La lingüista señala que no hay un programa de Estado que entienda que la enseñanza es la mejor inversión para tener un mejor país. ““Hay que educar para acceder a una mejor calidad de vida”, añade

 

La educación pública ha estado abandonada en México desde hace décadas. No hay un programa de Estado que entienda que ésta es una inversión para un mejor país o quizá es que no les interesa tener un mejor país, expresó Concepción Company Company, lingüista, filóloga, investigadora y académica, reconocida con el Premio Crónica en Cultura 2020 en Cultura.

 

“Cuando llegué a México, hace 45- 50 años, todavía se podía pensar en enviar a un hijo a una escuela pública porque tenían un funcionamiento bastante regular, claro, no se puede generalizar, pero ahora la gran mayoría hoy son un absoluto desastre”.

 

La educación, añadió en entrevista la también integrante de El Colegio Nacional y la Academia Mexicana de la Lengua, es la única vía que va a llevar a tener mejores condiciones de vida y cerrar las grandes desigualdades de este país. “Hay que educar a todos para poder acceder a situaciones de vida cotidiana de mejor calidad, incluso para entender el por qué es importante beber un agua hervida, usar un cubrebocas, no tener tantos hijos o no tener tantos hijos cuando se es adolescente… eso es un problema de educación”.

 

En ese sentido, enfatizó la autora de obras como Los opuestos se tocan. Indiferencias y afectos sintácticos en la historia del español, que la educación no es informarse, sino adquirir formación y herramientas que nos ayuden a discriminar qué nos conviene en la vida y cómo seguir adelante. “Eso lo tiene absolutamente abandonado el Estado mexicano y desde hace rato, posiblemente, hoy más que nunca. Eso me preocupa en sobremanera porque además va de la mano con la educación en salud, por ejemplo”

 

“Yo soy una defensora de la educación pública, soy producto de ella y ésta me permitió acceder a una mejor calidad de vida, soy la primera mujer universitaria de toda mi familia, materna y paterna, asimismo soy la primera posgraduada y eso fue por la educación pública.

 

-¿Qué tanto de este abandono tiene que ver con el clasismo?

 

En parte hay un clasismo a priori de desconocimiento, sé de un montón de gente que dice: a mi hijo a la UNAM, al Politécnico o UAM, ni loco, mejor trabajo triple para poder enviarlo a una privada.

 

Es cierto, hay un problema de clasismo asociado a un profundo problema racista en México, porque aquí los güeritos y prietitos están separados, y esto está asociado al ingreso económico en general. En este país racismo y clasismo van juntos por el miedo y desprecio por el desconocimiento que produce el otro.

 

Pero también es cierto que nos hemos ganado a pulso el desprestigio. La UNAM, estando en pandemia, tuvo facultades tomadas. Eso no es gratuito, no sé cuál es la mano negra, o gris, o de cualquier color, pero no es un azar. Hay un acoso contra la institucionalidad en este país. Hay instituciones muy débiles que se fortalecen si al frente tienen gente muy capaz y se debilitan si tienen un incapaz al frente.

 

El desprestigio de la educación pública también está ligado, por ejemplo, al ausentismo de los profesores a aulas, la cual está presente desde el nivel básico. Por ejemplo, en la secundaria que tiene la UNAM, en la actual pandemia, se sacaron de la manga una calificación NE, que es “no examinado”, es decir, un eufemismo para decir que el maestro no asistió, no estuvo, no importa. No hay controles de eso.

 

Cuando en la escuela privada, y no estoy avalando la escuela privada, por lo menos reportan que el chamaco faltó y controlan la asistencia del maestro.

 

En general, son malas las dos educaciones que hay. La educación en México está para llorar, pero también hay que distinguir que la educación superior en la pública cambia radicalmente, es decir, cuando uno llega a universidades públicas, mejoran sustancialmente y los posgrados mejoran muchísimo más, muchos están en competitividad internacional.

 

Así que sí, es un problema muy complejo de desconocimiento, desprecio al otro, el no querer mezclarse, eso se arrastra a todos los niveles. Considero que a nivel superior y, sobre todo, de posgrados es de excelencia, pero en general me entristece el deterioro educativo que tiene el país.

 

LENGUA. Los mexicanos llevamos 500 años con el sentimiento de que el español es una lengua impuesta, pero éste pasó de ser una lengua de conquista a una lengua franca de forma progresiva y compleja, explicó. “El primer paso del triunfo del español en América es que pasó de ser una lengua de la administración, de la milicia y de lo religioso, a una lengua franca, es decir, que quienes eran ajenos a ella tuvieron que usarla porque les era cómodo y necesario para la supervivencia”.

 

“Esa lengua franca, por supuesto que es una lengua de colonia, es decir que se utiliza para fines específicos como explotar recursos”. De tal forma, en el siglo XIX las lenguas indígenas pasaron a ser minoritarias. “Eso favoreció a la expansión del español y lo cierto es que la administración de la Independencia se hizo toda en español, es decir, se volvió la lengua materna y es actualmente la lengua materna de 122 millones de mexicanos que no conocen otro medio de comunicación que no sea el español”.

 

Lo anterior no quiere decir que los mexicanos no sientan el español como una lengua ajena porque el proceso de la lengua va de la mano con lo que nos han enseñado de historia y como hemos simbolizado. “Hay un proceso en marcha de patrimonialización de la lengua española, pero no está concluido… todavía hay un sentimiento de lengua impuesta. Es una gran paradoja como muchas de las que nos ha dado la historia de este país”.

 

Ese sentimiento está presente en lugares donde la presencia indígena fue y es muy fuerte, real o simbólicamente desde un discurso de estado, por ejemplo, en Perú, Ecuador y Bolivia, caso contrario a Uruguay, Argentina y Chile, agregó la también galardonada con el Premio Nacional de Artes y Literatura en Lingüística y Literatura 2019.

 

“Eso está asociado a presencias indígenas reales, así como a discursos indigenistas que vienen desde hace décadas por gobiernos que han promovido el indigenismo, aunque los pobres indígenas están igual de jodidos, aunque ahora más que en el siglo XVIII… está mal, mal, mal, mal, mal que ellos tengan que abandonar su lengua para poder adquirir un poco de mejor calidad de vida”.

 

“Eso es una gran tragedia y me da lo mismo si tienen que abandonar su lengua mije para aprender español o para aprender inglés porque la cantidad de migrantes que hay en Estados Unidos ya ni siquiera pasan por el español como una lengua de mediación y comunicación, sino que pasan de su lengua indígenas al inglés”.

 

Para que eso dejara de pasar, añadió, se tendría que invertir en educación y permitir al indígena tener calidad de vida hablando su propio idioma. “Eso es como una quimera, en México nunca ha sucedido, jamás”

 

“Tendrían que meterle dinero y, por ejemplo, meter fábricas, empresas en zonas indígenas, es decir, apostarle a la inversión en esas zonas. Apostarle a que el gerente de esa empresa tenga que hablar la lengua de los 300 empleados y no al revés”.

 

-¿Las palabras tienen una carga ideológica?, ¿tendríamos que ser más conscientes y responsables de ello?

 

Las palabras son herencias de rutinas, hábitos… en realidad no hay ninguna razón para que cierta palabra tenga cierto certificado. Lo esencial de las lenguas es que los hablantes nos movemos con signos totalmente convencionales, lo cierto es que esas convenciones han sido sedimentadas y heredadas por siglos.

 

Entonces, el uso que hacemos de las palabras por supuesto que tiene cargas altamente simbólicas. Las palabras no están en el vacío, no es hablar por hablar, tienen cargas ideológicas, son herencias y hay que educar para cambiarlas.

 

Cambiar las herencias no se hace de la noche a la mañana, no es por decreto, no podemos llamar de otra forma a algo y ya, sino que se hay que cambiar la ideología entorno a eso, cambiar las cabezas, educar.

 

Distinción

 

Recibo el Premio Crónica con un enorme gusto

 

Muchas gracias a Crónica por haberme hecho el honor y por pensar que una trayectoria lingüística y de filología amerita un honor y un premio tan importante.

 

Recibo el Premio Crónica con un enorme gusto, pero, sobre todo, con dos características: gran orgullo por la base cultural sólida de quienes me precedieron; y con una gran responsabilidad individual.