Estas líneas fueron redactadas horas después de confirmarse uno de los hechos más increíbles y negativos que ha enfrentado el Estado mexicano en las décadas recientes, la detención e inmediata liberación de Ovidio Guzmán, hijo menor de “El Chapo” Guzmán, lo que seguramente marcará un parteaguas en la estrategia de combate a la violencia.

 

La tarde del 17 de octubre transcurría sin novedades, si acaso, las repercusiones por la separación de Carlos Romero Deschamps del sindicato petrolero o las secuelas que dejaron los ataques en contra de policías en Michoacán y Guerrero fueron lo principal; no obstante, al filo de las 3:30 de la tarde comenzaron a divulgarse los primeros reportes sobre balaceras en la ciudad de Culiacán.

 

La magnitud del problema

 

Nadie imaginó lo que eso se convertiría minutos más tarde: la mayor demostración de fuerza del narcotráfico en el país que desnudó la incapacidad de las fuerzas federales para realizar un operativo de gran escala y a la par, uno de los errores más costosos de la comunicación gubernamental.

 

El mismo día, alrededor de las 6 de la tarde, las redes sociales y los medios de comunicación transmitieron decenas de videos con escenas aterradoras, personas con fusiles, disparos, humaredas y gente corriendo, agachada o en posición pecho tierra para resguardarse de los disparos que se escuchaban en varios puntos de la urbe.

 

Quien calla…

 

Mientras tanto, la información oficial fluía a cuentagotas, el Ejecutivo local encabezado por Quirino Ordaz, se limitó a enviar mensajes por Twitter, y el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo, difundió un escueto videocomunicado, el cual sería la pieza fundamental que desenmascaró la división en la cadena de mando.

 

El resultado es conocido por todos. Sin embargo, el aval presidencial a dicha misión tuvo efectos inmediatos en toda una metrópoli, al verse afectada por el cierre de vialidades, de oficinas, escuelas y comercios, en algunos casos por más de 24 horas.

 

¿Percepción es realidad?

 

Hoy la percepción y las opiniones son desfavorables para la actual administración, señalan como responsables a cuatro personajes: Andrés Manuel López Obrador, Luis Cresencio Sandoval, titular de la Secretaría de la Defensa Nacional, Olga Sánchez Cordero, de Gobernación, así como el propio Durazo.

 

Y fue precisamente el mandatario, el responsable del vacío de información por no emitir una postura durante su llegada a Oaxaca con motivo de la gira programada por aquella entidad. A la mañana siguiente en conferencia de prensa, mostró una actitud de molestia y soberbia ante los cuestionamientos de los periodistas.

 

Los mismos errores

 

Tanto Felipe Calderón como Enrique Peña Nieto ignoraron los comentarios u observaciones que los analistas, especialistas y ciudadanos hicieron sobre su respectiva estrategia de pacificación. Ahora, López Obrador da sus argumentos y justificaciones, cuando (por medio del comunicado y la rueda de prensa del gabinete de seguridad) quedó claro que Durazo mintió.

 

Sin duda que lo acontecido en Culiacán cimbró al gobierno de AMLO, un régimen que cumplirá un año en diciembre, pero que hasta el momento tiene una narrativa de culpar a sus antecesores sobre la situación por la que atraviesa México, sin darse cuenta que lo del pasado jueves en Sinaloa lo dejó en ridículo.  

 

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