Los entornos educativos construyen y replican las realidades del mundo a su propia escala, tanto las actitudes loables como las conductas reprobables. Si bien las discapacidades no figuran entre las principales razones de discriminación en las escuelas, una perspectiva interseccional permite analizar las múltiples vulnerabilidades de las que una persona puede ser sujeta.

Alrededor del 15% de la población mundial (1,000 millones) experimenta algún tipo de discapacidad. De ellas, ocho de cada diez viven en países “en desarrollo”; la mayoría en condiciones de pobreza. Este fue el primer panorama que expuso el Dr. Eduardo García Vásquez para comprender la exclusión acumulativa que experimentan las personas con alguna limitación corporal.

En México, la falta de cifras y estudios confiables refleja que las personas con discapacidad representan un grupo invisibilizado. Aunque de manera ambigua, los datos del Censo 2020 del INEGI revela que 21 millones de personas (16% de la población nacional) tienen algún tipo de limitación o discapacidad, aseguró el especialista de la IBERO Puebla.

De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS, 2014), dos de cada diez personas con discapacidad no saben leer ni escribir. Además, menos de la mitad de ellas terminan la primaria y solo el 7% concluye sus estudios superiores. A decir de Eduardo García, esto tiene que ver con la construcción histórica de los discursos, donde la discapacidad ha sido diferenciada bajo el criterio de lo “normal” y lo “anormal”.

El Coordinador de Proyectos Académicos del Instituto de Derechos Humanos Ignacio Ellacuría, SJ (IDHIE) señaló que estas visiones legitiman la segregación, la exclusión y el etiquetamiento: “estas perspectivas donde se percibe a las personas con discapacidad como anormales nos nublan la mirada y no permiten verlos como sujetos de derechos”.

Bajo esta lógica, el sistema social y económico asume como prescindible a todo un sector poblacional, lo que configura la llamada por Tezanos “muerte social”. Así, la discapacidad se convierte en una institución de la violencia que propicia múltiples expresiones de discriminación a través de modelos de prescindencia, asistencialismo y reparación médica.

Como alternativa, García Vázquez llamó a virar hacia un modelo social y de derechos que promueva sociedades respetuosas de la diversidad. “El problema no es la discapacidad, sino la discriminación. Lo importante es generar ajustes razonables al diseño universal”. El fin último de este modelo es el ejercicio efectivo de los derechos humanos, particularmente la educación y la salud, y la contracción de las inequidades.

COLONIALIDAD DE LA DISCAPACIDAD

Como mujer con discapacidad, la experiencia de vida de la Mtra. Ángela Salazar Acevedo ha estado marcada por todas las consecuencias sociales de su circunstancia. Siendo así que ha encontrado en el pensamiento decolonial una alternativa que reúne las posibilidades para elaborar nuevas categorías de análisis de las problemáticas derivadas de la discapacidad

A través de la llamada “colonialidad de la discapacidad” y la desigualdad, el género se constituye como una categoría que se construye con el patriarcado y representa la primera forma de jerarquización que tiene como fundamento la diferencia biológica.

Lo mismo ocurre con la raza ─la que instaura la subordinación como un fenómeno natural─ y la discapacidad, donde se coloca a las personas con esta condición en un plano franco de inferioridad: “si eres mujer y tienes una discapacidad hay una doble discriminación. Esta hegemonía del paradigma colonial hizo que el dominio fuera más fuerte”.

El concepto de discapacidad no existía antes del capitalismo: solo puede entenderse en el marco de las relaciones de producción atadas a las formas sociales de organización del trabajo. Desde la crítica decolonial, continuó la experta en derechos humanos, se busca contrarrestar la explotación por parte de una civilización que impone su perspectiva sostenida en un sistema económico voraz.

Las múltiples discriminaciones se viven en las instituciones educativas a través de la normalización desde la perspectiva médico-asistencialista, donde se busca que las disidencias transiten hacia el modelo canónico establecido. En otros casos, se opta por el ocultamiento y la tendencia a vincular a las personas con discapacidad con estereotipos negativo.

Desde la teoría crip se busca celebrar las diferencias frente a la heteronormatividad y la capacidad física obligatoria. Dicha postura reta al cuerpo normativo, el cual es construido bajo conceptos que confunden la funcionalidad con la capacidad. Al apropiarse de una acepción peyorativa, y de la mano de la teoría queer, “lo crip trata de desnaturalizar estas categorías y mostrar las diferencias con orgullo”.

Para Salazar Acevedo, las pedagogías de las diferencias cuestionan si es posible materializar la inclusión: en lugar de ver la discapacidad como una desviación, las sociedades inclusivas han de ver las discapacidades como expresiones de diversidad. En ese tenor, exhortó a pensar menos en lo que constituye al ser y más en cómo la alteridad influye en el encuentro interpersonal.