar que las decisiones tomadas en una democracia son válidas por un tiempo determinado; la oposición al gobierno, en una democracia, debe tener posibilidades de desarrollo, lo que trae consigo, entre otros aspectos, la protección de las minorías. Es decir, la democracia no significa que las mayorías tomen las decisiones por encima de las minorías, sino con ellas. Las mayorías deben respetar los derechos y los intereses de las minorías étnicas, religiosas, o del tipo que sean, en tanto que estas no hagan peligrar los derechos de los demás y los intereses nacionales.

Por lo anterior, podemos concluir que un régimen democrático no solamente requiere de la responsabilidad de los gobernantes, sino que también necesita de la participación social, corresponsabilidad ciudadana en temas de gobierno en la búsqueda del bien común, y justicia social, cuyos términos, empero, siguen siendo polémicos. Esto se debe a que hay que reconocer que las diferencias socioeconómicas o socioculturales pueden ser factores que estorben la vigencia del Estado de derecho o que coloquen a muchos ciudadanos en desventaja para entender los fundamentos de la cosa pública. Además, los ciudadanos ignorantes o muy pobres pueden caer fácilmente en redes clientelares y creer ciegamente en demagogos y de tiranos que todo les prometen.

Dada la complejidad del mundo actual, debemos entender que exista una gran variedad de formas de regímenes democráticos. Si ponemos el acento en las formas de participación ciudadana, por ejemplo, tendremos los siguientes tipos: democracia directa, democracia plebiscitaria a través de asambleas o consejos populares y democracia representativa mediante elecciones con partidos. La democracia liberal, también llamada democracia representativa o de partidos, puede complementarse con elementos de democracia directa, como ocurre en Suiza con su práctica, muy arraigada, de la celebración de referendos. Podemos encontrar, además, en la misma democracia liberal, rasgos de participación no convencional, como son por ejemplo las iniciativas ciudadanas y la colaboración, sin recibir remuneración alguna, en organizaciones no gubernamentales. En próximas colaboraciones seguiremos explorando estos temas.

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP