“Todos tenemos nuestros momentos, los buenos y los malos, las cimas y los pozos. Nuestras vidas, más o menos anónimas, recorren caminos que suben y que bajan. Por momentos andamos ahí, en las alturas, mirándolo todo desde la lozana beatitud de sentirnos exitosos. Y por momentos sucede lo contrario. El mundo parece girar en sentido contrario al que necesitamos. Nos agobia con su peso, nos derrota y nos golpea en todas las esquinas”.

 

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¿Lo paradójico? Lo hará en la campaña en la que anunció, a través del famoso burofax, su intención de marcharse del club…

 

Lo hará en el año futbolístico en el que más que nunca se habló –por parte de sus frustrados críticos– de su “decadencia”, y hasta se sugirió que la MLS debía ser su siguiente destino.

 

Impondrá otro récord justamente en la campaña en la que, forzado, se quedó en el equipo, un equipo en “transición” que estaba condenado a no ganar nada.

 

Ganará, Messi ganará otra vez, más allá de que aumente o no su colección de títulos a nivel individual y de grupo. A tres meses de cumplir 34 años, el ‘10’ ratifica partido a partido que la “decadencia” solo está en boca sus detractores, incapaces de disfrutarlo y empecinados en relatar su inexistente derrumbe.

 

Messi ha ‘normalizado’ la plenitud futbolística, pues más allá de sus números e incontables récords que impone prácticamente cada que entra a una cancha, lo que hace con el balón en ocasiones no alcanza los adjetivos.

 

“Si uno quiere el futbol, ¿cómo no va a querer a Messi?… ¿Cuántos, el día que se vaya Messi, mantendremos encendida la televisión?”, se preguntó hace algunas semanas Jorge Valdano, un madridista de toda línea.

 

Joan Laporta, nuevo presidente del Barcelona, ya empezó a jugar sus cartas y en plena presentación lanzó la red para advertirle a Messi que no lo va a dejar ir tan fácil.

 

A Messi lo quiere el París Saint-Germain, lo quiere el Manchester City, y desde luego lo ama e idolatra todo el barcelonismo… Prácticamente no hay club en el mundo que no desearía tener a Leo, pero evidentemente solo está al alcance de dos o tres.

 

¿Decadente? Parece que todo, menos eso, y basta ver cada tres días o cada semana un partido del Barça con Messi. Más allá del amparo de sus estadísticas estratosféricas, no deja dudas de la diferencia que existe entre él y el resto.

 

Bien lo dijo Xavi Hernández hace algunos meses: “es hasta irrespetuoso comparar a Leo con alguien más”.