Sin grandes anuncios transcurrió el informe de labores del presidente de la República, ese ejercicio que establece la constitución política para dar a conocer de manera oportuna a los ciudadanos el estado que guarda la administración pública federal.

 

El mensaje que dirigió Andrés Manuel López Obrador fue –en determinados puntos- diferente al de sus antecesores, desde el nombre (Tercer Informe de Gobierno al Pueblo de México), pasando por los señalamientos a sus adversarios hasta el reconocimiento a las tareas pendientes; asimismo, tuvo rasgos de antaño que no han desaparecido, como la figura única en el estrado y la cantidad de aplausos de los asistentes.

 

Radiografía completa

 

Un suceso como éste, es materia de análisis por la trascendencia y el impacto que tiene entre la población; sin embargo, hay que ir más allá de lo señalado. Los logros y desafíos son de interés colectivo, pero también, el informe retrata de cuerpo entero al régimen en turno.

 

López Obrador transitó por la misma ruta que Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, al elegir un lugar a modo (sin interactuar ni argumentar) donde pudiera lucirse al hablar. La asistencia a Palacio Nacional encarnó en los mismos de siempre: las cámaras empresariales, los millonarios, dueños de medios de comunicación, legisladores afines, militares y marinos, pero ningún ciudadano de a pie. 

 

Mismas conductas

 

Por otra parte, la entrega del documento al Congreso de la Unión fue un acto “gris” aun con todos los formalismos que conlleva, estuvo eclipsado por los dimes y diretes que en paralelo se llevaban a cabo en el Salón de Sesiones del Palacio Legislativo de San Lázaro entre las principales fuerzas políticas.

 

La publicidad oficial se basó en el aprovechamiento de los tiempos oficiales en la radio y la televisión para bombardear a la audiencia con spots que exaltan al presidente, así como la contratación (discrecional) de espacios en diversos medios impresos locales y nacionales.

 

Es cierto que la ceremonia tuvo un tinte austero, si se toma como base el derroche que hacia la administración peñanietista en este tipo de eventos; no obstante, el llamado “Día del Presidente” se conserva en esencia porque el sistema político está estructurado de tal forma que el debate entre poderes no existe.

 

No es lo que era

 

Con respecto al futuro de los informes, el panorama no es halagador, pues el acaparar la agenda mediática a través de la rendición cuentas pormenorizada se degradará por las conferencias matutinas de AMLO y las fechas claves en su vida política como el 1 de julio (día de su triunfo) y el 1 de diciembre (día de su asenso al poder) sustituirán la obligación por la rentabilidad comunicativa.

 

Hoy México vive un cambio en la forma de gobernar al buscar remover algunos símbolos del pasado, lo que genera un balance positivo entre la gente; en contrasentido, persiste en el fondo la idea de avasallar al opositor sin conciliar y ser un movimiento vertical, de un solo hombre, y es ahí donde radica su fuerza pero a la vez, su desbalance.

 

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