Numerosos estudios demuestran cómo cambia nuestro comportamiento (a peor) y disminuye nuestro rendimiento por culpa de las altas temperaturas.
Te cuesta un mundo levantarte de la cama, cualquier tarea se alza ante ti como un muro inaccesible, la pereza es tu dueña y saltas a la mínima. Es el calor excesivo, que golpea tu organismo, afecta a tu cerebro y te convierte en una piltrafa malhumorada.
Muchas investigaciones han analizado de qué forma nos influyen las altas temperaturas sostenidas durante muchos días seguidos. Por ejemplo, cómo disminuyen nuestro rendimiento intelectual, algo que casi todos hemos experimentado.
Un trabajo publicado por científicos estadounidenses en el Buró Nacional de Investigación Económica, una organización sin ánimo de lucro de ese país, señala que las temperaturas por encima de 26 °C perjudican la capacidad cognitiva de los niños en las pruebas matemáticas, aunque no en las de comprensión lectora. Los autores sugieren una explicación: cuando aprieta el sol, el organismo dispersa con menos eficacia el calor producido por la actividad del cerebro, lo que acaba perjudicando el rendimiento de este. Este razonamiento también podría aplicarse a las tareas de los adultos.
Menos productividad, más agresividad
El calor fuerte tiene consecuencias laborales y económicas. Una investigación de la Escuela de Negocios de Harvard basada en entrevistas y pruebas de laboratorio relaciona las bajas temperaturas y la lluvia con un aumento de la productividad de los trabajadores, que se distraen más fácilmente en los días soleados. Cuando el clima es malo, las personas encuentran más fácil concentrarse en sus obligaciones. Si el termómetro sube tendemos a pensar en actividades de ocio que podríamos hacer en el exterior, aunque luego salgamos de la oficina y el calor sea tal que nos tengamos que meter en casa.
Por otro lado, se ha constatado que el clima demasiado cálido incrementa las posibilidades de que las personas se enfaden e incluso se comporten con agresividad. Diversos estudios han hallado una relación entre las temperaturas muy altas y un aumento de la violencia. En su libro Criminology: Theories, Patterns, and Typologies (Criminología: teorías, patrones y tipologías), el criminólogo estadounidense Larry J. Siegel aporta estadísticas que demuestran que, en su país, los actos violentos aumentan en julio y agosto. Según explica, en esos meses la gente pasa mucho más tiempo en el exterior y se relaciona más, lo que eleva la posibilidad de que existan interacciones conflictivas. Además, son semanas en las que no tienen clase los adolescentes, protagonistas de muchos de esos enfrentamientos. Esta explicación es válida sobre todo para las grandes ciudades, donde las temperaturas suelen ser algo mayores y el calor resulta más exasperante.
En este sentido, se ha comprobado que en los días más torridos del verano, los conductores tienden más a no respetar los semáforos, y hay más accidentes de tráfico.
Escapar del calor es más difícil
Los psicólogos se han esforzado en explicar las causas del efecto pernicioso de las altas temperaturas. La mayoría de sus argumentos se basan en la sensación de malestar. Si no tienes aire acondicionado, librarse del calor es casi imposible, especialmente si lo acompaña la humedad. En invierno basta con abrigarse, pero ir semidesnudo servirá de poco en plena canícula. Cuando las personas nos sentimos incómodas por causas que no podemos controlar, sentimos una ira que tendemos a verter sobre los demás, en forma de enfados repentinos e incontrolables.
Los 40 grados del verano en muchos puntos de España agobian a cualquiera, aunque quizá no tanto como para llegar a las conclusiones de Marie Connolly, profesora de Economía en la Universidad de Quebec. En un trabajo publicado en el Journal of Happiness Studies, indica que pasar un día entero a temperaturas superiores a los 32 °C afecta de forma drástica a la felicidad del individuo, aunque, por suerte, suele ser una sensación pasajera.