Tenemos en Palacio Nacional a un presidente que ha dejado atrás una serie de rituales que eran los que caracterizaban a un régimen político que dominó el país las últimas décadas. En el pasado han quedado las prácticas que buscaban establecer la comunicación presidencial, algo que se esperaba luego de la promesa en campaña de que se iba a transformar al país, algo que se ha empezado a hacer, aunque no siempre de la mejor manera.

 

Otro estilo de gobernar

Acostumbrados a buscar algún mensaje oculto en el discurso de los políticos, incluso en sus actitudes, gestos y acompañantes, en el actual sexenio se busca emplear los mismos métodos de análisis del pasado para tratar de entender al presidente López Obrador, quien dista mucho de seguir las reglas del juego establecidas por el que fue su partido: el PRI.

Acostumbrado a decir lo que piensa –y a mostrar en que cree–, López Obrador se ha caracterizado por decir muchas cosas, la mayoría de las cuales generan una gran cantidad de debates y respuestas de quienes se asumen como interlocutores del mandatario.

Pero a veces el presidente permite que se juegue con una semiótica del poder que todavía practican algunos militantes que provienen, como él mismo, del sistema que busca transformar.

La manera en que respondió Ricardo Monreal al exabrupto de John Ackerman por haber asistido a una entrevista con Carlos Loret de Mola, ilustra muy bien esta táctica: no fue mediante una declaración, ni una respuesta directa, sólo ofrecer a través de las redes sociales una imagen en Palacio Nacional junto al presidente. Que entienda quien tiene que entender.

Hay que decir que López Obrador busca mantener lo que cree que es una comunicación directa con el pueblo, por lo que continuamente aparece en medios, hace uso de las redes sociales y habla en cada oportunidad que se le presenta.

Tal vez el ideal de comunicación presidencial al que aspira a llegar el mandatario es aquel que indicaría que se gobierna gracias a su palabra, pues gracias a esto ha logrado entrar en el gusto de muchos ciudadanos.

Las reacciones que provoca parece que tienen sin cuidado al presidente, pues lo importante es que se mantenga en el escenario político, no que sus palabras sean diseccionadas en un esfuerzo lingüístico.

Por ejemplo, el pasado 25 de junio, en el marco de una de sus giras, López Obrador señaló: entrar en el gusto de muchos ciudadanos.

es gracias a estos ha logrado permear su personalidad ales y habla en cada oportunidad “A veces no gusta mucho porque, también con razón, se quiere cambiar el rol de las mujeres y eso es una de las causas, es una de las causas justas del feminismo, pero la tradición en México es que las hijas son las que más cuidan a los padres, nosotros los hombres somos más desprendidos”.

Desde luego que esto generó reclamos, acusándolo de misógino, de vivir en el pasado y otros calificativos más, pero lo que deja ver una declaración como esta es que se trata de alguien que expresa lo que piensa y en lo que cree.

Y si algo hay que reconocer en López Obrador es su transparencia respecto a lo que es y representa. Frente a candidatos y gobernantes que presumían un extenso currículo académico, estudios en el extranjero y abusaban de tecnicismos, en un entorno de frivolidad y corrupción como atestiguamos el sexenio pasado, regresó de dos derrotas electorales un hombre que se mostraba sencillo, con un discurso que conectaba con la gente y contrastaba con las demás opciones políticas.

Acusarlo de cualquier cosa era entrar en su terreno y tratar de avasallarlo con temas como la experiencia, los estudios o el conocimiento acumulado por pasar por la academia o un extenso servicio público, pues como hemos podido comprobar, eso no representa mucho para un amplio sector de nuestra sociedad, porque se identifican más con alguien sencillo y que propone soluciones prácticas, aunque no funcionen más tarde.

En un país en el que lo importante es la habilidad para sortear las adversidades –por aquello que más vale maña que fuerza–, un candidato que dice lo que piensa, que actúa sin guión y que transparenta sus ideas –por muy malas o atrasadas que sean– es algo muy atractivo para un ciudadano cansado de una clase política que presumía sofisticación, pero ofrecía pocos resultados.

Si algo deben aprender los que se asumen como oposición, es que se acabó el tiempo de los discursos cargados de términos de especialistas, con citas a grandes intelectuales o tecnicismos, pues para identificarse con muchos electores hace falta mostrar sencillez.

No obstante, lo que también refleja el discurso del presidente es que a la gente no le importa la capacidad para gobernar, pues vale más que les agrade o que cumpla con sus expectativas que mostrar como alguien con las herramientas intelectuales para resolver los problemas del país.

Sí, López Obrador dice lo que piensa, expresa lo que cree, pero eso no significa que eso sea la mejor manera de gobernar y la realidad nos ha ofrecido el contraste necesario para comprender eso, a pesar de los otros datos que se busca imponer.

@AReyesVigueras