Cuando la derrota toca a la puerta de un político o partido, no le quedará más que hacerle frente, asumir las consecuencias y por supuesto, corregir las fallas en el corto plazo para mejorar su imagen y así, volver a ser competitivo en el terreno electoral.

 

La hecatombe que dejó la victoria de Andrés Manuel López Obrador y el Movimiento de Regeneración Nacional el pasado 1 de julio, tuvo como principales víctimas al Revolucionario Institucional, sus militantes y candidatos a lo largo y ancho del país.

 

Como nunca antes, el PRI sufrió un revés en las urnas y lo pondrá (a partir de septiembre) como un actor marginal, con el riesgo de desaparecer en algunos lustros si no se reestructura. Y es que para el instituto político más añejo de México, la palabra “perder” no está en su vocabulario, pues desde su fundación (hace 89 años) ha gobernado y regido (en primer o segundo plano) la vida política nacional.

 

Saldos de la derrota

 

El 2018 será el peor año para el tricolor, luego de no conquistar las nueve gubernaturas en disputa, ganar sólo 15 diputaciones federales (de mayoría) de un total de 300 y obtener el triunfo en una sola fórmula para la senaduría (de mayoría relativa), lo que refleja, además de sufrir el rechazo ciudadano, la falta de apoyo de su propia base.

 

Así pues, de acuerdo con el conteo y el reparto de legisladores plurinominales hechos por el Instituto Nacional Electoral, el PRI alcanzará 13 senadurías y 45 curules en la Cámara de Diputados; asimismo, gobernará 12 estados (Campeche, Coahuila, Colima, Estado de México, Guerrero, Hidalgo, Oaxaca, San Luis Potosí, Sinaloa, Sonora, Tlaxcala y Zacatecas), la cifra más baja en mucho tiempo.

 

El todopoderoso

 

Quedó atrás la época dominante del PRI, en la que llegó a controlar los poderes Legislativo y Judicial, sindicatos, empresas, medios de comunicación y por supuesto, su capacidad para impedir la conformación de una oposición medianamente combativa.

 

De acuerdo con los datos de la Dirección General del Archivo Histórico y Memoria Legislativa, perteneciente al Senado de la República, entre 1982 y 1985, el PRI llegó a tener 299 diputados federales de un total de 400, así como 64 escaños de 64 posibles en la Cámara Alta (LII Legislatura).

 

Hasta 1989, el otrora partidazo era “amo y señor” en todas las entidades del país, año en el que el PAN y su candidato Ernesto Ruffo ganaron por primera vez la gubernatura de Baja California.

 

Las razones

 

¿Pero qué originó esta debacle? Las causas son tan diversas como remotas, entre las que se encuentran: el mal ejercicio del poder, falta de transparencia, alejamiento de la ciudadanía, pésima comunicación, falta de autocrítica del Presidente de la República y varios mandatarios estatales o alcaldes de extracción priista.

 

Casos de corrupción como la “Casa Blanca” u Odebrecht, otros ligados con desapariciones o violencia como Ayotzinapa, Tlatlaya, Tanhuato, Nochixtlán, Apatzingán y desvíos de recursos por parte de los ejecutivos locales (Javier Duarte, Roberto Borge y César Duarte) son elementos que abonaron a dicha crisis.

 

¿Su extinción?

 

Quizás el PRI estaría condenando a “morir” si AMLO y sus aliados en el Congreso de la Unión logran desmantelar el sistema político que por décadas lo sostuvo, ya que el PAN, a través de Vicente Fox y Felipe Calderón, lo dejaron intacto y en cierta medida, lo robustecieron.

 

El 1 de septiembre comenzará el “gran reto” para el PRI, fecha en la que quedará instalada la nueva legislatura y el 1 de diciembre, tras la salida de Enrique Peña Nieto, sus líderes y sus 6.3 millones de afiliados (según datos del INE hasta 2017) deberán hacer una labor titánica para recobrar la confianza de los mexicanos de cara a los comicios intermedios de 2021, de lo contrario, estarían marcando el principio de su fin.  

 

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