La vida de la especie humana en el planeta ha roto todos los equilibrios de relación con la naturaleza y el medio ambiente. La devastación que nuestro desarrollo ha provocado se ve reflejado en la adquisición de enfermedades infecciosas a las que nos exponemos de forma más frecuente.

En el concierto de coexistencia con virus, bacterias y demás elementos vivos, no nos queda de otra que tomar el papel más frágil que nuestra condición humana nos concede de entre todas las especies.

De acuerdo con Samuel Ponce de León, coordinador del Programa Universitario de Investigación en Salud de la UNAM, el uso extraordinario de antibióticos ha modificado el perfil de las enfermedades infecciosas, de tal suerte que hoy en día ya se contempla la posibilidad de que en el 2050 la gran mayoría de los fallecimientos en el planeta se relacionarán con la falta de eficacia de estos fármacos.

El ejemplo inmediato respecto a este fenómeno es la enfermedad causada por el SARS-CoV-2, un virus que, en la mayoría de los casos, sino es que en todos, se le combate de forma excesiva o inadecuada por medio de tratamientos a base de antimicrobianos.

“En medio de una epidemia, donde cualquier persona desarrollará síntomas respiratorios (tos, fiebre, malestar en el pecho, dolor de cabeza y muscular), uno puede pensar que lo más probable es que se trate de un paciente con la COVID-19 y, en consecuencia, manejarlo sintomáticamente con una larga lista de antibióticos”.

A decir del especialista en medicina interna e infectología, existen diversos ejemplos que facilitan el desarrollo de infecciones bacterianas a raíz de un padecimiento viral, o viceversa. Esto nos indica que cualquier proceso infeccioso debilita la respuesta inmunológica del individuo, al grado de presentársele manifestaciones de alguna infección bacteriana o viral que agudizarán aún más la situación.

En ese sentido, y debido a la gravedad de la actual crisis sanitaria en la que nos encontramos, enterarnos que podemos converger con otras enfermedades infecciosas puede resultar más aterrador de lo que pensamos. Últimamente se han dado a conocer casos de ébola registrados en la República Democrática del Congo y de la peste bubónica entre la población de Mongolia, enfermedades que a pesar de ser mortales, se han podido controlar con la administración de medicamentos.

En entrevista para Primer Movimiento de Radio UNAM, Ponce de León indicó que el brote de estas epidemias, si bien no dejan de ser peligrosas para la salud de los seres humanos, representan una especie de cotidianidad para cierta población del mundo.

“La peste bubónica es algo que ocurre repetitivamente y no había llamado la atención de las noticias. Llama la atención porque fue la causa de epidemia más grave que ha sufrido la humanidad en la historia. A lo largo de varias décadas ocasionó la muerte de la tercera parte de la población en estos continentes. La infección es causada por una bacteria”.

El científico universitario supone que el confinamiento pudo haber propiciado la invasión de ratas en busca de comida en aquellas áreas no urbanas o sin habitar, lo que quizá provocó la transmisión de la peste bubónica. Sin embargo, refiere, la enfermedad también pudo haberse transmitido de persona a persona por medio de gotas respiratorias que expulsamos al hablar, toser o estornudar, como ocurre con la influenza, la tuberculosis, el sarampión y la misma COVID-19.

“Por eso es necesario que entendamos que (el cubrebocas) es una herramienta fundamental para limitar los riesgos de transmisión. Es prácticamente una responsabilidad social utilizarlo de manera cotidiana y prácticamente universal, sobre todo en sitios donde no se puede respetar la sana distancia o en sitios cerrados”.